El mundo es un páramo
El director Hu Bo acabó con su vida poco después de finalizar la postproducción de su película, bajo la presión de sus productores
En La viuda alegre (1934), síntesis del toque Lubitsch, el rey de Marshovia abandona su palacio cuando se percata de que ha olvidado su cinturón. Vuelve sobre sus pasos, lo recupera (supuestamente) y, mientras intenta colocárselo, la considerable diferencia de talla se revela indicio de la infidelidad que está fraguándose en la alcoba. Fiel a su chispeante visión del mundo, Ernst Lubitsch propone un giro inesperado: el rey cierra la puerta del dormitorio tras de sí para alcanzar un civilizado acuerdo entre los vértices del triángulo.
AN ELEPHANT SITTING STILL
Dirección: Hu Bo.
Intérpretes: Zhang Yu, Peng Yuchang, Wang Uvin, Li Congxi.
Género: drama. China, 2018.
Duración: 264 minutos.
En An Elephant Sitting Still, relato de propia autoría que sirve de inspiración a la ópera prima y, a la vez, testamento cinematográfico del director chino Hu Bo, un hombre vuelve a su casa al descubrir que lleva los zapatos desparejados. Allí, sorprenderá al amante de su mujer escondido en el balcón y, sin mediar palabra, se precipitará al vacío. También Bo acabó con su vida poco después de finalizar la postproducción de su película, bajo la presión de unos productores –entre los que se encontraba Wang Shiaoxuai, director de La bicicleta de Pekín (2001)- que le conminaban a reducir su metraje de cuatro horas a la mitad. Tres meses antes de su suicidio, Bo había escrito en su blog: “Nunca había pensado durante todos estos años en lo que era realmente el cine. Es humillación, desesperanza, impotencia, un chiste”.
Auténtica catedral del dolor, An Elephant Sitting Still integra esa secuencia del relato homónimo de Hu Bo en un intrincado laberinto de planos secuencia que siguen las derivas de un grupo de personajes condenados a una existencia sin horizontes, en el seno de una ciudad que se diría sojuzgada por un cielo plomizo y una desintegración económica que se infiltra por todos los resquicios. Con el cine de Béla Tarr, maestro de Hu Bo, como incuestionable referente, el conjunto resulta imponente en sus formas, no solo en la orquestación de sus complejas tomas en continuidad, sino también en la precisión de encuadres como el que separa a un anciano de su hijo, mientras este le comunica el imperativo de ingresarle en una residencia, o el que relaciona a varios personajes en un climático enfrentamiento. Pesa, no obstante, acceder a este universo a través de la estrecha rendija de una mirada radicalmente depresiva, que reduce la complejidad de lo real al irrespirable, monocromo imperativo de un innegociable fatalismo, que los personajes verbalizan hasta la extenuación.
Babelia
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