Alepo, la tragedia rodada día a día
La cineasta Wadd al-Kateab filmó su vida y la de su marido, médico, durante todos los años del sitio a la ciudad siria. De ese material nace el documental 'Para Sama'
En un miedo común a todo padre, los progenitores de Waad al-Kateab le pidieron que tuviera cuidado cuando se fue a Alepo, una urbe de 4,6 millones de habitantes, en 2012 a estudiar Económicas. La misma Al-Kateab reconoce ante la cámara que ahora que es madre entiende esos temores. Lo que no se imaginaban sus progenitores es que el consejo se convertiría en un mandamiento vital cuando la ciudad siria, capital económica de su país, lideró el levantamiento contra el dictador Bachar el Asad y, por tanto, se convirtió en una localidad en guerra. A aquella universitaria también le cambió radicalmente la vida: empezó a usar una cámara como arma de resistencia y así levantó testimonio de esos cuatros años de terror y de sitio por parte de las fuerzas gubernamentales. Años en los que se casó con un médico, fue madre, y años en los que sus grabaciones, emitidas por Channel Four, le hicieron ganar un Emmy Internacional. Todo aquel material se ha comprimido en un documental, Para Sama, que ganó el premio principal en el festival SXSW y que ahora se proyecta fuera de concurso en Cannes.
Para Sama está narrado por la misma al-Kateab, que ya ha cumplido 26 años, y que le cuenta la historia a su hija mayor, Sama, nacida en medio del asedio y de los bombardeos rusos. “La película es el único arma que tengo para luchar contra el régimen de El Asad”, asegura. Y efectivamente, va mostrando desde las revueltas de la primavera árabe, en las que los ciudadanos de Alepo piden, con energía y felicidad (gritan "musulmanes y cristianos juntos" y sonríen a la cámara), libertad y democracia, el inicio de los combates y los salvajes bombardeos.
Mientras, Al-Kateab se enamora del médico al que graba, se casan y tienen su primera hija, una niña que vive sus primeros años encerrada en el hospital que dirige su padre, el único que queda en pie de los ochos existentes en el este de Alepo (aunque tienen que cambiar de edificio tras un ataque). Al-Kateab y Edward Watts, que codirige el filme, no esconden ninguna imagen dura al espectador. Hay dos secuencias especialmente dolorosas: en la primera, dos niños cubiertos de polvo esperan en cuclillas en un pasillo del hospital noticias de su hermano pequeño, que ha muerto durante un bombardeo. El mayor, en shock, solo es capaz de decir: “Estaba fuera de casa…”. El mantra acaba cuando llega su madre, coge el cadáver y regaña al fallecido por no despertarse. La segunda secuencia muestra una cesárea de urgencia a una mujer cubierta de metralla por otra bomba. Durante minutos, el bebé se resiste a llorar. Uno de los médicos le da por muerto. Y finalmente surge un rugido del recién nacido, mientras Al-Kateab cuenta que ambos se salvaron.
El documental dedica la mayor parte del tiempo a 2016, antes de que la ciudad se rindiera, pero no avanza en orden cronológico, sino que salta adelante y atrás de una manera algo fatigosa para el espectador. Al-Kateab nunca duda de su decisión: no abandonan la ciudad hasta el final. Es más, viajan a Turquía a ver a su padre enfermo y vuelven atravesando el frente y, para terror de sus acompañantes, con Sama llorando. Ella es consciente del poder de la imagen, de la importancia de levantar testimonio (acumuló hasta 300 horas), incluso de su vida diaria –como el momento en que confirma que está embarazada de Sama-. Y llega a priorizar esa resistencia a la vida de su hija mayor, aunque sabe que la mera existencia de su hija es un acto tan político como las filmaciones de niños muertos (y hay bastantes en el metraje): "No es una solo historia que grabe. Es mi historia".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.