Fellinilandia
'Maestro Fellini', de Ludovica Damiani y Guido Torlonia, traza un precioso retrato del mago de Rímini, llenando el barcelonés teatro Akadèmia hasta los topes
A simple vista parece algo humilde, dictado por la rapidez o el escaso presupuesto. Dos atriles, una pantalla, fragmentos de entrevistas y películas, música grabada. Dos intérpretes. Una lectura, cualquiera pensaría que apenas ensayada. Pero retoma una antigua certeza: en arte, lo más difícil es que parezca sencillo. Estoy hablando de Maestro Fellini, de Ludovica Damiani y Guido Torlonia, que han trazado un precioso retrato del mago de Rímini, llenando el barcelonés teatro Akadèmia hasta los topes. Una primera serie, a cargo de Mario Gas y Serena Vergano. La segunda, Gas y Mar Ulldemolins. Y una sesión única que se me escapó, en italiano, con Rossy de Palma y Sergio Rubini.
También reparas en otro difícil logro: Gas, Vergano y Ulldemolins leen de tal modo que a los pocos minutos te olvidas de que leen. Lo que perdura es la inteligencia de sus miradas. Y el silencio y la escucha que los vinculan. No es que “hagan”, por ejemplo, de Fellini y Masina. Podrían hacerlo perfectamente, por descontado. Pero aquí son un hombre y una mujer que nos hablan por igual de la vida, de la fabulación, del entusiasmo y la ansiedad de Fellini
Me llevan a imaginar más personajes. Gas y Vergano: dos amantes maduros que han vivido mil historias, mil complicidades, como los de la canción de Brel. Veo a Gas y Ulldemolins como un padre y una hija, o un maestro y una discípula aventajada. A Masina le basta con aparecer en pantalla y mirar a cámara para que sus ojos se multipliquen. Miro a Ulldemolins, que fue Gelsomina (trompeta incluida) en el segundo montaje que Gas hizo de La strada, y se me funden la dulce payasa y la condesa Renata de Al otro lado del río y entre los árboles, de Hemingway. Miro a Vergano cruzando la noche invernal de Una historia de amor, de Jorge Grau, porque aquella vivacidad milanesa sigue latiendo en su rostro de hoy: vuelve a ser italiana.
Quizás Mar y Serena vengan del misterioso territorio de donde surgen los relatos. Quizás cada puerta que entreabren revele un nuevo camino, una nueva escena. Como esta, entre muchas estupendas, y que no había visto jamás: Sordi es un taxista que parece un zanni goldoniano y Fellini quiere salir por pies, pero no puede dejar de escuchar al enfebrecido Bertone.
He visto dos veces la función. O la evocación. Una en castellano, otra en catalán. Diría que son iguales, pero cada vez me han parecido distintas. Acaba el 16 de febrero. He salido tarareando a Nino Rota, claro. Y pensando que Gas sigue en la Italia del teatro: en marzo, en la Akadèmia, dirige El hombre de la flor en la boca, que creó Pirandello pero parece inventada por Gassman. Y deseo que Gas, Ulldemolins y Vergano giren Maestro Fellini, y me gustaría verles hacer Después del ensayo, de Bergman, una función que les iría que ni pintada. Y caigo en la cuenta de que Gas y Bárbara Granados todavía no han girado la espléndida Amici miei. Y deberían: no andamos sobrados de belleza.
Babelia
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