Pixar ya no es lo que fue
Veo y escucho ‘Onward’ sin disgusto, pero no hay nada que me apasione en ella. Y es triste que ocurra esto en una productora que durante tantos años logró incrustar a perpetuidad en la memoria colectiva historias, situaciones, personajes, diálogos, sensaciones
Pixar ha supuesto un largo y venturoso milagro en el cine de animación. Reconociendo el enorme mérito de los inventos que hizo aquel señor tan imaginativo como tiránico llamado Walt Disney y su imperio absoluto en el universo de los dibujos animados (así se denominaba ese cine cuando yo era pequeño) sospecho que se realizaba pensando exclusivamente en la infancia, pasando ampliamente de los adultos que llevaban al cine a los críos. En mi caso, me he aburrido en bastantes casos con las aventuras de esas criaturas animadas que hacen soñar a los niños, compensado ese tedio al percibir su entusiasmo. Y todo eso cambió con el nacimiento de un invento genial llamado Pixar, arte puro y diversión inteligente con la que disfrutaban enormemente la gente mayor, probablemente aun más que la infancia. Y la intención de sus creadores, con el extraordinario John Lasseter al mando del barco, es evidente que era esa. O sea, que disfrute con nuestra oferta toda la familia. Y nunca pensé que el cine de animación iba a ocupar un lugar privilegiado en mi cineteca, en el grupo de películas que te van a acompañar el resto de tu existencia. Y ahí guardo con agradecimiento y mimo, ejerciendo como refugio ante la intemperie, provocándome risas y sentimientos gratos título como Wall.e, Ratatouille, Up, Buscando a Nemo, Los Increíbles, Toy Story, Monstruos S. A. y Del revés.
Y hace tiempo, para mi gusto, que desapareció en Pixar el permanente estado de gracia. Me regaló tantas cosas que sigo esperando con ilusión todo lo que lleve su firma. Pero mis expectativas se frustran en los últimos tiempos, e incluyo a Coco, que para muchos devotos de Pixar es una obra maestra. Onward la coescribe y la dirige Dan Scanlon, autor de la prescindible Monstruos University. Y cuentan que no ha representado para él un encargo, sino que existe algo muy personal de Scanlon en la historia. Cuenta la historia de dos hermanos elfos cuyo padre murió hace mucho tiempo. Les queda su peleona madre y un padrastro centauro que ejerce de policía. El más pequeño no guarda ningún recuerdo del padre. Y anhela poder tenerlos. El mayor, tan pintoresco como disparatado, recurrirá a la ya desaparecida magia, para recuperar la imagen del progenitor. Scanlon también perdió a su padre cuando era muy crío, tanto que no guardaba ninguna memoria de él. No dudo de la sinceridad de su propuesta, pero la búsqueda del padre de los dos elfitos recurriendo a hechizos, conjuros y sortilegios no me provoca ninguna emoción especial, aunque tiene su gracia que durante casi todo el metraje la imagen del resucitado padre solo sea de cintura para abajo.
Y, como siempre, la factura visual que imprime Pixar es impecable. Nada que reprochar a esas imágenes tan cuidadas. Habiéndome aburrido cantidad con la saga cinematográfica de Harry Potter (exceptuando su arranque), también estoy saturado del protagonismo de la magia, sea blanca o negra, como solución para los problemas del mundo o para acabar definitivamente con él. Veo y escucho Onward sin disgusto, pero no hay nada que me apasione en ella. Y es triste que ocurra esto en una productora que durante tantos años logró incrustar a perpetuidad en la memoria colectiva historias, situaciones, personajes, diálogos, sensaciones.
ONWARD
Dirección: Dan Scanlon.
Intérpretes: Tom Holland, Chris Pratt, Julia Louis-Dreyfus.
Género: aventuras animadas. EE UU, 2020.
Duración: 102 minutos.
Babelia
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