_
_
_
_
LA ERA BASTIAGA | 5
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Batman y Bates

Se había resuelto colocar a un falso Maroto en la ventana de una casona en lo alto de Sotosalbos para que los periodistas dejasen de preguntar por él

Manuel Jabois
MIGUEL ÁNGEL CAMPRUBÍ
Más información
Amor y psicosis
Thyssen y exilio
Maroto y mochufa
Entierro y peine

Todo pasó tan rápido que no pudimos ni respirar, le dijimos a la policía tres horas después. Elisardo Bastiaga tenía la cabeza tan bien vendada que daban ganas de prenderle fuego como a una antorcha. Estaba más dolido por no poder enseñar el implante que por el golpe.

Me dirigí al agente.

—Al llegar a nuestra habitación, el compañero Elisardo— yo ya hablaba como en Suresnes— quiso darse una ducha. Y empezó el terror.

Lo que había ocurrido, según confesó Marta, la falsa recepcionista del hotel del Buen Amor, es que tras tensas deliberaciones el PP había resuelto colocar a un falso Maroto en la ventana de una casona en lo alto de Sotosalbos para que los periodistas dejasen de preguntar por él. Marta trabajaba en Génova, de ahí que me sonase familiar, y había recibido órdenes de impedir que alguien subiese para tratar de hablar con Maroto. También tenía la misión de apartar al falso Maroto de la ventana por la noche, pues estaba bien que el pueblo le viese todo el día, pero podía dormir un rato. Interrogados los vecinos, habían concluido que el senador era su toro de Osborne, una sombra allí colocada eternamente que servía como atractivo turístico. Otros lo veían más como Batman, velando por la paz del pueblo; un Batman portátil que iba a proteger Vitoria y terminó combatiendo el mal en Sotosalbos. Los náufragos no eligen puerto.

La argucia funcionó los primeros días, al menos hasta que Marta empezó a perder la cabeza y a vestirse de Maroto para invitar a los huéspedes al pantano. Un plan de verano como otro cualquiera, sobre todo si hay que cuidar de un muñeco o lo que hubiese en esa ventana. Yo no se lo reprocho. Si está en debate Verano Azul porque Piraña lleva a los niños a relajarse con los bollos, también hay que poner contra las cuerdas Psicosis porque desde entonces los recepcionistas no pueden tener un pantano cerca.

Todo acabó cuando Maroto, o lo que parecía Maroto —una mujer disfrazada de él, con su peinado de “hasta aquí hemos llegado” y su sonrisa de “esto no me está pasando”—, llegó hasta la bañera en la que se duchaba Bastiaga, que sin ver un pimiento por la espuma en los ojos le preguntó a Maroto si no se podría abstener, no se sabe si en la investidura o de matarlo. Incapaz de acabar con semejante fenómeno de supervivencia, el Maroto fake se echó a las carreras para subir la colina de su casa, adonde dos horas después llegamos la policía y yo.

Salió a recibirnos Marta en su mejor versión, la mujer rápida e inteligente que nos había recibido en el hotel. La distrajeron los agentes pidiéndole la documentación mientras Bastiaga y yo entramos en el cuarto de la sombra en la ventana, donde una pelambrera blanca se asomaba por encima del cabezal de la mecedora y, al ir allí a girar la silla, nos encontramos con un rostro chamuscado que nos hizo gritar de horror, saliendo escaleras abajo sin dar tiempo a Marta a explicar que se trataba de las nuevas y polémicas funciones de Javier Arenas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_