Yuri Herrera: La Otra ciencia-ficción
El escritor mexicano no solo imagina un nuevo mundo, también lo crea a partir de un lenguaje que suspende la realidad
Existe, podría decirse, una ciencia-ficción cómoda, que inventa a partir del arquetipo. Se limita, esa ciencia-ficción, si es que puede limitarse un género que pretende que todo sea posible, a imaginar otros mundos. Les da forma desde una lengua no cambiante que en nada se distingue de la que da forma a una historia realista. Esa ciencia-ficción imagina esos otros mundos sin construirlos. Estamos hablando de ciencia-ficción literaria, es decir, la ciencia-ficción que construyen las palabras. La comodidad, en ese sentido, consistiría en olvidar la forma y centrarse en el fondo. En inventar, como decíamos, esos otros mundos a partir de un lenguaje rígido, ya inventado, que pertenece a este mundo, que no viene, ni pretende venir, de ningún otro lugar. Y luego existe la Otra.
Yuri Herrera (Actopan, México, 1970) y los 21 relatos de Diez planetas, tan breves —apenas superan las 3 páginas, algunos ni siquiera las 2; en contadas y brillantes excepciones, ‘Zorg, autor de El Quijote’ y ‘Los conspiradores’, las 10— como exuberantes, en fondo y forma, pertenecen a esa Otra categoría: la de la ciencia-ficción que busca no únicamente imaginar un nuevo mundo, sino crearlo a partir de un lenguaje —y no solo un lenguaje, una estructura, un todo— que invente y descubra nuevos rincones, permitiendo que la sensación de fascinación ante un nuevo mundo se extrapole a lo que se lee y la forma en que eso se lee. Un ejemplo casi alegórico. El lector de narices de ‘El cosmonauta’ trata de hacer entendible ese extraño idioma nasal que solo él parece entender a lo que él llama “el mundo extra-narífico”.
Sin perder su carácter lúdico, esa Otra ciencia-ficción de Herrera que es pura literatura, explora, desde atractivos y exóticos y a veces tenebrosos lugares y personajes, lo efímero de la existencia —a partir de la muerte de una bacteria que toma conciencia de que es alguien y lo hace en el intestino delgado de un exfabricante de documentos falsos de Norfolk, Inglaterra (‘Entera’)—; la condición autodestructiva del arte —a partir del alguacil con deseos autodestructivos de lo que parece un penal para, sí, monstruos realmente monstruosos (‘El arte de los monstruos’)—, o la base de toda civilización —el apropiacionismo cultural, o la superposición de un mundo a otro que en realidad siempre fue el mismo (‘Los conspiradores’)—.
Y lo hace cruzando, como ocurre en ‘Anverso’, “ápices y ápices”. “Desiertos de ápices y cañadas de ápices y montañas de ápices”, por ejemplo, haciendo un uso, como decíamos, de la palabra, en un contexto inconcebible, jugando a desestabilizar o suspender también no solo la realidad de lo contado, sino también la del cómo se está contando, lo que consigue alejar doble y felizmente al lector de lo conocido, colocándolo, colocando a la condición humana al completo, al otro lado del espejo. Como en el brevísimo ‘Catálogo de la diversidad humana’, el ser humano se contempla como ser único en su especie en un zoológico extraterrestre. El funcionario aburrido, Potocki, que trata de hacerle reaccionar a partir de agentes externos no tiene ni la más remota idea del vasto universo que, como cada uno de los lúcidos y devorables relatos de Herrera, esconde en su interior.
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Autor: Yuri Herrera
Editorial: Periférica, 2019.
Formato: Tapa blanda (136 páginas)
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