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LIBROS

Concha Espina: la primera novela social española

La candidata al Nobel en tres ocasiones publicó hace un siglo 'El metal de los muertos'

La escritora Concha Espina, hacia 1890.
La escritora Concha Espina, hacia 1890.ARCHIVO CASTILLO PUCHE / EFE

Concha Espina (1869-1955) es una escritora que merece una revisión a fondo. Todos sabemos que la densidad de la historia literaria, el hecho de que venga constituida por las aportaciones de miles de autores, impide que todos puedan disfrutar de un justo protagonismo. Por razones obvias de calidad, pero también de oportunidad: no siempre un escritor tiene la fortuna de decir lo que esperan de él las generaciones venideras. Jovellanos escribió mucho sobre la cultura española y creo que no dijo una palabra de Cervantes. Los ilustrados no alcanzaron a ver en el autor del Quijote al gran novelista cuya fama crecería prodigiosamente.

Se ha dicho a menudo: la literatura tiene algo o mucho de Bolsa de valores, y unos al morir suben en reconocimiento y popularidad y otros entran en una especie de limbo más o menos largo, pues ya no están para empujar sus propias publicaciones. Calidad, necesidad, oportunidad. De los tres factores que explican el buen posicionamiento de una obra en el canon, el de la oportunidad debería jugar a favor de doña Concha Espina. Cuando murió hubo que cortar la calle de Alfonso XII porque la gente no cabía en los alrededores de la casa. Y el cortejo fúnebre estuvo presidido por Joaquín Ruiz Jiménez, entonces ministro de Educación Nacional, un detalle del renombre alcanzado por la escritora, candidata al Premio Nobel al menos en tres ocasiones (1926, 1929 y 1931).

Ahora, ante la oportunidad que brinda el centenario de su novela El metal de los muertos, publicada en 1920, Renacimiento ha llevado a cabo una reedición de la misma, estando todavía reciente la magnífica edición de Antonio Garnica y Antonio Rioja, de 2009. Espléndida ocasión, en todo caso, para revisar obra y autora, revisión que debería enfrentarse sin miedo a sus proyectos fallidos y a las adherencias ideológicas de los últimos años. Cansinos Assens, secretamente enamorado de ella, la presenta en La novela de un literato como una mujer ataviada con pamelas románticas y un velillo cubriendo su rostro para disimular la edad. Es interesante la imagen que nos ofrece Cansinos de dos escritoras que fueron contemporáneas: Concha Espina y Carmen de Burgos. Dos escritoras de la misma edad (se llevaban dos años de diferencia, aunque poco importaba pues ninguna de las dos la reconocía). Cansinos, siempre sagaz, las presenta como rivales: cada una con su tertulia, su soledad a cuestas, sus protectores. Una católica, germanófila, conservadora y reservada; la otra atea, aliadófila, republicana y dicharachera. Lo cierto es que ambas lucharon lo indecible en un mundo intelectual que las escudriñaba crudamente. Ambas tomaron a la mujer como el centro de su obra y reivindicaron sus derechos, tanto en su vida pública como privada.

El metal de los muertos es la novela más comprometida socialmente de Espina, la más alejada del fino análisis psicológico de “interiores” tan característico de otras obras de la autora, pero también es la novela donde la combinación entre el tema —la denuncia de la vida miserable que llevaban los mineros en los yacimientos de cobre de Riotinto— y el estilo —el formidable empuje de su prosa poética— llaman más la atención por el contraste que se advierte entre ambos. Doña Concha sentía desde su juventud un vívido interés por las condiciones tan adversas de la vida minera, siempre bajo tierra, en plena oscuridad y sufrimiento. Cuando la prensa informaba, en torno a 1919, un día y otro de los conflictos que se sucedían en Riotinto ella, que ya conocía las minas de Asturias, decidió viajar hasta Nerva (Huelva) con su hijo mayor, un joven Ramón de la Serna, para escribir sobre ellos y su razón de ser. Viajó en julio de 1920, alojándose madre e hijo en una pobre habitación mientras la escritora procuraba impregnarse de los problemas que afectaban aquella milenaria explotación. Los ingleses la habían adquirido al Estado español en 1873 por el ridículo precio de 93 millones de pesetas. La indignación de la escritora por la forma en que se estaban aprovechando sin escrúpulos de las tierras, las riquezas y las gentes andaluzas se percibe abiertamente y, de hecho, la novela sirvió para concienciar al público de la actitud colonialista de los británicos. Lo vemos en especial en el capítulo sexto de la segunda parte, cuando la esposa del director (el temible Walter Browning, rebautizado como Martin Leurc) invita a varias mujeres de Riotinto (llamado Dite en la narración porque la mayoría de topónimos también aparecen cambiados) para intentar frenar la convocatoria de huelga que amenaza a la Compañía. La diferencia abismal entre el bello y residencial barrio de Villa Hermosa (Bellavista), donde viven los ingleses, y las pobres casuchas donde se amontonan unos 40.000 mineros sin las menores condiciones higiénicas, no puede dejar indiferente a ningún lector. Tampoco la forma en que se comporta el sacerdote, presente en la reunión solo para hablar de resignación y paciencia cristiana. Si no fuera por el deslumbrante lenguaje poético que utiliza la escritora, a menudo en detrimento de la eficacia narrativa, se diría que Espina tiene algo de preexistencialista: esos veranos ardientes de La esfinge maragata o de El metal de los muertos, agobiando los pueblos españoles con su sequedad…

“Soy de una ribera entristecida por el mar”, dice de sí misma Soledad Valtenebros en El cáliz rojo, la novela que muestra el desgarro emocional de la escritora al romper con su gran amor, Ricardo León, una influencia nociva en su vida. Si yo escribiera la biografía de Concha Espina pondría esta frase al frente de su vida. No se puede decir más con menos.

El metal de los muertos

Concha Espina


Renacimiento, 2019


474 páginas. 21,09 euros


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Poesía reunida

Concha Espina


Torremozas, 2019


376 páginas. 18 euros


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