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El baile de las vanguardias empezó en un cabaret

El museo Belvedere de Viena se entrega al mundo de la noche en la exposición ‘Into the Night’, un viaje por los clubs que definieron el arte moderno

La obra 'Damenkneipe' (Club de mujeres), del artista alemán Rudolf Schlichter, c. 1925.
La obra 'Damenkneipe' (Club de mujeres), del artista alemán Rudolf Schlichter, c. 1925.Viola Roehr v. Alvensleben (akg-images)

Los comienzos no fueron prometedores. Los dos primeros días no se presentó nadie. El Cabaret Fledermaus era una obra de arte extrema. Demasiado irreverente, innovador, la creación total. Concebido por la Wiener Werkstätte, una cooperativa de artistas fundada por el arquitecto Josef Hoffmann y el artista Koloman Moser, con textos de Peter Altenberg, lucía un diseño transgresor que marcó la transición de la Secesión al expresionismo en Viena en el que se implicaron Gustav Klimt y Oskar Kokoschka. Solo el bar estaba decorado con un mosaico de 7.000 teselas de mayólica obra de Bertold Löffler. En 1913, seis años después de su apertura, se cumplieron las expectativas. Se hundió en la bancarrota y cerró sus puertas. Algo más de un siglo después, un equipo de 50 personas ha trabajado para recrear ese bar pieza por pieza y exponerlo como una obra de arte en uno de los museos más prestigiosos del mundo, el Belvedere de Viena.

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Para armarlo solo disponían de una fotografía de 1908 y en blanco y negro (de un local que es una orgía de color). “Nos encontramos con otro problema. Algunos esmaltes para los colores rojo, amarillo y naranja de la cerámica contenían plomo y uranio y eran muy brillantes. Hoy el trabajo con estos metales está prohibido. Toda la sala es una interpretación”, explica Cosima Rainer, directora del archivo de la Universidad de Artes Aplicadas de Viena, mientras señala dos azulejos con una figura barbada escondida: “Creemos que es un retrato de Peter Altenberg”.

El Fledermaus es uno de los cabarés, cafés y clubes que rescata Into the Night, en el Belvedere y la Orangerie hasta el 1 de junio. La exposición muestra cómo estos espacios marginales, ajenos a la academia, se convirtieron en lugares de experimentación y tráfico de ideas. Más que artistas frecuentando bares, se trata de mostrar a artistas construyendo bares.

En L’Aubette, hoy catalogado como monumento histórico en Estrasburgo, Hans Jean Arp, Sophie Taeuber-Arp y Theo van Doesburg instalaron en 1928 un cine-sala de baile. Su propuesta era traducir en tres dimensiones el lenguaje de la abstracción geométrica, colocar al individuo dentro de la pintura antes que delante de ella. El cabaré Le Chat Noir de Montmartre, con su teatro de sombras, que se recrea con siluetas chinescas que cuelgan del artesonado del Belvedere, anticipó el cine. De la docena de locales que se exhibe, acompañados por 320 obras de arte y un programa de actuaciones en vivo, el único que permanece activo es el Cabaret Voltaire, inaugurado en Zúrich por la pareja compuesta por Hugo Ball y Emmy Hennings el 5 de febrero de 1916. Esa noche nació el dadaísmo.

La idea surgió de Florence Ostende, comisaria del Barbican Art Gallery de Londres, que comenzó con el proyecto hace tres años. En el camino, viajó a Ciudad de México para documentarse sobre el Café de Nadie, sede del movimiento estridentista, que para cargarse la tradición proclamaba triunfante: “¡Chopin a la silla eléctrica!”. Allí encontró una brillante colección de grabados de madera del círculo de artistas treinta-treintistas expuestos en 1929 en la Carpa Amaro, ubicada en la colonia San Rafael. Uno de ellos es Cabeza de Lenin, obra de Gabriel Fernández Ledesma, presente junto con los demás entre las maderas nobles del palacio barroco del Belvedere.

También trabajó con el artista iraní Parviz Tanavoli, con el que recupera el legado del Rasht 29, un club de Teherán con estatus de culto que funcionó entre 1966 y 1969. “Son espacios sociales que ofrecen una historia alternativa del arte moderno”, dice Ostende; “no quería que la exhibición se limitara a la perspectiva eurocéntrica. También abarca la vida nocturna de Harlem en los años veinte y treinta —los cabarés privados frente a los célebres clubes de jazz como el Cotton Club donde la audiencia afroamericana tenía prohibido el acceso—, y los Mbari clubs en Ibadán y Osogbo, Nigeria, en la década de los sesenta, cuando el país dejó de ser una colonia británica y se fraguó un vibrante grupo de artistas, escritores y músicos”.

Una de las salas se ocupa en exclusiva de la cultura subterránea del Berlín de entreguerras. Un librito expuesto en una vitrina sirve como referente. Se trata de la Guía del Berlín libertino, de Curt Moreck, que en 1931 mapeó todos los garitos para lesbianas y noctívagos gays de la ciudad. Le acompañan unas litografías de Max Beckmann y Jeanne Mammen que revelan la poderosa atracción de la burguesía por los bajos fondos. Al menos, en sus ratos libres. En la República de Weimar florecieron cabarés, bares nocturnos y clubes de travestis como Eldorado que encendieron la imaginación de artistas como Otto Dix. En un rincón de la sala cuelga un retrato de su musa, la bailarina politoxicómana Anita Berber, símbolo erótico de un tiempo que se borró en 1933. Las camisas pardas pronto sustituyeron a los cancanes y las enaguas. Los nazis transformaron Eldorado en un cuartel general de las milicias SA.

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