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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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El lejano viaje de Sacristán

A principios de los sesenta el actor se embarcó en una gira sudamericana sin un duro

Marcos Ordóñez
José Sacristán, retratado el año pasado en Madrid.
José Sacristán, retratado el año pasado en Madrid.Julián Rojas

Tomando café con Sacristán, le hablo de los viajes transoceánicos de la compañía de Barrault. Sonríe. “¿Tú has oído algo de la gira sudamericana de Gordon Paso y el Teatro Popular Español? De ahí sacas una buena historia. Imagínate el mismo entusiasmo, pero sin un duro. En marzo del 62, Gordon montó una compañía con gente que no tenía nada que perder. Unos empezábamos y otros iban cuesta abajo: ideal para lanzarnos a la aventura”.

Gordon Paso venía del teatro de vanguardia, con José María de Quinto y Alfonso Sastre, aunque de ahí saltó a Nacida ayer, con Hebe Bonay. “Salimos veintitantos en un avión venezolano. Gordon consiguió, por bonhomía o picaresca, que alguien fiara los pasajes. Los baúles se facturaron en barco y nunca llegaron”. Así que tuvieron que hacer con la misma ropa un repertorio compuesto por la Antígona de Anouilh, Bodas de sangre, Esta noche es la víspera de Ruiz Iriarte, Cuidado con las personas formales, de Paso, y Casa con dos puertas mala es de guardar. “Para La malcasada no hizo falta: alguien había trincado unos trajes del Español”.

La aventura daría para un libro, pero se impone elegir unos pocos episodios. “Íbamos a comer y en el hotel te decían: ‘Aquí no come nadie hasta que dé la cara el cónsul o el embajador’. Actuábamos en los sitios más peregrinos. Llegamos a hacer Bodas de sangre en un ingenio azucarero, con cuatro cajas por decorado. O en un cine, con fluorescentes a guisa de focos: modernísimo, vaya”.

Manolo Gallardo y su madre, me cuenta, habían tenido carpa y su sueño era volver a ella. “En Guatemala lo hicieron. Dejaron la compañía y recuperaron su antiguo repertorio”. En otoño de 1962 les pilló el bloqueo por la crisis de los misiles en Cuba. “Idígoras, el presidente de Guatemala, nos permitió salir en un avión de guerra a los que nos quedamos, fieles a Gordon Paso. Íbamos sentados en el suelo del avión, como a punto de saltar en paracaídas”. En agosto de 1963, la compañía estaba en Bolivia cuando Sacristán y Pascual Martín decidieron que ya no podían más y pusieron proa a Buenos Aires. “Queríamos abrirnos camino allí”, cuenta. “Yo llevaba una carta de recomendación de Marsillach, con el que había trabajado en la serie Silencio: se rueda. El plan era llegar hasta Narciso Ibáñez Menta. Mientras lo intentábamos nos deslumbró La pulga en la oreja, el vodevil de Feydeau, que hacían Pepita Martín y Manolo Sabatini, y que me pareció graciosísimo. Le dije a Pascual: ‘Yo quiero hacer eso’. Pero no pudo ser, y nos volvimos”.

Lo que no sabía Sacristán es que, por una serie de carambolas, en 1965 acabaría haciendo en Madrid el papel del gangoso de La pulga en la oreja, “y la crítica del Abc fue la que lanzó mi carrera en teatro, porque aquel papel gustó a tirios y troyanos. Mil años más tarde, mi amigo Fernando lo reutilizó para mi personaje de El viaje a ninguna parte. Pero esa ya es otra historia".

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