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Entre la soledad y la multitud

El pintor Abraham Lacalle rememora al Juan Genovés de los años sesenta y setenta

El pintor Juan Genovés, subido a una escalera, delante de una de sus obras en la galería Malborough de Madrid, en 1995.
El pintor Juan Genovés, subido a una escalera, delante de una de sus obras en la galería Malborough de Madrid, en 1995. Juan G. Francés

Juan Genovés (que ha fallecido el 15 de mayo de 2020) es El abrazo. No el monumental de la calle Atocha de Madrid, ni tampoco el que está colgado (su réplica) en el Parlamento como glorificación de los Pactos de la Moncloa. O, como él decía, “el de la engañosa Constitución del 78 que bajo la amenaza y el ruido de las espadas de los militares sobre nuestras cabezas, hizo lo que se pudo y poco más”. Es ese abrazo que se utilizó para un póster editado por la Junta Democrática que presenció la matanza de Atocha. El cartel de Amnistía Internacional. El que señala que, más que una alegoría de la reconciliación, estamos más bien ante una constatación del horror.

Desde ese icono cultural a su pintura reciente, hay un Genovés prácticamente desconocido que conviene recordar. Es el que se esconde tras su obra de los años sesenta y setenta. Una obra que hizo durante la dictadura y en oposición al régimen franquista y que divulgó principalmente, por Europa. A eso que la crítica llamó crisis pictórica le llevó a pensar en dos cosas: en la soledad y en la multitud. Viajar a esa época de su pintura es como llegar a él de golpe: a la historia de un pintor convencido del poder transformador del arte y a la de una persona con un carácter inquieto, preocupada siempre por cierta idea de renovación.

Un día me contó algo sobre sus últimas multitudes, las matéricas y coloristas, que me viene a la cabeza hoy. Hablaba de esas cosas aparentemente nimias que le dan sentido a todo, como ese día, al atardecer, que asomado a su balcón, me explicaba que vio pasar a un grupo grande de gente cuyas sombras se proyectaban alargadas sobre el asfalto, como si esas manchas de personas fueran pegotitos de pintura en el suelo. De esa imagen, me contó, habían nacido sus últimos cuadros. No estaba lejos de otro artista, Aleksandr Ródchenko quien, con una buena dosis de ironía frente a los pintores futuristas que sobrevolaban la ciudad en avión para luego pintar lo que veían desde arriba, decía que en el constructivismo ruso hacían lo mismo, pero desde un edificio alto. Ponerse de puntillas para pintar es lo que tiene. Ni sobrevolando por los aires el recuerdo de Genovés desvanece esa idea de jeroglífico tan suya y tan difícil de desentrañar.

Abraham Lacalle es pintor.

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