Rosa Maria Sardà: “Lo único que me queda por hacer es morirme”
La actriz considera en su libro 'Un incidente sin importancia' que "la auténtica felicidad solo existe en la imaginación"
Es difícil contar que Rosa Maria Sardà (Barcelona, 78 años) es tímida, pudorosa y discreta. Lo que pasa es que es una muy buena actriz. Ahora ha decidido desnudarse de una manera que no lo había hecho. Sin ampararse bajo un personaje. Sin la mano de un director. Estrena oficio nuevo: el de una escritora que cuenta historias entrañables, relatos en los que recrea recuerdos y vivencias personales, escritos con la sensibilidad y el pulso de alguien que domina la técnica del cuento. Pero ella, hasta que se acostumbre a la idea de que cualquiera que lea Un incidente sin importancia (Planeta, Edicions 62 en catalán) va a acceder a su universo más íntimo, anda medio escondiéndose como si estuviera enseñando las vergüenzas.
Pregunta. ¿Escritora tardía?
Respuesta. En realidad no. Yo esto lo escribí bien entrados los cuarenta, porque sentí la necesidad de hablar de los míos. De mis abuelos, de personajes de mi familia y de su entorno, que de no recordar yo, pienso que nunca nadie hablaría de ellos.
P. ¿Un viaje iniciático hacia su interior?
R. Lo de menos es que sea mi vida. Y no siempre lo es. Son cosas que he visto, oído...
P. ¿Y le ha removido algo? Parece que anda usted cabizbaja y ensimismada.
R. Estoy muy triste. Pero no porque esto me haya removido mi pasado, mi infancia, mis recuerdos. Vuelvo a estar como cuando era una muchachita. Lloriqueando porque me produce mucha tristeza lo que veo. Me da pena lo que está pasando en el mundo. Que todavía alguien me pueda estar haciendo caso con todo lo que está pasando, lo vivo también como algo grave.
P. ¿Qué ha querido transmitir al publicar ahora estos relatos?
R. Este libro no tiene pretensiones. Lo que cuento de mi infancia es similar a lo que han vivido muchos de mi generación. Fue una etapa especial. No quería hacerme mayor. Era una niña rara, pensaba en cosas durísimas. Soy niña de la posguerra, de la dictadura, que veía a todos a su alrededor marcados por las pérdidas, doloridos, frustrados, sin futuro. Para mí todo era sufrimiento. Estaba rodeada de perdedores, y sigo estando, sigo siendo una perdedora.
P. ¿Se siente una perdedora, con su trayectoria y su biografía?
R. Miro nuestro mundo. Y si miro este más pequeñito, llamado Cataluña, que parece afectarnos más… Es vergonzante, estoy muy, muy triste. No se puede pensar en Siria, en lo de los saharauis, en Colombia… No puedo evitar pensar que hemos vuelto al principio, con estos señores de Vox alardeando... Todo te hace sentir que tu vida no ha servido para nada… Pero es igual, porque si se piensa un poco, son tantas vidas las que no han servido, que han sido destrozadas, calladas, fusiladas… Y al mismo tiempo hay vidas como la del señor Torra que sirven para amargar tantas vidas.
P. Usted aparece varias veces en su libro, pero los otros personajes se repiten en distintos momentos de sus vidas, de sus muertes, muchas por cáncer…
R. Cuando escribí esto no sabía que estaría condenada a morir de cáncer. Pero el bicho sigue ahí, tengo nuevo tratamiento, pero estoy muy cansada. El año que viene veré qué hago. Igual dejo la medicación y que dure lo que sea, a fin de cuentas tengo 78 años.
P. Parece que se está instalando en una suerte de despedida.
R. Pienso muchas veces que sí.
P. ¿Está más joven de lo que se podría esperar por su edad porque tiene los ojos húmedos como las vacas?
R. Es verdad [ríe]. Me lo decían de pequeña, sobre todo mi abuela. Los he tenido siempre así.
P. Pero ya no los enseña. Hasta el punto de que ha afirmado que quitarse las gafas de sol es como si tuviera que quitarse las bragas.
R. No tengo claro por qué. Pero sé que no puedo quitármelas, ni las unas ni las otras.
P. ¿La felicidad no es posible, como afirma en sus relatos?
R. La auténtica felicidad solo existe en la imaginación.
P. En su libro habla no solo de su generación.
R. Hay más cosas que la pura anécdota, o que la vida de los cómicos en los últimos cien años. Yo he seguido el oficio de mis abuelos actores. Pero ya no voy al teatro. Me aburro. Y tampoco hago teatro ni cine. No puedo ahora. Tendría que ser con alguien a quien no le trastoque que a lo mejor hoy estoy estupenda y mañana no me tengo en pie... y eso en mi oficio es imposible.
P. ¿Qué le queda por hacer?
R. Morirme. Pero como dice la última frase de mi libro, “qué complicado es morirse en el primer mundo, y qué caro”.
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