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Suicidio, machismo, homofobia: no hay vetos en el teatro para jóvenes

Dramaturgos de renombre conquistan los institutos con temáticas adolescentes

Raquel Vidales
Desde la izquierda, Guillermo de los Santos, Juan de Vera y Paula Muñoz, en '#malditos16'.
Desde la izquierda, Guillermo de los Santos, Juan de Vera y Paula Muñoz, en '#malditos16'. RUBÉN VEJABALBÁN

La obra teatral #malditos16, de Nando López, fue un exitazo cuando se estrenó en 2017 en el Centro Dramático Nacional y es el título de la editorial Antígona (especializada en teatro) más vendido el año pasado. Y eso que su tema no es agradable: reconstruye la vida de cuatro jóvenes que intentaron suicidarse cuando tenían 16 años. Por la boca, de Jose Padilla, está protagonizada por una adolescente anoréxica. El último romántico, de Denise Despeyroux, presenta una situación de maltrato en una pareja de chavales. Fiesta, fiesta, fiesta, de Lucía Miranda, recoge las preocupaciones de los habitantes de un instituto público español, tanto los alumnos como sus familias y sus profesores. Nunca pasa nada, también de Nando López, repasa las vivencias (algunas traumáticas) de una pandilla de veinteañeros.

Estas obras forman parte de una nueva línea de programación que acaba de inaugurar el teatro Galileo de Madrid dedicada al público juvenil. Suicidio, violencia machista, identidad sexual, amistad, frustraciones... no hay vetos. “Por supuesto que no hay vetos ni debe haberlos, la comunidad docente es unánimemente contraria al veto parental en todos los ámbitos. Precisamente por eso gustan tanto estas obras a los chavales. Son temas que les preocupan, problemas que muchas veces no saben cómo enfrentar. Encontrar reflejados en el teatro sus conflictos y sus miedos, poder hablar de ello a la salida o en los debates que suele haber después de las funciones, supone para muchos de ellos un desahogo tremendo”, explica Nando López.

Hablamos de espectadores de 12 a 20 años, una franja de edad tradicionalmente ignorada por los dramaturgos “de prestigio”, volcados más bien en escribir obras para adultos, que dan más renombre y visibilidad. En consecuencia, los jóvenes tampoco suelen mostrar mucho entusiasmo por el teatro: no se ven reflejados en ese espejo que se le supone al género. Por suerte, eso está cambiando, en buena parte porque ellos mismos lo están demandando. López, por ejemplo, escribió su primera obra de teatro por encargo de LaJoven, compañía especializada en este tipo de público, que le pidió que adaptara su novela La edad de la ira (finalista del Premio Nadal en 2010), que aborda el problema de la homofobia en los institutos. La novela va por su 12ª edición y la versión teatral (estrenada en 2017) por la sexta. No es el único best seller de este autor: sus novelas Nadie nos oye (2018), En las redes del miedo (2019) van de mano en mano en los institutos y está a punto de publicar Hasta nunca, Peter Pan.

Jose Padilla, autor de éxitos entre el público adulto como Las crónicas de Sanchidrián, también se acercó a los jóvenes por encargo. En 2016 la productora Ventrículo Veloz, especializada en esa franja, le pidió que escribiera una obra sobre el acoso escolar. Con completa libertad, sin cortapisas. La tituló Papel y tuvo tan buena acogida que le pidieron una segunda al año siguiente, que resultó ser Por la boca, sobre el acoso escolar, y otra más la temporada siguiente, Dados, sobre la identidad sexual. Las tres conforman la Trilogía veloz y todavía hoy los institutos se las rifan para sus campañas de teatro escolar. ¿El secreto? “No escribir con condescendencia. Si ellos notan que les quieres adoctrinar, se alejan. Tienes que intentar ponerte en su piel, volver tú mismo a la adolescencia, por muy incómodo que eso resulte, pues es una etapa de la vida difícil que en general todo el mundo quiere olvidar. Quizá por eso nos cuesta tanto escribir sobre ella”, responde Padilla.

Más reciente es la experiencia de Denise Despeyroux, otro nombre importante de la dramaturgia contemporánea en español, que ha llegado al teatro para jóvenes de la misma manera que Padilla, por encargo de Ventrículo Veloz. Y como Padilla, su máxima ha sido evitar el adoctrinamiento. “Me pidieron que escribiera sobre la violencia de género. Un tema delicado, no quería presentarles una situación típica, sino una más sutil. Lo bueno es que en general todos han sabido reconocerla en la obra, aunque en algunos debates posteriores a la función se han oído argumentos preocupantes, como que las mujeres también pueden ser violentas con los hombres, posiblemente oídos a algunos políticos”, comenta la autora.

Lucía Miranda es un caso aparte. Lo suyo fue por iniciativa propia. “Estuve trabajando en programas de teatro aplicado unos cuantos años en EE UU y allí descubrí proyectos increíbles. En España estamos retrasadísimos, es como si diéramos por perdida esa franja de edad de antemano porque es muy difícil. No es tan difícil, simplemente hay que intentar ponerse en su lugar, reconectar con esa edad, escuchar sus preocupaciones. Y luego llevarlas al escenario de una manera artística, no pensando en ser pedagógico”, advierte. Tras recorrer institutos de toda España con su obra Fiesta, fiesta, fiesta, la dramaturga acaba de estrenar un nuevo trabajo, La chica que soñaba, que invita a las jóvenes a conquistar profesiones científicas o tradicionalmente “masculinas”.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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