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Crítica | Mi gran pequeña granja
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dentro de la utopía rural

No pretende ser un tratado filosófico sobre la naturaleza sino una especie de guía práctica para afrontar los sinsabores de un proyecto ecológico y sostenible

Elsa Fernández-Santos
John Chester, en 'Mi gran pequeña granja'.
John Chester, en 'Mi gran pequeña granja'.

Este documental hay que situarlo dentro de la imparable corriente que, a partir de los devastadores efectos de la globalización y del cambio climático, reivindica un renacer en el campo capaz de salvar el futuro del planeta. Hay infinidad de libros sobre las nuevas experiencias rurales o sobre esa vida salvaje a lo Walden, el célebre clásico del pensamiento de Henry David Thoreau convertido en la última década en libro de cabecera de los creyentes en esta vuelta a los orígenes. la vida en la naturaleza y sus complejos ciclos de supervivencia se han tratado desde la ficción y desde el documental-ensayo. De Hacia rutas salvajes, de Sean Penn, a la magistral Grizzly man, de Werner Herzog.

MI GRAN PEQUEÑA GRANJA

Dirección: John Chester.

Género: documental. Estados Unidos, 2018.

Duración: 91 minutos.

Mi gran pequeña granja no pretende ser un tratado filosófico sobre la naturaleza sino una especie de guía práctica para afrontar los sinsabores de un proyecto ecológico y sostenible. La película se sitúa en el ámbito del registro documental de una experiencia que se remonta a 2011, cuando el director John Chester y su mujer, la chef Molly Chester, se vieron obligados a dejar su apartamento ante las quejas de sus vecinos por los ladridos de su nuevo perro. Con una carta de desahucio en la mano por culpa de su inquieto animal doméstico y hartos de la vida urbana, la pareja se embarcó en el utópico proyecto de una granja revolucionaria. Situada al norte de Los Ángeles, en el condado de Ventura, compraron un terreno de 200 acres para desarrollar un proyecto con vacas, gallinas, cerdos, patos, ovejas y todo tipo de cultivos alimentados por una tierra mantenida sin pesticidas ni químicos. La llamaron The Apricot Lane Farm y contrataron a un gurú en agricultura biodinámica, Alan York.

La película recoge con imágenes cautivadoras del mundo microscópico y animal una aventura de ocho años en la que aprendemos que nada es controlable cuando se trata del campo pero que todo tiene sus motivos, y eso incluye la crueldad y la muerte. Plagas de pulgones, coyotes y enfermedades son la otra cara de esta utopía rural que nos confirma la sospecha de que detrás de una receta sostenible no hay un camino de rosas.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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