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Naturaleza imperfecta

Ramón del Castillo escribe, en 'El jardín de los delirios', el mejor compendio que uno puede imaginar de teorías acerca de la naturaleza

Una botella de agua de iceberg cuesta un poco más de 100 euros. A comienzos de verano otra turista moría en Alaska buscando el autobús de Hacia rutas salvajes, película de Sean Penn (y libro de Jon Krakauer) convertida en biblia hipster del retorno a las fuentes “primigenias” de la naturaleza. En las librerías proliferan las publicaciones acerca de las virtudes del caminar como práctica filosófica y estética. Algunos grupos ecologistas propugnan la esterilización del ser humano para que el planeta pueda continuar su ciclo liberado de nuestra carga dañina...

Podrían ser ejemplos de los “delirios”estudiados por Ramón del Castillo (Madrid, 1964) en el apabullante El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo. Filósofo y antropólogo, pluma siempre ágil y polémica, Del Castillo explora las diversas corrientes de pensamiento que se fundamentan en una supuesta naturaleza equilibrada y armónica, protectora. Pero el propio concepto de delirio empleado por Del Castillo es voluntariamente ambiguo: es una ilusión, pero también un errar en su doble sentido de equivocarse y de salir del camino; es la condición de emergencia de una verdad reprimida, incluso de la conciencia de los límites de nuestro entendimiento. Además, el delirio, forma de humor involuntario, desmontaría aquellos clichés que hacemos pasar por neutrales (por naturales); en este caso, todas aquellas proyecciones que le lanzamos al concepto de “naturaleza” con una absoluta falta de realismo. “Si nuestros abuelos de orígenes rurales hubieran vivido lo suficiente para ver cómo nos comportamos un fin de semana en el campo, amando a la madre naturaleza”, escribe Del Castillo, “quizá habrían acabado mentando a la madre que nos parió”.

Del Castillo no es un reaccionario cascarrabias que niegue las virtudes de la naturaleza, sino algo más sutil. La tesis central de El jardín de los delirios debe mucho a cierto pensamiento marxista (vía Jameson o Eagleton): cuando se pretende redivinizar la naturaleza, estamos dando fin a la política. Porque “el deseo de entrar en contacto de una forma espontánea [con la naturaleza]”, escribe, es un producto “histórico y relativamente reciente”. E incluso, siguiendo el pensamiento del geógrafo libertario Bernard Charbonneau (otro de los autores de referencia de Del Castillo, junto a Yi-Fu Tuan o Italo Calvino): hemos inventado la naturaleza al destruirla y esta invención contribuye a su destrucción.

"Hemos inventado la naturaleza al destruirla y esta invención contribuye a su destrucción"

Aunque Del Castillo no ha pretendido escribir un libro didáctico, sino más bien una crítica inclemente del re-encantamiento del mundo, el tono bienhumorado de su escritura irónica convierte El jardín de los delirios en el mejor compendio que uno puede imaginar de teorías acerca de la naturaleza: literarias, filosóficas, urbanisticas, musicológicas... Esto incluye el tópico de la fuga mundi hacia espacios de pureza; el flanerismo, aunque “los libros sobre el arte de andar dedican poco espacio al accidente peatonal”; la amnesia ambiental y las “solastalgia”, dolencia causada por la lenta degradación del entorno; las diferentes ramas del ecologismo; la inquietante militarización del imaginario de los campistas; el turismo de la élites que consumen experiencias en paisajes intocados; las diversas teorías en torno al jardín como espacio de juegos o de suplicios; y también los jardines surrealistas y el elogio del artificio; la naturaleza errante de Giles Clément y la “revolución copernicana” de Alain Roger en su naturaleza que imita al arte; los espacios basura interplanetarios estudiados por arquitectos estrella; el cine de ciencia ficción y sus apocalipsis climáticos...

Del Catillo es un erudito con mucho de connoisseur de cada disciplina que estudia. Su gusto por la provocación es algo más que un gesto de espectacularización de la filosofía. Es un filósofo atípico, quizá con algo de artista, e incluso de artista delirante. Por eso no abandona un tono levemente autobiográfico, se incluye como personaje de muchas de las anécdotas (exempla de su teoría); y lo que quizá sea más interesante en un sentido estructural: abre caminos y digresiones imprevistas donde el lector menos lo espera. Por ejemplo en las extensas y agudas notas al texto o en una engañosa bibliografía que ocupa más de medio libro, titulada “Biblioteca delirante”. En ella Del Castillo no se limita a señalar las fuentes de su texto, sino que emprende un exhaustivo repaso de los delirios lúcidos del naturalismo (y quizá más simpáticos) en la estética: la literatura, la música, el arte.

No debería hacer falta insistir: esto no es un libro antiecologista. Más bien, lo contrario. Una de las cualidades de esta obra importante es repensar en términos políticos a qué nos referimos cuando hablamos de naturaleza. De ahí su urgencia. “La tripulación del Apolo XI”, escribe Del Castillo “pudo llamar a Houston y decir que tenía un problema para no morir respirando dióxido de carbono”, pero nosotros tenemos “más de un problema, se diría que bastantes, y nadie a quien llamar” para que nos ayude a descubrir “cómo seguir respirando en una atmósfera cada vez más contaminada”.

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Título: El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo
Autor: Ramón del Castillo
Formato: Tapa blanda, 680 páginas


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