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Karen Armstrong: “Cuando arrinconamos a la religión, surge el fundamentalismo”

La escritora sostiene que los libros sagrados nunca fueron leídos de forma literal, sino “inventiva y mística”. Al menos hasta que apareció una reacción integrista a la modernidad

Ricardo de Querol
Karen Armstrong, ante una de las muchas bibliotecas que alberga su casa.
Karen Armstrong, ante una de las muchas bibliotecas que alberga en su casa londinense.CARMEN VALIÑO

En su caserón en el norte de Londres, entre altas estanterías rebosantes de libros, Karen Armstrong vive con serenidad el aislamiento social por la crisis del coronavirus. “Mi vida no ha cambiado tanto porque vivo sola. Necesito la soledad que tanta gente no sabe disfrutar. No puedes ser escritora de otra manera”. Sus 75 años le permiten hacer la compra sin agobios en el horario reservado a los mayores en el supermercado de su barrio de Islington. Está convencida de que esta crisis nos cambiará. “Deberíamos aprovechar este confinamiento para pensar en serio sobre el futuro: no solo el nuestro, sino el de la naturaleza y la humanidad”.

En la misma casa en que recibió al periodista en 2015 ha empezado a trabajar en un libro sobre religión y naturaleza, otro para la casi treintena que ha escrito sobre la espiritualidad humana. A Armstrong (Worcestershire, Inglaterra, 1944) le interesan todas las creencias y se guarda las suyas desde que colgó los hábitos tras ser monja católica entre 1962 y 1969. Es una autoridad mundial en el estudio de la religión, que le valió el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017, el TED o el título de Oficial de la Orden del Imperio Británico.

Su último libro, El arte perdido de las Escrituras (Paidós), es un recorrido apabullante por las religiones desde sus antiquísimas raíces hasta la actualidad. El lector se dará cuenta de que los libros sagrados —la Biblia, la Torá, el Corán, los Vedas indios, los Clásicos confucionistas...— estaban vivos, venían de tradiciones orales, se recitaban más que se leían, eran parte de rituales, fueron reescritos una y otra vez, ampliados y corregidos, reinterpretados en cada época. Y, lo más importante, servían para la experiencia trascendente, pero no fueron entendidos literalmente, como palabra inmutable ni como verdades científicas o históricas. No fue así, al menos, hasta la modernidad.

“Queremos tener razón en vez de ser compasivos, que nuestra religión sea la mejor, lo que implica que todas las demás están equivocadas. Olvidamos que cuando hablamos de Dios, Brahman o el Tao, hablamos de lo trascendente y nadie tiene la última palabra”

“Demasiados creyentes y no creyentes leen los textos sagrados de forma obstinadamente literal y muy alejada del enfoque más inventivo y místico de la espiritualidad premoderna”, escribe. Los autores de esas escrituras no ocultaban las contradicciones y agregaban creencias distintas (por ejemplo, los cultos a Yahvé y a Elohim, previos al judaísmo), porque antes que el monoteísmo existió la monolatría: adorar al dios local sin pretender que fuera el único. Luego el cristianismo se empapó de helenismo, que era la primera filosofía secular. En Oriente, se influían entre sí lo que llamamos hinduismo, budismo, confucionismo o taoísmo, dando lugar a sincretismos. Ningún credo es puro.

La fe no es algo privado

¿Acaso es el fundamentalismo de cualquier religión un fenómeno moderno? “Es una respuesta a la modernidad. En todos los lugares donde se ha establecido un gobierno laicista que intenta arrinconar la religión en la esfera privada, surge una respuesta fundamentalista que trata de devolver la fe al centro del escenario”, responde en una conversación a través del correo electrónico.

La palabra fundamentalismo, de hecho, no aparece hasta principios del siglo XX en EE UU, ligada a movimientos cristianos. Ahí surgió, por ejemplo, el creacionismo. “Pero el término fundamentalista no sirve para otros movimientos. En el mundo islámico, por ejemplo, hay muy poca preocupación por la doctrina y la creencia; en vez de eso, los radicales islamistas se movilizan contra lo que perciben como injusticia social”.

La intervención de los imperios o potencias de cada época modificó los mapas de la religiosidad. Por ejemplo, fue la colonización inglesa la que acuñó el concepto de hinduismo para agrupar una diversa colección de creencias. “Los británicos crearon el hinduismo a su propia imagen y semejanza, y dejaron de forma involuntaria un legado de sectarismo en el subcontinente”, explica. Incapaces de entender la complejidad local, los británicos dividieron a la población en musulmanes, sijs, cristianos e hindúes. “Jamás ha existido una religión organizada al estilo occidental llamada hinduismo”, sentencia. Cuando ese nuevo hinduismo se identificó con la nación india, musulmanes y sijs se vieron acosados y se radicalizaron a su vez.

“Europa es extremadamente laicista, pero en casi todo el resto del mundo, incluido EE UU, la religión está en auge. La espiritualidad es innata en los humanos, todos buscamos experiencias trascendentes”

Armstrong rechaza la idea de que la religión ha hecho más por separarnos que por unirnos. “No es la religión, es la naturaleza humana. Somos una especie violenta”, explica. “Queremos tener razón en vez de ser compasivos, que nuestra religión sea la mejor, lo que implica que todas las demás están equivocadas. Olvidamos que cuando hablamos de Dios, Brahman o el Tao, hablamos de lo trascendente y nadie tiene la última palabra. Nadie sabe qué es Dios y qué no es Dios”.

La pensadora analiza a fondo las derivas integristas, pero incluye ahí el laicismo agresivo, porque la fe nunca fue un asunto privado. “Todas las religiones, sin excepción, nos dicen que la espiritualidad no es un fin en sí mismo; no tiene valor a menos que se exprese en la compasión, en la regla de oro: nunca trates a los demás como no quieres que traten. Eso implica compromiso político y público. Confucio, Buda, los profetas de Israel, Jesús y Mahoma insisten en esto”. Considera que “Europa es extremadamente laicista, pero en casi todo el resto del mundo, incluido EE UU, la religión está en auge. La espiritualidad es innata en los humanos, todos buscamos experiencias trascendentes”. Armstrong ubica el impulso religioso, al igual que el artístico, en el hemisferio derecho del cerebro, más holístico que analítico.

Le alarma el auge de la islamofobia. “Después del holocausto nazi, dijimos: nunca más. Pero en los noventa había campos de concentración en Bosnia, a las afueras de Europa. Este prejuicio es una desgracia para todos”. Explica que la yihad, la lucha personal, no se entendió en clave belicista hasta las cruzadas, y luego cuando las potencias occidentales se repartieron el mundo árabe.

Sesgo masculino

Tampoco comparte que el islam sea particularmente machista. “La religión no es diferente de cualquier otra esfera de la vida humana en su sesgo masculino. En Occidente estigmatizamos al islam por eso, pero cuando los cruzados se establecieron en Tierra Santa en el siglo XII, los musulmanes de Palestina y Siria se horrorizaron por cómo trataban a sus mujeres. El Corán otorga a las mujeres derechos legales de herencia y divorcio que las occidentales no disfrutarían hasta el siglo XIX”, cuenta. También Pablo había escrito que Cristo no distingue varón y mujer, en contra de la realidad patriarcal de la Iglesia.

“Ahora estamos encerrados, y sabemos qué son el miedo, la ansiedad y la pérdida de libertad. Las escrituras nos dicen que debemos sanar el dolor del mundo y que esta experiencia debería cambiar nuestra cortedad de miras”

Su concienzudo estudio de las creencias incluye, claro, al agnosticismo, cuyas raíces echa más atrás de la Ilustración. “Los primeros librepensadores y ateos no fueron los filósofos de la Ilustración sino los judíos españoles obligados a convertirse al cristianismo por la Inquisición”. En los siglos XVI y XVII, los llamados marranos derivaron a una fe híbrida, impregnada de racionalismo, que les llevó al estudio científico. Su Dios, dice, “era el Primer Motor aristotélico, que jamás intervenía en los asuntos mundanos”.

Del libro se deduce que las religiones son creaciones humanas. Entonces, ¿por qué creer en sus dioses? “El arte también es una creación humana, y la religión es una forma de arte. Se expresa mejor en los términos del arte, la poesía, la danza o la música, y lo hace peor cuando trata de convertirse en algo científico o racional”. El problema surge, concluye, cuando las religiones organizadas “se convierten en ídolos y se creen por encima de la realidad sagrada que tratan de promover”.

Esta escritora encuentra lecciones valiosas hoy en libros milenarios. ¿Qué nos dicen de los desafíos actuales, del cambio climático o de esta inesperada crisis del coronavirus? “Las escrituras orientales, en especial las chinas, siempre han estado muy preocupadas por el entorno natural, que consideran frágil. Pero, como indican las escrituras budistas, la naturaleza puede ser feroz y aterradora. Lo vemos con este virus que no podemos controlar a pesar de nuestros avances tecnológicos. Ahora estamos encerrados, y sabemos qué son el miedo, la ansiedad y la pérdida de libertad. Las escrituras nos dicen que debemos sanar el dolor del mundo y que esta experiencia debería cambiar nuestra cortedad de miras”.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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