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CAFÉ PEREC
Columna
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Feria libre

El libro de Alejandro Zambra no sería extraño que estuviera pasando inadvertido en medio del bullicio de la Feria

Enrique Vila-Matas

Marchábamos por el Retiro, al atardecer, cuando volvieron a preguntarme por las relaciones entre realidad y ficción. ¿Otra vez? Casi no daba crédito a lo que oía y opté por recordarles unas palabras de Wittgenstein que a mi parecer iluminaban la cuestión: “Obviamente, si en una olla hierve agua, sale vapor de ella. También hay vapor en la imagen de esa olla. Ahora bien, ¿y si uno insistiera en decir que también tiene que haber algo hirviendo en la imagen de la olla?”

Sin permitirles un mínimo descanso, cambie de tema y, ya sólo por el placer de seguir incordiando, o discrepando, comenté que en la bulliciosa Feria estaba triunfando lo confesional y lo sincero (para mí lo menos artístico en una narración) y que, a consecuencia de esto, en lo que atañía al sector de las novelas españolas, se valoraba más aquellas que afirmaban disponer de ollas que hervían de verdad.

Es el triunfo del cocido y del paleolítico, concluí feliz. Y entonces fueron ellos los que cambiaron de tema y pasaron a preguntarme por el orden de mis preferencias: si novela, poesía, o ensayo… No supe verlo entonces, pero, con aquel cambio de ritmo, me mostraron, sin saberlo, el camino de los pasos libres que iba a dar –de hecho, los que doy ahora– cuando me llegara el momento de abordar el relato de aquel paseo en el que si algo iba comprobando era que toda charla entre caminantes suele nutrirse de la incertidumbre del tema, cuando no de la ausencia misma de éste.

En realidad –dije respondiendo a su pregunta–, me fascina el género indefinido, por ejemplo, de Tema libre, de Alejandro Zambra. Un libro pensado para las tardes distintas del futuro, dije, un libro que no sería extraño que estuviera pasando inadvertido en medio del bullicio de la Feria. Y expliqué que Tema libre era un conjunto de contenidos varios –conferencias, ficciones, ensayos– que, como ya advertía el título, se disparaban en múltiples direcciones.

Ahora pienso que la fórmula de Zambra –poseedora paradójicamente de una curiosa unidad que le otorga la voz propia de su autor– puede aplicarse a cualquier texto que aspire a pertenecer a ese género indefinido, ambiguo, que en su momento, si no ando equivocado, refundó el gran Monterroso al publicar Movimiento perpetuo, aquel libro que sugería, por si acaso había sido ya olvidada, una escuela literaria de la agilidad y un estilo de prosa, de trasfondo poético, que Zambra llevaba tiempo modulando a su aire, porque Zambra siempre ha sido, debo aquí subrayarlo, un escritor en constante renovación, alguien que a veces parece hablar una lengua que para seguir existiendo debe cambiar todos los días. Y es bien sencillo admirarlo si, por ejemplo, entramos en Tema libre y nos dirigimos a la pieza Penúltimas actividades, donde se recomienda a un joven escritor principiante que prenda fuego por completo a su biblioteca y luego comience de cero, o bajo cero, sin tener que agradecerle nada a nadie, como si no hubiera Feria ni nada, como si no hubiera tema, ni camino, y sólo se hiciera tema al andar.

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