Rafa Cervera invoca el espectro de Lou Reed en su territorio literario de El Saler
El periodista valenciano publica su segunda novela 'Porque ya no queda tiempo' tras la buena acogida de su estreno
Las entrevistas, reportajes y crónicas que jalonan la trayectoria de casi cuatro décadas de Rafa Cervera (Valencia, 56 años) le convirtieron en una firma referencial del periodismo musical en España. Pero de un tiempo a esta parte, eso ya no es suficiente. El colaborador de EL PAÍS y de medios como Ruta 66, Valencia Plaza, Primera Línea o GQ emprendió con éxito hace tres años el camino de la literatura con la novela Lejos de todo (Jekyll & Jill), que obtuvo el premio de la Crítica Valenciana. Y ahora vuelve a su territorio, tan real como imaginado, de El Saler en su reciente Porque ya no queda tiempo (Jekyll & Jill, 2020), en la que ahonda en las posibilidades literario de un paraje extraordinario, entre el mar y la Albufera, a 10 kilómetros de Valencia. Si en la anterior novela se invocaba el fantasma de David Bowie, en la actual sobrevuela Lou Reed. Pero se trata de dos libros muy diferentes.
Porque ya no queda tiempo es más fragmentario, más arriesgado, más singular. Por sus páginas pasan, sin jerarquía cronológica, los espectros del cantante de la Velvet Underground, pero también de otros músicos como Ian McCulloch, Madonna, Robyn Hitchcok o los mejores amigos y casi todos los familiares reales del autor. Se nutre de una materia prima que es, teóricamente, más real y menos ficcional, alejándose tanto de la novela al uso, como del acopio de relatos o de unas memorias convencionales, algo que en modo alguno era el objetivo. “Iba a ser una recopilación de artículos”, confiesa el periodista y escritor, hasta que se dio cuenta de que no quería hacer eso, porque la premisa era “huir del periodismo, de sus vicios y de sus lugares comunes, algo de lo que huyo cuando hago ficción”.
“Pienso que nuestro público va envejeciendo, se va agotando, que nuestra era ya ha pasado, y que no quiero repetirme ni vivir de mi propio cuento”, argumenta sobre el periodismo musical, que no quiere afrontar bajo el peso de la inercia ni el acomodamiento. “A mí me piden ahora que haga un artículo sobre rock sinfónico, y me hacen un desgraciado, porque no lo soporto, ni a los Flying Burrito Brothers, ni a Linda Ronstadt, ni muchas otras cosas, porque sigo siendo, en ese sentido, como cuando tenía 17, 20 o 25 años: que lo que no me gusta, no me gusta”, recalca. Acabar escribiendo novelas, en su caso, se entiende un poco más desde el momento en el que asume que el periodismo fue para él una válvula de escape, una pasión que terminó por convertirse en su profesión.
Porque ya no queda tiempo (Jekyll & Jill), que está marcado por la sombra de un Lou Reed que ejerce de espina dorsal, apareciendo y desapareciendo del relato, partiendo de algunas de las entrevistas que mantuvo con el autor o incluso de aquel accidentado concierto que ofreció en Madrid en 1980, es una novela más literaria por la forma que por el fondo. Los referentes son más explícitos. En algunas ocasiones, confesos: “Agustín Fernández Mallo, para mí, es una gran influencia. O John Cheever. Me fuerzo a escribir frases a lo John Cheever, porque me gusta mucho cómo lo hace, aunque no sé si lo consigo”, dice. También “hay cosas de Marta Sanz, Rodrigo Fresán, Vila-Matas, Rafael Chirbes o Iris Murdoch, que luego, sin querer o queriendo, las he volcado haciéndolas mías”, añade.
Lo que más le sigue inspirando son las letras de las canciones: “Ayer iba escuchando una canción de Songs For Drella (1990), de Lou Reed y John Cale, y me dije que eso lo tenía que filtrar, al igual que me hubiera gustado escribir algunos de los versos de Ennui o de Kill Your Sons de Lou Reed o del Smoke Rings de Laurie Anderson, pero como no puedo porque ya existen y son inmejorables, pues directamente intento apropiarme de su tempo y de su atmósfera”, resume.
Las ciudades y los lugares en las que ha vivido o ha estado están también muy presentes en el libro, hasta convertirse casi en personajes. Es el caso de Madrid, Barcelona y Valencia, y sobre todo El Saler. Desde que volvió de Madrid hace más de una década, este paraje natural entre el mar y la Albufera se ha convertido en fermento literario: “Es un territorio literario con unas posibilidades infinitas, salvo cuando vienen las tormentas y las arañas se apropian de todo y te pudren las plantas una y otra vez y lo llenan todo de telarañas, ese punto gótico”.
El Saler es para él “como la campiña de Cumbres Borrascosas, el Macondo de Cien años de soledad o el Twin Peaks de David Lynch”. El entorno ideal para recapitular y hacen inventario, en forma de una novela magnética, de vivencias, amistades, amores, sensaciones de todo tipo e incluso un devenir emocional que tiene mucho que ver con las propias relaciones familiares: “Uno de los objetivos de este libro era decir una serie de cosas a algunas personas: que si ahora me cae un rayo y me fulmina, me quedo tranquilo habiendo escrito esto”, dice. Y la única forma sensata de abordar un “ente tan complicado” como es la familia, sin dar la sensación de querer ajustar cuentas con nada ni con nadie (“no buscaba eso, para nada”), era hacerlo “con honestidad y sin miedo al pudor”. Dos cualidades que, en un relato tan confesional como Porque ya no queda tiempo, son “tan importantes como escribirlo bien o intentar ser poético”.
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