La grieta italiana donde nacieron los monstruos
El exmagistrado Giuliano Turone reconstruye de forma trepidante tres años de crímenes y conspiraciones que tiñeron el país de sangre y corrupción
La grieta que se abre con cada cambio de época suele ser la semilla de una tormenta perfecta. Antonio Gramsci lanzó el aviso. ““El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Italia fue durante un tiempo el lugar donde esos monstruos, con el rostro de atentados, grandes crímenes de mafia, logias masónicas o banqueros asesinados pudieron permanecer ocultos. Sucedió cuando el país fue la frontera ideológica entre dos mundos y las tensiones mundiales cristalizaron en desastres como el secuestro de Aldo Moro o el atentado de Bolonia, donde murieron 85 personas. Giuliano Turone (Santa Margherita Ligure, 78 años) legendario juez de instrucción de Milán, se ocupó de la investigación que asestó el primer golpe a la logia Propaganda Due (P2), una organización al margen del poder democrático que creció y se expandió por contagio en las instituciones mientras todo eso ocurría. Italia oculta (Trotta, 2019) reconstruye de forma trepidante un relato escondido en la letra pequeña de miles de páginas de sumarios judiciales convertidas ya en historia contemporánea.
Los cambios que propiciaron la tensión y el ruido que relata Turone habían comenzado mucho antes, justo después de la Primavera de Praga y los atentados de la plaza Fontana en el centro de Milán en diciembre de 1969. Pero la brecha se abrió definitivamente durante los tres años entre 1978 a 1980 y permitió que una serie de engendros políticos y criminales transitasen libremente por los palacios romanos y confundiesen las instituciones democráticas con sus trincheras de poder. ¿Por qué Italia? Turone considera que tiene tres especificidades clave que abonaron el terreno: las mafias históricas, 1.000 años de papa/rey y ser la frontera occidental con el mundo soviético en descomposición. “Italia tuvo el Partido Comunista más importante del mundo occidental. Después de la Conferencia de Yalta, la presencia de esta formación generó gran preocupación en la OTAN y EEUU”, apunta sentado en uno de los bancos del Caffè Grecco, en la romana via Condotti.
Los caminos judiciales de Turone, curtido también en procesos contra la mafia, comenzaron a cruzarse a menudo. Durante la investigación del asesinato del banquero Giorgio Ambrosoli por parte de la Cosa Nostra - ser banquero era un oficio de riesgo entonces -, se ordenó el registro de la oficina de Licio Gelli, un turbio empresario cuyo nombre había aparecido en una pequeña agenda del también banquero Michele Sindona, envenenado en prisión años después. El hombre en el que confluyeron todas las pesquisas, fascista y “maestro venerable de la P2”, escondía en su caja fuerte la Piedra Rosetta para descodificar la organización que había infiltrando a hombres en todas las instituciones del país -desde la Guardia de Finanzas al Gobierno, pasando por el Corriere della Sera- para ejecutar famoso Plan de Renacimiento Democratico. “Aquello era la constitución de un golpe de estado encubierto. En Italia había habido algún intento previo de golpe tradicional, pero siempre fracasaron por una razón u otra. Ahora había reglas incluso para controlar los periódicos sin que la gente se diera cuenta”, explica Turone a propósito de una organización que siguió viva tras aquel golpe y que, con lolos s años, contó con afiliados como Silvio Berlusconi.
Italia atravesaba entonces un intento de acercamiento entre la Democracia Cristiana de Aldo Moro y el Partido Comunista de Enrico Berlinguer, el conocido Compromiso histórico. Un armisticio político que normalizaría las relaciones y la vida democrática, pero que nunca encontró el apoyo del ala a la derecha de la DC, encabezada por Giulio Andreotti. La inquietud al otro lado del Atlántico, desde donde llegaron ingentes cantidades de dinero que terminaron a menudo en las manos equivocadas, también se hizo sentir a menudo. Unas intromisiones, según Turone, que permiten hoy explicar algunos capítulos negros de la historia como el secuestro y asesinato del propio Moro por parte de las Brigadas Rojas (BR). “Las BR encontraron en un juego más grande que ellos mismos. El gobierno italiano, que entonces presidía Andreotti y tenía como ministro del Interior a Francesco Cossiga, el binomio infernal de este país, creó inmediatamente un comité de crisis”.
El problema es que en 1981, cuando salieron a la luz los papeles de la P2, se supo que el 90% de los que formaban aquel organismo eran afiliados a la logia masónica. Es decir, los jefes de todos los servicios secretos, algunos altos oficiales de las fuerzas armadas, la policía de estado… “Las investigaciones sobre el secuestro de Moro durante 55 días estuvieron prácticamente bloqueadas. Nadie hizo una verdadera investigación. El comité de crisis se dedicó a encumbrar a otro personaje al que llamó Cossiga por indicación de Kissinger. Un personaje clave de los servicios secretos de USA llamado Steve Pieczenik que estaba especializado en psicoanálisis. Él construyó una falsa negociación con las BR”.
La falsa negociación, cuenta ahora Turone, consistió en que los jefes de la BR se convenciesen de que podrían alcanzar algo cercano a lo que solicitaban. “Llegaron a pensar que serían excarcelados un cierto numero de compañeros. Piecznik llevó adelante ese trabajo manejando y embaucando a las BR, pero al final cambió las cartas y cerró todas las puertas. La única alternativa era matar a Aldo Moro. En 2006, muchos años después salió en Francia un libro donde Piecznik contó a un periodista francés cómo llevó a cabo esta falsa negociación. Según lo que escribió, los últimos días los pasó aterrorizado temiendo de que las BR entendiesen que les estaba tomando el pelo y que era mejor liberarlo. Básicamente contó que su misión era justo la contraria”.
Los tres años de tensión sirvieron también para sentar las bases de una magistratura independiente en Italia y alumbrar una nueva corriente de jueces y fiscales, como Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, que revolucionaron los métodos investigativos y terminaron con años de omertà. Pero la realidad, admite Turone, es que no se sabe cuánto de aquello quedó a oscuras. “Hablamos de misterios, pero en el arco del tiempo la mayoría de aquellos puntos oscuros que había en 1980 se han ido esclareciendo. Sobre el atentado de piazza Fontana, por ejemplo, sabemos perfectamente que no fue obra de anarquistas, sino de la ultraderecha de Ordine Nuovo. Pero mire, si hoy sigue habiendo una Italia Oculta, por su propia condición, no la conocemos. Esta época política me cuesta bastante de descifrar”. Cada era tendrá sus monstruos.
Babelia
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