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Miguel Hernández, poemas del alma y de la guerra

'El rayo que no cesa', 'Nanas de la cebolla', 'Para la libertad'... una selección de los versos del poeta de Orihuela

Retrato de Miguel Hernández, hacia 1935, de Benjamín Palencia.
Retrato de Miguel Hernández, hacia 1935, de Benjamín Palencia.

Sus versos forman parte de la memoria colectiva de España pero han tenido un significado especial para los jóvenes de los setenta, cuando Joan Manuel Serrat popularizó sus poemas y los convirtió en himnos contra la ya decadente dictadura. Aunque siempre se habla del poeta, Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 1910-Alicante, 1942) escribió también teatro y cuatro cuentos en 1941 durante su encarcelamiento en Alicante que dedicó a su segundo hijo: Cuentos para mi hijo Manolillo.

A continuación destacamos algunas de sus más notables poesías:

Para la libertad

Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.

Para la libertad, mis ojos y mis manos,

como un árbol carnal, generoso y cautivo,

doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones

que arenas en mi pecho. Dan espumas mis venas

y entro en los hospitales y entro en los algodones

como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño,

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño

y aún tengo la vida.

El rayo que no cesa (Fragmento)

¿No cesará este rayo que me habita

el corazón de exasperadas fieras

y de fraguas coléricas y herreras

donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita

de cultivar sus duras cabelleras

como espadas y rígidas hogueras

hacia mi corazón que muge y grita?

Tristes guerras

Tristes guerras

si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes, tristes.

Tristes hombres

si no mueren de amores.

Tristes, tristes.

Sentado sobre los muertos

Sentado sobre los muertos

que se han callado en dos meses,

beso zapatos vacíos

y empuño rabiosamente

la mano del corazón

y el alma que lo mantiene.

Que mi voz suba a los montes

y baje a la tierra y truene,

eso pide mi garganta

desde ahora y desde siempre.

Vientos del pueblo (Fragmento)

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas,

ni quién al rayo detuvo

prisionero en una jaula?

Nanas de la cebolla (Fragmento)

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre.

Escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla,

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete niño,

que te traigo la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto,

que mi alma al oírte

bata el espacio.

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