Évole
Este tío, en posesión de tanta calle como instinto periodístico, ha estrenado un programa titulado osadamente 'Lo de Évole'. Y me interesa. Lo que no tengo claro, hasta el momento, es que me apasione
Me cuenta mucha gente, y no precisamente joven, que ya no precisan ni poco, ni mucho ni nada de las televisiones generalistas para enterarse de las noticias del mundo. Y por supuesto, tampoco para eso con aroma existencialista consistente en matar el tiempo. Con Internet tienen el universo entero a disposición de su vista y de su oído. Yo, que no dispongo de herramienta tan fascinante, que te otorga todo a través de la pantalla de un móvil, todavía enciendo alguna vez la televisión convencional, pero aguanto poco tiempo en su mareante compañía. Con excepciones. Por ejemplo: si un programa lleva la firma de un comunicador tan bueno como singular llamado Jordi Évole.
Recuerdo momentos antológicos de El Follonero y Salvados. Este tío, en posesión de tanta calle como instinto periodístico, capaz de hacer hablar con humanidad a las piedras, estrenó hace varias semanas un programa titulado osadamente Lo de Évole. Para mí, y sospecho que para muchos espectadores, supone un acontecimiento. Y me interesa. Lo que no tengo claro, hasta el momento, es que me apasione.
Pertenezco a la plebe más tópica convencida de que en los sabrosos o mayúsculos delitos económicos solo van al trullo los pringados, que el sistema es esencialmente corrupto y sus mecanismos protegen a la gran infamia. Pero puede ocurrir que jueces o policías que se tomen en serio eso tan raro de la justicia escarben en el lodazal, consigan de vez en cuando encarcelar a gente que parecía intocable. Évole les ofrece la palabra a tipos importantes que cayeron en desgracia. Labor encomiable, pero también complicada. Por cierto, qué castizo, qué simpático, qué sentimental es Granados. Sigo a la espera.
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