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Columna
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Y el porvenir que no llega

La amistad entre Carmen Martín Gaite e Ignacio Aldecoa forjó un libro que recoge una bella aventura generacional

Juan Cruz
De izquierda a derecha, Rafael Sánchez Ferlosio, José María de Quinto, Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre, con motivo de la aparición de la 'Revista española' en 1953.
De izquierda a derecha, Rafael Sánchez Ferlosio, José María de Quinto, Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre, con motivo de la aparición de la 'Revista española' en 1953.

Aquel noviembre de 1994, Carmen Martín Gaite se sentó en cuclillas en la sala grande de la Fundación March rodeada de gente que quería escuchar su memoria de los mejores años de su vida junto a Ignacio Aldecoa, muerto 25 años antes, y un grupo de singulares amantes de la literatura.

Carmen Martín Gaite, en 1998.
Carmen Martín Gaite, en 1998.MORGANA VARGAS LLOSA

Un público similar siguió a Carmiña durante las tres semanas restantes. Ella improvisaba una oración laica, atravesada como un sueño dulce pero triste. Era la oda a un tiempo que ya no iba a volver. Ese tiempo, en realidad, se dio la vuelta hacia el aire oscuro de los recuerdos cuando ella misma escribió en La Estafeta Literaria el artículo con el que certificó la muerte de su amigo. Un aviso: ha muerto Ignacio Aldecoa. La señal de que se interrumpía el porvenir.

Ese poema en prosa fue la historia de una amistad que luego fue libro (Esperando el porvenir) inmediatamente publicado por Siruela. Reimpresiones y reediciones varias consolidaron el conjunto como un ejemplo de lo que fue un tesoro: la amistad que se fraguó en la época estudiantil de Salamanca y que prosiguió como un milagro hasta la temprana muerte de Aldecoa (a los 44 años, en 1969) y más allá, hasta que Carmiña murió, en el verano del año 2000.

El amor y el respeto estrechó los lazos de un grupo que no cultivó la envidia

De hecho, ese tiempo se avivó al menos cuando Carmiña se puso su gorra historiada, roja y como de juguete, y contó qué había en sus recuerdos de aquella época de la que sobresalieron (en la secuencia que ella fue narrando) el amor y el respeto que estrechó los lazos de un grupo que, eso parecía, no cultivó los delirios de la envidia.

Ese libro es uno de los más bellos recuentos de una aventura generacional que no fue solidaria y amistosa tan solo en las fotos de la época o en aquellas conferencias de Carmiña. Por el libro desfila una historia que comprende retratos de personajes que entonces esperaban un porvenir que no llegaba, pero que buscaban juntos en noches que no acababan nunca.

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El afán era una ilusión de escribir a como diera lugar, compartida por personas que entonces tenían unos 20 años y respondían a los nombres propios de Rafael Sánchez Ferlosio, Josefina Rodríguez (la novia y luego la mujer de Aldecoa, y más tarde Josefina Aldecoa), Jesús Fernández Santos, Rafael Azcona, José María de Quinto, Alfonso Sastre, Carlos Edmundo de Ory, Medardo Fraile, Mayrata O’Wisiedo (actriz, amiga de todos ellos)…

La vida los fue reuniendo en Salamanca y Madrid, viviendo de la posibilidad de publicar (más que de la realidad de publicar), hasta que un caballero, Antonio Rodríguez Moñino, les financió una plataforma, Revista Española, en la que publicaron cuentos y ensayos y manifiestos después de haberla bautizado con el vino tinto que les sirvió para calentar espíritu y gaznate y ganas.

La enfermedad súbita interrumpió el tiempo de Aldecoa, el principal protagonista de estas prosas públicas de Carmiña, y fue como si se cumpliera lo que el autor de Young Sánchez o de Los pájaros de Baden-Baden había cantado con ellos en las noches de vino y versos de la calle de Libertad y aledaños: “Sentaíto en la escalera, / sentaíto en la escalera, / esperando el porvenir, / y el porvenir que no llega. / Y que no llega… / Y que no llega…/”.

Esos versos sobre la desgana o la incertidumbre caían como rocío de la noche en la época de la angustia vital importada del existencialismo francés, y llenaba las noches en las que el porvenir era el asunto más citado porque justamente era lo que no había. “Labrarse un porvenir”, les decía Carmiña a los oyentes que tuvo en la March, “fue el tema de algunos de nuestros cuentos de entonces, y además lo mencionábamos a ritmo de seguidillas en una copla que no sé de dónde salió ni quién inventaría y que solía flotar sobre los vasos de vino con tapa de aceitunas que bebíamos por las tabernas de Colmenares, Válgame Dios y Libertad, calles cercanas a la pensión de Ignacio”.

“Y el porvenir que no llega. / Y que no llega. / Y que no llega”. Josefina Aldecoa presentó esa evocación de Carmiña cuando ya fue libro. “Carmiña, además de cuentos, novelas, ensayos, con una generosidad poco frecuente también, escribía sobre los amigos. (…) Es el libro más hermoso entre los que se han escrito sobre la obra de Ignacio, sobre su vida y sobre la de todos nosotros, gracias a que Carmiña estaba allí para contarlo”. Era un regalo, decía Josefina. Y una rareza, porque fue una época en la que parecía imposible respirar sin el aliento del otro, sin abandonar, como decía Carmiña aquellas noches de la March, “la calle de la Libertad”. 

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