El capitalismo depredador
El libro póstumo de Josep Fontana viaja a la primera mitad del siglo XIX para sacar a la luz las políticas y regulaciones que favorecieron el desarrollo sin freno del libre mercado
El libro póstumo del historiador Josep Fontana es, probablemente, su texto más marxista. Como los de Eric Hobsbawm. Su intento central es sacar a la luz las tramas ocultas de las políticas encaminadas a favorecer el desarrollo del capitalismo en el tiempo, que —según Fontana— el relato académico olvida tradicionalmente en su narración. Esas políticas no son “naturales”, sino que se imponen desde los Gobiernos mediante el establecimiento de leyes y regulaciones y, en el extremo, se defienden por medio de la represión. Las dos reglas de oro del capitalismo, en sus diferentes etapas, han sido la de recuperar el control total sobre la fuerza de trabajo y favorecer una expropiación creciente de los beneficios que produce el trabajo de los asalariados a costa no solo de su nivel de vida, sino también de sus derechos y libertades.
Todo esto ya estaba presente a mitad del siglo XIX, con diferentes picos de sierra. El progreso imparable del capitalismo, que el desarrollo del movimiento obrero frenó desde las últimas décadas del siglo (con la Comuna de París) y que pareció detenerse entre los años 1917 y 1975 a consecuencia del miedo engendrado por la revolución soviética y sus consecuencias, se ha desatado de nuevo a partir de las últimas décadas del siglo XX (la revolución conservadora), en una evolución que recuerda lo que se desencadenó entre los años 1814 y 1848 —principal objetivo del estudio de este libro— pero con una ambición mayor. Para este discípulo de Vicens Vives, la Gran Recesión de 2008, seguida de la actual recuperación sui generis con un crecimiento exponencial de la desigualdad, pone al descubierto la ilegitimidad del movimiento neoliberal vigente, atacado por una izquierda debilitada y, más eficazmente, por una extrema derecha que ha descubierto la importancia de contar con el apoyo de los perjudicados para hacerse con el poder. La realidad es que el ascenso de un “capitalismo depredador” sigue vigente. Recuérdese que Fontana murió en 2018 y no vio lo sucedido, aceleradamente, en los últimos meses.
El año 1848 es el centro de este libro. Un año en el que, en muchas partes de Europa al mismo tiempo, tienen lugar estallidos revolucionarios que pretenden acabar con el Antiguo Régimen. El autor distingue entre las explosiones coyunturales de malestar y las auténticas revoluciones. Para que estas últimas sean tales debe existir un grupo (un partido) dirigente que plantee los objetivos y promueva la acción. De nuevo frente a la tradición académica de los historiadores, Fontana entiende que no bastó para la revolución con las consecuencias de una crisis económica coyuntural, con una explicación que empieza con el fracaso de las cosechas a partir de la plaga que afectó a la patata, convertida en un elemento fundamental de la alimentación popular, y que prosigue con la crisis industrial y, combinando los efectos de una y otra, la revolución. No fue tan simplista: no hay que confundir las causas profundas de una revolución con el malestar económico coyuntural que contribuye a su expansión. Aunque los movimientos sociales los protagonizan las masas, que incluyen a gentes con muchas motivaciones, la verdadera distinción entre una revolución y una revuelta es la existencia de un grupo dirigente que aporta un proyecto de cambio.
Alrededor de 1848 había un gran número de intelectuales que propugnaban nuevas fórmulas para remediar los abusos de ese primer capitalismo. Casi seis décadas antes, la Revolución Francesa de 1789 había aparecido como una importante amenaza que podía subvertir por completo el orden social existente. Aunque algunos de esos intelectuales rebeldes se mantenían cerca de la tradición radical de aquella revolución, la mayor parte se identificaba con los orígenes del socialismo y aun del comunismo. Saint-Simon, Fourier, Louis Blanc, Robert Owen… fueron representantes de lo que luego se conoció como socialismo utópico frente al socialismo científico que representaron Marx y Engels, y que aquel año mágico publicaron su célebre Manifiesto del Partido Comunista.
La tensión entre los partidarios de borrar de una vez los efluvios de la Revolución Francesa y los que pretendían superarla a través del socialismo se inclinó a favor de los primeros. En 1849 comenzó el reflujo del gran movimiento que había atemorizado a la Europa biempensante. La revolución había terminado y la gran vencedora fue la burguesía; se eliminaron los restos del feudalismo y servidumbre (excepto en Rusia) y en casi todas las partes se constituyeron Parlamentos elegidos por sufragio censitario (no universal) que otorgaron la hegemonía política a los propietarios. La revolución que anunciaba el Manifiesto del Partido Comunista tendría que aplazarse; era evidente que el proletariado que había de implantar la “sociedad sin clases” todavía no existía. Por ello, el Manifiesto permaneció mucho tiempo como un documento olvidado. Tras quedar desmentido en sus previsiones a corto plazo, las referencias a largo plazo permanecieron en la sombra hasta que, en un clima social nuevo del que nacieron la Primera Internacional y la experiencia de la Comuna de París, en 1871, emergieron nuevas perspectivas de cambio.
Cuenta Fontana que el fracaso de las revoluciones de 1848 representó una gran decepción para Marx, que en su libro El 18 brumario de Luis Bonaparte (1852) hizo una observación fundamental para tal fracaso: “Los hombres hacen su propia historia, pero no lo hacen a su libre albedrío, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentra directamente, que existen y han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.
Capitalismo y democracia 1756-1848. Cómo empezó este engaño. Josep Fontana. Traducción de Silvia Furió. Crítica, 2019 202 páginas. 22 euros.
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