La fuerza de la fragilidad
El cine de la “historia en vilo” sigue conmoviendo porque no solo pertenece al recuerdo. Nos interpela
Y qué puedo hacer? Me acordé del personaje de César Vallejo, en España, aparta de mí este cáliz, que escribía con su dedo en el aire: “¡Viban los compañeros!”. Escribir ahora, en este aire roto de febrero, “¡Viba José Luis Cuerda!”. Y que ese viba fuese como una errata que desequilibrase a la muerte. Como la memoria. Somos lo que recordamos y lo que olvidamos, y Cuerda era un activista de la memoria. No como una celebración del pasado, sino como un rescate de la posibilidad, como un presente recordado. El cine de la “historia en vilo” de Cuerda, en especial La lengua de las mariposas y Los girasoles ciegos, sigue conmoviendo porque no solo pertenece al recuerdo. Nos interpela. Sacude la suspensión de las conciencias y la peor enfermedad: la indiferencia ante la injusticia. Un cine que, mientras no se apaga, mantiene a raya la brutalidad.
Cuando se habla de las películas sobre la Guerra Civil española (para mí, término inexacto, pues se trató en realidad de la primera guerra antifascista, prefacio de la Segunda Guerra Mundial) es ya un tópico hablar del “exceso” de filmes. Una de las falsedades que tuvo que soportar José Luis Cuerda. En realidad, son muy pocas. Los españoles, por ejemplo, han podido ver en las pantallas los campos de exterminio nazis, pero no los campos del franquismo.
¿Demasiada memoria histórica?
Cuerda y yo estábamos de acuerdo con el historiador judío Yosef Hayim Yerushalmi: “Si esa es la opción, me pronuncio por el ‘exceso’ antes que por la ‘falta’, pues mi terror a olvidar es mayor que mi terror a tener demasiado que recordar”. La memoria tiene un calado diferente de la palabra historia. Aunque se hable de “memoria histórica” siempre hay un desasosiego, el dolor fantasma de la amputación, las almas en vilo. Hay quien piensa que un cine que afronta dramas históricos, que todavía humean como volcanes incesantes, solo puede hacerse desde una fortaleza militante o con la protección de una maquinaria industrial acorazada. Nada de eso.
Cuerda hizo ese tipo de cine, y del mejor, desde la fragilidad. Su genio, en el doble sentido, tenía mucho que ver con esa condición frágil. En una carta dirigida a Michelangelo Antonioni, publicada en Cahiers du Cinéma, el ensayista Roland Barthes hablaba de la fragilidad del artista contemporáneo. Y la presentaba como una virtud no como una tara. Con pocas excepciones, quien se dedica al arte, jamás tiene asegurada su vida ni el trabajo. Sabe que, decía Barthes, su desvanecimiento es algo posible y en cualquier momento. Y decía más: tiene que soportar el cansancio ideológico, la mala conciencia social, el señuelo del arte fácil, el incesante escrúpulo.
¡Qué frágil y qué fuerte has sido, compañero! ¡Viba Cuerda!
Babelia
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