La leyenda negra del ‘San Telmo’ regresa dos siglos después
Una exposición en el Museo Naval de San Fernando recuerda el bicentenario de la desaparición en la Antártida del buque de guerra español con 644 hombres a bordo
La leyenda del buque San Telmo es tan oscura y cruel que su misterio arranca incluso antes de que su sino se malograse en mitad del hielo. Dicen que en Cádiz lo conocían como “el navío negro” y que cuando partió, el 11 de mayo de 1819, el brigadier Rosendo Porlier solo pudo exclamar a un amigo: “Adiós Francisquito, probablemente hasta la eternidad”. Tres meses y dos días después, Porlier y los otros 643 hombres a bordo del San Telmo desaparecieron en la Antártida. Quizás descubrieron ese continente por accidente, pero no vivieron para contarlo.
Más allá de la tempestad que lo dejó sin gobierno, el buque fue víctima de la paupérrima situación de la Armada española a principios del siglo XIX, bajo los designios de Fernando VII. A la vez, se convirtió en musa de escritores románticos que encumbraron su combinación de mala fortuna y heroicidad como paradigma de la España del momento. Dos siglos después de su infortunio, la exposición En memoria del 'San Telmo'. El navío desaparecido en el hielo recuerda su trágica historia en el Museo Naval de San Fernando, en este caso, como recuerdo a unos desaparecidos mayoritariamente anónimos.
"Queremos homenajear a esos hombres que fallecieron a su suerte", dice Alicia Vallina, comisaria de la muestra y directora técnica de la institución. Con ellos se perdió casi la mitad de los 1.400 hombres que integraban la División del Mar del Sur, una escuadra que partió de Cádiz hace ahora 200 años con la intención de llegar a Perú. Estaban llamados a sofocar los primeros conatos que finalmente acabaron en la independencia del país en 1821, dos años después. Junto al San Telmo, un navío de 74 cañones construido en Ferrol, en 1788, viajaba el Alejandro I y dos fragatas, la Prueba y la Primorosa Mariana.
Pese al despliegue de buques, la división parecía abocada al fracaso ya antes de partir. "La situación de la Corona y de la Armada era desastrosa", recuerda Vallina. Las colonias americanas comenzaban a estar inmersas en insurrecciones de independencia, mientras Fernando VII restablecía el absolutismo. A su vez, la mala situación de la flota llevó al Estado a comprar al zar ruso una remesa de buques de dudoso estado de conservación, entre los que se encontraba el Alejandro I. De hecho, este navío tuvo que volverse a Cádiz a mitad del viaje por distintas averías.
Ni siquiera hubo voluntarios para comandar a la División del Mar del Sur y, tras varias negativas, la misión recayó en el resignado brigadier Rosendo Porlier, un destacado marino de origen limeño que ya había participado en la batalla de Trafalgar (1805). Él era uno de los 644 que viajaban a bordo del San Telmo cuando un temporal les sorprendió a la altura del cabo de Hornos (Chile). Las otras dos fragatas dejaron constancia de cómo unas averías en el timón, verga mayor y tajamar dejaban sin gobierno al navío. El 2 de septiembre de 1819, pierden de vista al San Telmo mientras se acercaba peligrosamente a las costas heladas de la Antártida.
Ese día termina la realidad del buque y nace el misterio del San Telmo. De los 644 tripulantes nada más se sabe y en España se asume la pérdida como un desastre más. Con todo, pasarían casi dos años hasta que se firma la Real Orden del 6 de mayo de 1822 por la que se reconoce muerta a toda la dotación. Era lo que las viudas pedían —cuyas cartas están presentes en la muestra— para poder acceder a sus pensiones. Con todo, solo las viudas de los oficiales —algo más de una decena— pudieron acceder a estas ayudas. Del resto de fallecidos "no se saben ni sus nombres", explica Vallina.
La cercanía del San Telmo a la Antártida hace pensar que el buque debió de quedar encallado en tierra y que sus ocupantes acabaron pereciendo de frío y de hambre. Una constancia documental da pistas de ello. Apenas un mes y medio después de la pérdida, en octubre de 1819, el capitán mercante británico William Smith desembarcó en el continente y pasó a la historia como su descubridor. En una nueva expedición meses después, llegó a la parte norte de la hoy conocida como isla de Livingston y encontró restos de un navío español y de animales muertos por mano del hombre.
Smith guardó silencio, pero otro capitán que le acompañaba, Robert Fildes, sí dejó constancia de ello. También lo dejó escrito el explorador inglés James Weddell que, en su obra Un viaje hacia el Polo Sur, realizado en los años 1822-24 explica cómo encontró varios vestigios de un buque "de 74 cañones, que es probable sean los restos de un buque de guerra español perdido desde 1819, cuando hacía tránsito hacia Lima".
De forma paralela, la leyenda del San Telmo creció con los años y se extiende la historia, supuestamente transmitida por un viajero que pasó en un buque por la zona años después, desembarcó y descubrió restos congelados de parte de su tripulación. La revista Marina Española refiere el caso en 1867. Antonio San Martín lo amplía y lo novela en Glorias de la Marina Española. Episodios Históricos (1883). Pío Baroja vuelve sobre él en 1934, en el relato El final del navío 'San Telmo'.
En cada nueva versión, cambian los supuestos actores que descubrieron el barco y el relato de lo que vieron. Algunos hablan de cadáveres apilados, otros de un tripulante fallecido junto a su fiel perro. Lo único constatado es la expedición que, entre 1993 y 1995, realizó la Universidad de Zaragoza junto a investigadores chilenos en el cabo Shireff. Allí, el catedrático Manuel Martín Bueno localizó restos de suelas y maderas que datan de la fecha del San Telmo y que, hasta agosto de este año, se exponen en la muestra. "Retomar el proyecto con medios de ahora quizás podría permitir averiguar más", reconoce Vallina.
Una muestra complicada
Organizar la exposición En memoria del 'San Telmo'. El navío desaparecido en el hielo no ha sido fácil, como reconoce José María Gálvez, conservador y diseñador de la muestra. Al tratarse de un navío hundido, ha sido difícil encontrar piezas. Con todo, en el recorrido destacan préstamos del Museo del Romanticismo, de la Universidad de Zaragoza y del Museo Naval de Madrid, que han aportado documentación, restos supuestos del naufragio y pinturas. En la muestra destaca el retrato del brigadier Rosendo Porlier, donado a los fondos del Museo de San Fernando por un descendiente del marino.
Babelia
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