Cuatro amigos que dejaron de serlo
Cincuenta años después de la formación de Crosby Stills Nash & Young, aparecen dos biografías que, milagro, resultan complementarias.
Dos biografías de Crosby Stills Nash & Young explican una historia tan extraordinaria como deprimente. Los aniversarios redondos se amontonan y ocurren coincidencias embarazosas. Cincuenta años después de la formación de Crosby Stills Nash & Young, aparecen dos biografías que –milagro– resultan complementarias. Que es más de lo que se puede decir sobre los integrantes del muy legendario cuarteto.
A finales de los sesenta prosperó el concepto del supergrupo. Una visión acumulativa: si se sumaban figuras destacadas, el resultado sería un conjunto, vamos, galáctico. Capitalismo primario, me dirán, pero también exhibían valores contraculturales, propios de individuos orgullosos de rebelarse. David Crosby había sido expulsado de The Byrds por lenguaraz; Graham Nash rompió con el conservadurismo de los Hollies. Tanto Stephen Stills como Neil Young salieron despedidos de Buffalo Springfield. Con excepción de Nash, todos habían firmado himnos generacionales antes de coincidir en la casa de Joni Mitchell o la de Mama Cass, que todavía hay dudas al respecto.
El milagro esencial: cuando se unían, sus voces sonaban a coro celestial. Tenían expresiones particulares pero compatibles entre sí. Una democracia del talento, que —se nos contaba— practicaban en sus refugios de las montañas de Los Ángeles, rodeados de damas hermosas y creativas, con acceso a las drogas más puras. De las que se sabía poco: en 1975, Neil Young todavía creía –ahí está la letra de Cortez the Killer– que las hojas de coca eran un descubrimiento de los aztecas.
La versión moralista atribuye a la cocaína todas las culpas del descarrilamiento del proyecto. Eso supone confundir causa y efecto. En realidad, se comportaron como machos alfa, empeñados en imponer su voluntad. Con el tiempo, Neil Young, último en llegar, desarrollaría un complejo napoleónico, aprovechando que conserva el mayor tirón comercial.
Ah, los libros. Crosby Stills Nash & Young. The Biography, del inglés Peter Doggett, se centra en su esplendor, entre 1968 y 1974, aunque también aporta detalles sobre sus orígenes: crecieron en familias económicamente confortables pero poco estables. 1974 es cuando mordieron la manzana prohibida. Aceptaron una gira por estadios, montada bajo el imperativo de las máximas ganancias y, en compensación, con permiso para todos los excesos.
Crosby Stills Nash & Young. The Wild, Definitive Saga of Rock’s Greatest Supergroup, del estadounidense David Browne, es más extenso y ambicioso. Cubre cincuenta años de actividad de los cuatro, en solitario o en diferentes permutaciones. En este recorrido, detecta muchas joyas que pasaron desapercibidas y detalla las innumerables miserias de los bravos paladines del hippismo californiano.
La vida ha sido cruel con ellos. Stills sigue tocando pero está prácticamente sordo. David Crosby ha superado cárceles y quirófanos… sin haber aprendido sensatez: tiene la virtud de encrespar a todos los demás. Nash hirió las sensibilidades de sus socios con su autobiografía, Wild Tales. Por encima de todos, el imperial Neil Young: en la última gira conjunta, paradójicamente titulada Freedom of Speech, quería que sus compañeros no hablaran entre canciones. Tal vez intentaba evitar deslices pero no funcionó: corría 2006 y algunas de sus letras ofendieron a parte de su público, más intolerante que en los días de Woodstock.
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