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Lejos de Kakania

Adiós, lejos

Carlos Pardo retrata brutalmente en la novela 'Lejos de Kakania' la amistad entre dos hombres al tiempo que reflexiona sobre una juventud que nació desmoralizada

El escritor Carlos Pardo.
El escritor Carlos Pardo.Claudio Álvarez

Kakania es el acrónimo, irónico y distante, con que Robert Musil se refiere al imperio austrohúngaro en su novela El hombre sin atributos. Una palabra formada a partir precisamente de los atributos de su sistema político (kaiserlich und königlich, imperial y real, es decir imperial por Austria y real por Hungría). Todos disponemos de esta información. Pero desde la primera frase del libro de Carlos Pardo, Lejos de Kakania (y la primera frase es “Anoche hubo tormenta eléctrica”), una pregunta ha permanecido a lo largo de mi lectura: ¿de quién o de qué expresa su lejanía el autor?, ¿de qué ha querido distanciarse con un título tan rotundo y perfecto? Y digo autor y no narrador porque aunque el formato de la escritura encaja con lo que entendemos por novela, la experiencia personal es el eje del libro. Una experiencia en torno a un personaje que se llama Carlos, como el autor; que es poeta, el autor lo ha sido; que ha vivido en los mismos lugares evocados en el texto (Madrid, Córdoba, Granada), y, en fin, que por encima de todo nos plantea un desgarro no solo generacional, sino también propio.

Una gran diferencia entre nuestra época y las anteriores, miles de años precediéndonos, es la honda desmoralización que caracteriza a nuestros jóvenes. Caminan a tientas en busca de algo que dé un poco de firmeza a sus vidas, pero la confusión mental es de tal magnitud, su falta de confianza en el futuro, en la sociedad, es tan abrumadora que el hecho de vivir es para muchos de ellos como hallarse al borde de un vertedero donde el mejor remedio es la fuga. Espíritus tempranamente dañados que solo cuentan con su habitación, transformada en un islote independiente de la casa familiar. Allí se fuma, se bebe, se habla, se droga, se tienen relaciones y se cometen errores al abrigo del reproche de la mirada ajena. Salir de la habitación es como salir a la guerra, y en el caso que nos ocupa la guerra empieza con la figura materna, uno de los retratos más crudos que he tenido ocasión de leer. Lejos de Kakania habla pues de la juventud que ya fue con una gran franqueza, sin paños calientes y centrando la experiencia autobiográfica en la condición de poeta del autor. Porque Pardo (Madrid, 1975) evoca los años dedicados a ser poeta y a vivir confusamente entre poetas a la búsqueda de un espacio propio. Poetas con sus escisiones y hostilidades. Luis García Montero y la escuela granadina contra José Luis García Martín y los poetas ovetenses. La poesía de la experiencia como un trono del que todos quieren una parte —premios, invitaciones, revistas, pero poca solidaridad—. Sin embargo, también puede leerse el libro como una confrontación entre él mismo, autor de Echado a perder (2006), voluntariamente enfrentado a su amigo Abraham Gragera, escritor de un magnífico libro, Adiós a la época de los grandes caracteres (2005). Dos jóvenes, entonces, cuya poesía no estaba exenta, al contrario, de una cualidad filosófica capaz a su vez de enfrentar al lector a la complejidad del mundo. Eso hace también Carlos Pardo en Lejos de Kakania. Y Kakania es, o lo interpreto así, símbolo de un sistema poético sin salida, mero superviviente que se limita a seguir gracias a una apariencia bajo la cual se oculta una creatividad exhausta. ¿Lejos de Kakania significa pues lejos de la poesía? Los poemas que forman parte estructural del libro parecen indicar que no es así. Más bien lejos de los poetas, del sistema configurado por ellos. Lejos de una forma de vivir y sobre todo de entender la vida, y de eso se habla mucho en el libro. Lo cierro con otra pregunta a la que me invita aunque no sé cómo responder, ¿cuándo y por qué se desmoralizó el ser humano?

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Autor: Carlos Pardo. 


Editorial: Periférica, 2019.


Formato: Tapa Blanda (496 páginas).


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