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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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La luna bajo la arena

La actriz Núria Espert sigue descubriendo a Lorca y reivindicándolo en los escenarios

Nuria Espert en su casa de Madrid en 2016.
Nuria Espert en su casa de Madrid en 2016.Luis Sevillano
Marcos Ordóñez

Núria Espert sigue girando Romancero gitano. “Yo creo que llevamos 60 bolos”, me dice, “contando las funciones americanas y las del Piccolo de Milán. Nos quedan las tres semanas de Barcelona, en el Romea, las dos de Málaga, y los fines de semana que seguirán hacia mayo o junio”. Y luego despliega su sonrisa gatuna: “Lorca no se acaba nunca”. Gran verdad: no se acaba el poeta y no se acaba su obra en la boca y en los ojos de la actriz. No solo cuando recita: cuando habla de un poema ves a Lorca entero.

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Le pregunto, por ejemplo, si el Romancero le ha dicho en estos retornos algo que no hubiera descubierto antes. Le salta un título que en su voz suena como un conjuro: “Thamar y Amnón. Me di cuenta de que es un lenguaje tan extraordinario porque es misterioso y al mismo tiempo tan claro… Está relatando algo que parece simbólico y es una violación entre dos hermanos, con una crudeza más verdadera que cuando la vemos en una película dolorosamente realista. Lo había recitado muy poco ante el público. Necesitaba bajar al menos 200 peldaños para ver dónde está ese hermano. Escucha ese primer plano: 'La luna gira en el cielo / bajo las tierras sin agua / mientras el verano siembra / rumores de tigre y llama'. Me hace ver esa luna bajo las tierras sin agua, como el teatro bajo la arena. “Y estamos en el desierto, con un calor asfixiante”, sigue, casi al galope. “La llama es el calor, pero el tigre son los sentimientos feroces que se despiertan en esa naturaleza”. Añade: “La violencia sacude a los dos hermanos. ¡Se producen tantas cosas en sus poemas! En Prendimiento y muerte de Antoñito el Camborio se agita el viento de una tragedia clásica. Ves ese terrible asesinato dentro de una misma familia. Recuerdo estar zambullida en el Romancero y de pronto Pasqual dice, como una revelación: 'Cerraremos con Grito hacia Roma, de Poeta en Nueva York'. Y ahí me acerco por primera vez a esa catedral, y comienzan a brotar y a despejarse preguntas, a conocerle a él, con un rostro que no mostró demasiadas veces: el rostro del dolor y la rabia ante la injusticia y la escasa bondad, los ataúdes sin cruces, las manos que forjan cadenas para los niños que han de venir… versos que te parecían oscuros de pronto se iluminan. Es muy diferente leerlo, sí, que verlo vivo sobre el escenario”.

Le pregunto sobre lo mucho que queda por explorar de la obra de Lorca. “Mucho, es cierto. Me gustaría hacer un espectáculo con las gacelas y casidas de Diván de Tamarit. Lo que decía: a veces lees a Lorca y crees haberlo entendido. Y cuando has de transmitirlo te das cuenta no solo de su profundidad, sino, sobre todo, que tu objetivo es conseguir que eso que te ha costado tanto no le cueste al público. Mi triunfo es cuando al acabar una función se te acerca alguien y te dice ‘Gracias, me ha llegado como nunca".

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