Erwin Olaf, una mirada a las grietas de un mundo perfecto

A Erwin Olaf (1959- 2023, Países Bajos) nunca le interesó lo explícito, siempre quiso ir más allá; visualizar aquello que solo se supone y se resiste a una fácil documentación, con el fin de explorar las complejidades de la existencia. De ahí que, para reflejar la realidad, el artista optó por crear su propio mundo, reconstruyendo escenas meticulosamente organizadas, de belleza pulcra y perfeccionista, que, si bien ofrecen innumerables detalles, podrían bien evadir los aspectos más tangibles de la vida. Silenciosas imágenes cargadas de enigma que producen un impacto visual dramático y emocional, a través de las cuales se sirve el autor para apuntar a distintos problemas y tabúes de la sociedad contemporánea.

185 fotografías, acompañadas de 20 vídeos y videoinstalaciones, sumergen al espectador en el inquietante universo del artista holandés en Erwin Olaf. Narrativas de emancipación, deseo e intimidad. Se trata de una de las exposiciones más esperadas de la Sección Oficial de PHotoEspaña; la retrospectiva más amplia dedicada al artista hasta la fecha, comisariada por Paco Barragán, también comisario de la muestra que el Centro Niemeyer de Avilés dedicó el año pasado al fotógrafo, inaugurada dos meses antes de la prematura muerte de Olaf, ocurrida tras haberse sometido a un trasplante de pulmón. La nueva exhibición abarca cuatro décadas (de los años ochenta hasta 2020) de la trayectoria del autor, considerado como uno de los grandes renovadores del medio fotográfico y el vídeo narrativo. Articulada en torno a tres aspectos: el político, el sensual y el afectivo, destaca el carácter activista del fotógrafo prescindiendo del trabajo producido para revistas de moda como Vogue y Elle y para empresas como Heineken, BMW, Microsoft, Bottega Veneta, Levi´s y Diesel Jeans, entre muchas otras, donde Olaf conseguirá diluir arte y publicidad a través de la misma provocación, la fantasía, su mordaz sarcasmo y la depurada ambientación de la que echaba mano en su obra personal.

La muestra inicia su recorrido con una serie de autorretratos donde destaca I Wish, I Am, I Will Be (2009). Realizado con motivo de su cincuenta cumpleaños, el fotógrafo aludía no solo al hedonista culto por la juventud y la belleza, como signo de los tiempos, expresado a través de los retoques fotográficos, sino que parecía meditar sobre su propia mortalidad. El autorretrato nunca dejaría de ser otra afirmación más de su activismo.

Contaba Olaf que, siendo un estudiante de periodismo, la primera fotografía que le impresionó fue El engañador gay (1940), de Weegee, en la que una drag queen sale del coche de la policía. Mirando aquella imagen pudo confirmar dos cosas: su deseo de formar parte de ese mundo, y de sentirse orgulloso de pertenecer a una minoría, y que la cámara, a diferencia de la escritura, ofrecía la posibilidad de captar un instante decisivo. Un momento irrepetible, que no necesariamente tendría que ocurrir en la calle, sino que podría ser provocado dentro de su propio estudio, como vendría a confirmar Squares, Joy (1985), donde un joven gay posa desnudo mientras el chorro de una botella champán recién descorchaba salpica su pecho. Transcurrían los ochenta, un momento de oscuridad para la comunidad homosexual, y, sin embargo, la imagen de Olaf hablaba de la felicidad de poder ser uno mismo. La fotografía pertenece a la serie Squares (1983-1993) que se solapa con Chessmen (1988), cuyas imágenes, también cuadradas y en blanco y negro, inspiradas en piezas de ajedrez medieval, aluden tanto al sometimiento como al poder, y reflejan la influencia de Robert Mapplethorpe y de Joel Peter Witkin en el autor.

“En la oscuridad completa todos parecemos los mismos, es solo nuestro conocimiento y sabiduría lo que nos separa. No dejes que tus ojos te traicionen”, cantaba la artista afroamericana Janet Jackson, canción que inspiró al fotógrafo su siguiente serie Blacks/Negros (1990), cuyos inmóviles protagonistas evidencian no solo una reivindicación de igualdad, sino la destreza técnica del fotógrafo, quien logrará una gama de ricas tonalidades en una atmosfera tan barroca como oscura.

Será en las series Rain, Hope y Grief donde la obra de Olaf adquiera un tono más hopperiano y las emociones de sus protagonistas comiencen a cobrar más intensidad. Una emoción que no solo se manifiesta en la mirada, sino en la distancia que separa a dos personas, como ocurre en Dancing Period. Escenas que narran historias alimentadas por pequeños elementos, como el teléfono que se encuentra dentro de la cocina donde una mujer se sienta frente a una taza, envuelta en una atmosfera densa, donde todo puede ser posible. Son imágenes tan cinemáticas como pictóricas. Escenas impecables que trascienden las realidades no fotogénicas del mundo, donde encontraremos todos los elementos técnicos que van a caracterizar la obra de Olaf; una perfecta iluminación, y una composición teatral que añade una sensación de inquietud al espectador, que se verá obligado a preguntarse “¿qué pasa aquí?”; a preguntarse tanto por el pasado como por el futuro. La soledad que desprenden los personajes, el césped amarillento, o un pequeño gesto parecen hablarnos de la complejidad de la existencia en contraposición a esa perfecta fachada, de ahí que el artista describiera sus creaciones como “un mundo perfecto con una grieta”. Tal y como describía el crítico Donald Kuspit: “Sin su sutileza formal, las fotografías de Olaf serían clínicas y frías, y sus sujetos tan vivos como las figuras de cera del museo de Madame Tussauds”.

Los cambios de color de iluminación de las paredes acompañan al visitante en un recorrido no cronológico guiado, también, por las citas del propio autor. “Me encanta investigar dónde acaba la quietud o inmovilidad de la fotografía y dónde empieza el movimiento del cine”, dice una de ellas. “También me interesa que en Occidente hoy los padres les han otorgado a los niños un enorme poder. Me pregunto cómo será el mundo si los niños gobernaran a los adultos”, destaca la encargada de presentar Berlin (2012), una de sus series más conocidas, donde no dejará de señalar las similitudes de nuestra época con la de entreguerras en cuanto al resurgimiento de distintos tipos de fanatismos.

El color rojo enmarca el bloque dedicado al cuerpo sensual, donde el artista alude al excesivo culto al cuerpo que caracteriza nuestro tiempo mientras asegura regresar al desnudo como un homenaje a la historia del arte europeo. “Si uno retrata el cuerpo a través de la pintura, es arte, pero si, por el contrario, lo hace por medio de la fotografía, la gente lo ve como pornografía”, advierte el fotógrafo.

En la serie Im Wald (En el bosque) la majestuosidad y la grandeza de la naturaleza, así como la arrogancia del hombre frente a esta, queda resumida en un autorretrato que rinde homenaje a El caminante sobre las nubes, de Caspar David Friedrich. “Aquí ya no estoy contemplando el futuro, sino percatándome de su finitud”, matizaba el fotógrafo holandés. La serie refleja la capacidad del fotógrafo para mirar al arte del pasado en busca de cuestiones que tratan del presente, el cual queda reflejado, no sin cierto humor, a través de los tatuajes y los auriculares de sus protagonistas, que buscan un futuro mejor en un bosque nebuloso donde también han llegado los plásticos.

La alienación y la incomunicación dan forma al último bloque, donde los trajes de cuero que visten los miembros de una familia aluden a los complejos acercamientos que se establecen dentro de esta. April Fool 2020 (2020) serviría de punto final a la muestra. Realizada durante la pandemia, el artista se autorretrata en la serie como un triste payaso enmascarado cuya fragilidad se acentúa ante el carrito de la compra vacío. Durante décadas parecía que hubiésemos dado por sentado que el mundo siempre sería igual.

Erwin Olaf. Narrativas de emancipación, deseo e intimidad. Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa. Madrid. Hasta el 14 de julio.

Puedes seguir a Babelia en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.