Las trece normas de Tony Ray-Jones
Su manera de abordar la fotografía definió una nueva forma de mirar a la sociedad británica de los años sesenta. Una exposición reúne su obra
“No saques fotografías aburridas”, escribía Tony Ray-Jones (1941-1972) en su libro de notas. En solo una hoja y agrupado bajo el título Approach (Método, o Enfoque), el fotógrafo inglés redactó una especie de decálogo compuesto por trece normas, que repasaría con frecuencia al comienzo de sus jornadas fotográficas. Consiguió de este modo dar forma a una obra destinada a cambiar la fotografía británica en la década de los sesenta. Poco conocido en España, así como en Europa, su particular enfoque documental, cargado de humor y de una aguda mordacidad pero también de nostalgia y compasión, ha inspirado a las siguientes generaciones. Una exposición, Small Pleasures, (Pequeños placeres) nos acerca a su obra en el Centro de Documentación de la Imagen de Santander, englobada en la programación de PHotoEspaña.
“Sé más agresivo” es la pauta que encabeza los preceptos del fotógrafo, el cual un día se presentó ante David Hammer, director de la revista británica Creative Camera y le dijo: “Su revista es una mierda. No funciona. Si usted quiere yo le puedo ayudar”. Le contrató. Sin duda, la seguridad en sí mismo se había visto afianzada durante su estancia en los Estados Unidos, donde llegó tras haber finalizado su formación como diseñador gráfico en Londres. Allí tendría como tutor y mentor al célebre director de arte Alexey Brodovitch, en el Design Laboratory (organizado en el estudio de Richard Avedon de Nueva York), quien rápidamente le fichó como subdirector creativo de la revista Sky. También estrecharía relación con Joel Meyerowitz y Garry Winogrand, con quienes deambuló por la Quinta Avenida con su cámara colgada al cuello. Con ambos comparte la capacidad de señalar el absurdo en unas imágenes tan sutiles como directas, fruto del reconocimiento de un momento fugaz que solamente el ojo avispado del artista es capaz de enmarcar. Perfilaría una forma de ver inspirada en la obra de Bill Brandt y de Robert Frank, en la pintura de Pieter Brueghel, de Goya, de Giorgio de Chirico y de Edward Hopper, y en las películas de Jean Vigo, de Buñuel y de Fellini. “Quiero que mis fotografías, al igual que las películas de Buñuel, muerdan. Que inquieten a la vez que hagan pensar. Quiero que sean crudas, que emocionen y además tengan humor”, diría el autor.
“Involúcrate más”, anotaba, añadiendo entre paréntesis: “Habla con la gente”. Su compromiso social, y su sentido de justicia se vio agudizado mientras aprendió a fundirse con la multitud de la calle. Buen conocedor de las costumbres y los usos locales, a su regresó al Reino Unido, cargado de una renovadora visión del medio fotográfico, comienza a poner en marcha un proyecto dedicado a reflejar la idiosincrasia de la sociedad inglesa. “Mi propósito es comunicar algo sobre el espíritu y la mentalidad inglesa, sus hábitos, su forma de vida, las ironías que existen en su forma de hacer las cosas, en parte debido a la tradición, en parte a la naturaleza de su entorno. Encuentro algo muy especial y bastante humorístico acerca del estilo de vida inglés, y quiero documentarlo desde mi punto de vista antes de que se vea americanizado”, declaraba el fotógrafo.
“Persevera en la temática (ten paciencia)”, remarcaba, subrayando la última palabra. Así, entre 1966-1969 recorrió con su camioneta distintas poblaciones, donde los británicos disfrutaban de distintas formas de su tiempo libre, celebrando los pequeños placeres de la vida. “Sus imágenes invitan a ser contempladas no con la nostalgia del pasado, sino relacionándolas con la realidad del presente. Sin olvidar su componente de crítica social, rememoran momentos con los que no solo se identifican los ingleses”, señala María Millán, comisaria de la exposición. Su trabajo fue mostrado por primera vez en el Institute for Contemporary Art de Londres, junto con la obra Don McCullin entre otros.
“Haz fotografías simples”, era su cuarto mandato. “Decía no estar interesado en ‘fotos bonitas’, destaca Millán. “Quería que su trabajo conectara con la belleza de estar vivos. Sus fotografías no dejan al espectador indiferente y muestran la empatía que sentía hacía sus personajes a los que retrata con dignidad”.
“Comprueba que el fondo esté relacionado con la temática”, continuaba, volviendo a incidir en la búsqueda de una temática que parecía ser distinta de lo que hasta entonces se consideraba fotografía seria. Esta no tenía “por qué ser heroica o poética en un sentido explícito; podría encontrarse en la superficie de forma tan tediosa o tan insípida como con frecuencia suelen ser nuestras tediosas e insípidas vidas, y aun así las fotografías resultan convincentes”, escribiría el célebre director de fotografía del MoMA y crítico John Szarkowski sobre su obra.
“Da variedad a la composición y a los ángulos con más frecuencia”, “Ten más presente la composición”, eran otras de sus dos reglas a seguir. Nada parecía quedar fuera de su control. “Era una persona cuidadosa en los detalles”, afirma Millán, “un poco obsesivo. Perseguía la perfección en la parte técnica. Estudiaba con detenimiento los contactos que positivaba alcanzando una amplia gama de tonos. Y llevaba a cabo un cuidadoso seguimiento de la maquetación de su obra en las publicaciones que le hacían encargos. Así como Brodovitch utilizaba las fotografías como elementos de diseño, él sin embargo no permitía cortes u otro tipo de licencias con ellas”.
“Acércate más (usa un objetivo de 50mm)”, escribía. “Observa la cámara temblar (dispara a 250 s o más)”. Crítico con las injusticias sociales, no pertenecía a la clase obrera, pero dedicó mucho tiempo a convivir con ella. En 1969, la prestigiosa revista Arquitectural Review lanzó una publicación paralela, Manplan, como reacción ante las barbaridades arquitectónicas que se estaban llevando a cabo con la expansión de las ciudades. A través de sus ocho números pretendía irritar al lector con una estética intencionadamente poco cuidada, para que reclamase una responsabilidad social por parte de los arquitectos, reivindicando una arquitectura más humanista. Ray- Jones se encargó de la fotografía del último número, mostrando el interior y exterior de los edificios habitados por la clase obrera.
“No siempre al nivel del ojo” y “No a las distancias medias”, eran otras pautas a seguir. “Disparaba muchas veces sin mirar al visor. Componía rápidamente, evitando la imagen posada y que la persona enfocada dejase de hacer lo que estaban haciendo”, apunta la comisaria. “En las imágenes se observan dos o tres narrativas a la vez. Buscaba siempre un encuadre en el que proporcionara información sobre lo que ocurría en el entorno”.
“No dispares mucho”. Fotografió durante siete años. Murió a los treinta años, víctima de leucemia, dejando un legado de 7.000 imágenes y sin ver publicado su libro, A Day Off: An English Journal. “Ray-Jones presentó en dos ocasiones su proyecto a la agencia Magnum, donde fue rechazado como miembro”, señala Millán. “Cuando finalmente, en 1974, se publicó el libro, cayó en manos de Martin Parr. Sería una especie de revelación. Inspirado en la obra de su antecesor empezó a trabajar en la línea por la que es hoy tan reconocido. El primer proyecto de su fundación ha sido la reedición del libro”.
“La fotografía puede ser como un espejo donde se refleja la vida, y como en el caso de Alicia en el País de las Maravillas, el espejo se puede atravesar y encontrar otro mundo con la cámara”, escribiría en su cuaderno de notas. Antes de morir tuvo lugar en Inglaterra una pequeña exposición que consolidaría su figura como artista. “Yo no soy un artista, no me gusta la connotación de la palabra”, diría. Le hubiera gustado “ser un periodista tan bueno como George Orwell”.
Tony Ray- Jones. Small Pleasures (Pequeños placeres). Centro de Documentación de la Imagen de Santander. Hasta el 20 de octubre.
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