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Camus-Char, biografía de una amistad

La correspondencia entre dos grandes de la literatura francesa revela la relación fraternal que mantuvieron durante 15 años intensos entre el final de la II Guerra Mundial y la muerte del Nobel

Marc Bassets
Albert Camus y René Char, vistos por Fernando Vicente.
Albert Camus y René Char, vistos por Fernando Vicente.

René Char llegaba a casa de los Camus en la Rue Madame de París con su porte de gigante imponente y bonachón, 1,92 de altura y un abrigo gigantesco “con unos bolsillos que parecían la cueva de Alí Babá”, recuerda Catherine Camus, entonces una niña. De los bolsillos sacaba un montón de chicles de la marca Hollywood con sabor a clorofila.

Para Catherine y Jean, los hijos de Albert Camus, que les tenía prohibidos los chicles, las visitas de Char eran una fiesta. Para Char y Camus eran la ocasión para retomar el hilo de una amistad intensa y prolongada durante una década y media, relación que se inició al final de la Segunda Guerra Mundial y que sólo interrumpió la muerte de Camus en un accidente de coche el 4 de enero de 1960.

Eran dos hombres del Mediterráneo, dos hombres del sur. Uno era un poeta mineral y profético, que raramente leía novelas y fue amigo de los surrealistas y de Heidegger. El otro, un escritor que hoy llamaríamos workaholic o adicto al trabajo, un genio polifacético, autor de novelas, ensayos, teatro y periodismo. El primero era hijo de una familia de notables de pueblo que había abandonado los estudios joven; el otro había nacido en una familia pobre de franceses de Argelia, que todavía pertenecía a Francia, y había sido un estudiante brillante que se había beneficiado de todas las palancas de la meritocracia republicana. Eran dos intelectuales que resistieron al nazismo y después se opusieron al estalinismo. Ambos dejaron su testimonio en las 192 cartas que contiene Correspondencia 1946-1959, que publica en castellano la nueva editorial Alfabeto con traducción de Ana Nuño.

La correspondencia de Camus (1913-1960) y Char (1907-1988) ofrece una imagen forzosamente parcial de una amistad que, como dice Laurent Greilsamer, autor de la biografía René Char, en realidad desbordaba el género epistolar. “Lo esencial de su amistad no sucedía en la correspondencia”, dice. Sucedía en los cafés y las comidas, en los paseos por el campo provenzal, en los viajes de dos días en automóvil entre París y L’Isle-sur-la-Sorgue, el pueblo de Char.

Camus (izquierda) y Char, en L'Isle-sur-la-Sorgue en 1940.
Camus (izquierda) y Char, en L'Isle-sur-la-Sorgue en 1940.ROGER VIOLLET (GETTY)

Las cartas pueden leerse como un objeto filológico: un documento sobre dos de los más grandes es­critores del siglo XX, el poeta de ­Furor y misterio, que incluye su clásico Hojas de Hipnos, y el autor de las novelas El extranjero o La peste y los ensayos El mito de Sísifo o El hombre rebelde. Camus obtendría el Nobel en 1957; Char esperaba ganarlo en 1982, el año de Gabriel García Márquez.

El libro es mucho más que una pieza para fans de Camus o Char, o un objeto para especialistas. Si la correspondencia de Camus con la actriz María Casares, publicada en francés en 2017 y aún inédita en castellano, era una gran novela de amor, el epistolario con Char, publicado en francés en 2007, es la gran novela, y a la vez un tratado, de la amistad.

Camus y Char se hacen amigos cuando, en plena euforia por la liberación, Camus, entonces editor en Gallimard y ya conocido como autor de El extranjero, publica Hojas de Hipnos, los cuadernos guerrilleros de Char. Ambos habían resistido a la ocupación nazi. Char, conocido como Capitán Alexandre, con las armas en el maquis. Camus, con la pluma en el diario Combat.

“Estimado señor, agradecería la ocasión de poder reunirme con usted”, escribe Char a Camus el 1 de marzo de 1946. “Estimado señor, también yo agradecería la posibilidad de vernos”, responde Camus tres días más tarde.

25 años de ‘El primer hombre’, donde “por fin Camus es libre”

Los grandes escritores siempre escriben el mismo libro, sí, pero este siempre es distinto. Se cumplen 25 años de la publicación de El primer hombre (Tusquets Editores), la obra póstuma de Albert Camus, cuyo manuscrito llevaba en una bolsa cuando murió al estrellarse contra un árbol el coche en el que viajaba. Hay fragmentos de la Correspondencia con René Char que podrían salir de El primer hombre. “Pero yo crecí entre calles polvorientas y playas sucias. La vida en casa era dura, pero casi siempre fui feliz”, dice en un momento. Y en otro: “Mi madre es desdichada [en Argel], y pienso cada vez más en traerla a vivir con nosotros, en una región parecida a su país, donde deje de sentir miedo”. El primer hombre pertenece a la rara categoría de obras maestras inacabadas. Es un esbozo de memorias noveladas que contiene algunas de las páginas más poderosas jamás escritas sobre la dignidad de la pobreza, la felicidad de la infancia y el valor de la escuela republicana. Podría haber sido también la gran novela de la guerra de Argelia, que supuso para él un desgarro irremediable. Todo esto es El primer hombre, y más: una ruptura con el Camus anterior y con la imagen algo estereotipada que se había consolidado de él tras su muerte, la del “filósofo para estudiantes de instituto”, como dice su hija, Catherine Camus. “Para mí”, explica la hija, “El primer hombre es el libro en el que por fin es libre, en el que dice: ‘He aquí quién soy”.

Siempre se tratarán de usted. Sorprende incluso tratándose de un país, Francia, donde este formalismo todavía está extendido.

El lector espera una y otra vez que, a medida que la amistad se consolida, pasen al tú. El momento nunca llega. Por un lado, obedece a los códigos sociales de la época, donde las distancias en el trato eran mayores que ahora, incluso entre personas cercanas. Pero también puede haber otra explicación. “Char tuteaba con bastante facilidad”, dice su viuda, Marie-Claude Char, en un café de Saint-Germain-des-Prés. Y da una clave posible para explicar por qué este no era el caso con Camus: “En mi opinión, Camus sentía un gran afecto por Char y, al mismo tiempo, un respeto y una admiración que hacía que no lograse estar en pie de igualdad”. Y añade: “Char ejercía un magnetismo, una especie de autoridad”.

Greilsamer desarrolla esta idea. “La correlación de fuerzas estaba en favor de René Char”, dice. “Él es el jefe en esta amistad”, añade. Era siete años mayor. Y aunque Camus ya era un autor popular cuando se conocieron, la admiración literaria que por él sentía Camus —decía que Char era el mayor poeta francés desde Rimbaud y Apollinaire— contribuía a este desequilibrio.

En las cartas no siempre se percibe este desequilibrio. “Querido amigo, he lamentado mucho que tuviera que irse. Permítame decírselo: hay encuentros fértiles que valen más de un amanecer. Para empezar, porque nos hace más llevadero y feliz el soportarse uno”, escribe Char en 1947. En 1950 le dice: “En medio de esta errancia a la que nuestra condición humana nos condena, nuestra relación, que nunca ha sido de relumbrón, es un estímulo permanente. Gracias por infundirme tanto valor”. En 1953: “Pero pienso en usted a menudo y en nuestra amistad —como una piedra griega— y entonces el Tiempo afloja y deja de hostigar un rato…”. Y en el mismo año: “Albert, es usted uno de los pocos hombres que quiero y admiro a la vez por instinto y con la cabeza (lo corriente es que estos dos se anulen…)”.

Era una amistad transparente y verdadera, como de otro tiempo, casi arcaica, y expresada sin ironía ni cinismo y, al mismo tiempo, sin ningún sentimentalismo. Eran hombres que se tomaban la vida —y sus obras— muy en serio, pero lo hacían sin subirse a ningún pedestal y sin perder la compostura. “Fue una enorme amistad, una fraternidad. Eran hermanos: en la vida y en los compromisos. A ambos les habitaba una cierta revuelta: la búsqueda de la justicia, de la verdad, de lo bello”, resume Marie-Claude Char, que conoció a su marido en los años ochenta, cuando Camus ya había muerto.

“Este ha sido un año difícil, muy duro conmigo, y además en todos los planos, como creo habérselo comentado”, escribe Camus en 1950. “Y resulta que no me gusta hablar de mí. En todo este tiempo han sido muy pocas las personas que me han ayudado a vivir, y usted ha sido una de ellas, créame, gracias a su amistad, a la extraña esperanza que me transmite. He tenido mucha suerte de conocerle”. En 1955 dice: “He aprendido que puedo pasar años sin verle y sin que ello afecte lo que siento por usted. Pero el tiempo pasa, y las amistades hay que vivirlas. Si me pusiera a sacar la cuenta de los amigos que tengo, los de espíritu y corazón, acabaría rápido, pero usted es de los pocos que me hace falta saber que tengo cerca”. Y en 1957 reflexiona: “Cuanto más viejo me hago, comprendo que solo es posible vivir con los seres que nos hacen libres, que nos quieren con un cariño tan llevadero como imperioso”.

En los empeños literarios y en los políticos, ninguno abandonó al otro, nunca. Juntos buscan aliados para un manifiesto contra Stalin o intentan ayudar a Borís Pasternak, perseguido por el régimen soviético. En 1955 coinciden en negarse a firmar un “manifiesto delirante”, en palabras de Char, contra la movilización de tropas francesas en Argelia. Char contesta a los promotores que él sólo firmaría un llamamiento en “el que se exija la ‘inmediata’ movilización general contra Franco”.

Cuando en 1951 Camus publica El hombre rebelde y su antiguo amigo Jean-Paul Sartre decreta contra él el equivalente de una fatua intelectual, Char es de los pocos que le apoyan. Catherine Camus recuerda que su madre, Francine, le explicó que Char dijo entonces, aludiendo a los que se lanzaron en contra de su libro, crítico con el totalitarismo de izquierdas: “¿Qué quiere, Albert? Son unos supositorios. Y los supositorios se funden”.

El coche de Camus, tras su accidente mortal el 4 de enero de 1960.
El coche de Camus, tras su accidente mortal el 4 de enero de 1960.GAMMA-KEYSTONE-GETTY

Había una geografía en la amistad de Char y Camus. El norte y el sur. Francia y —para Camus— Argelia. El blanco y negro sucio de posguerra, y la luz eterna del Mediterráneo. El edificio de la Rue de Chanaleilles de la capital francesa, donde ambos vivieron durante una temporada, y L’Isle-sur-la-Sorgue. París es “el lugar de las tristes figuras, y esa opresión que hace presa en la existencia cotidiana”, escribe Char, y Camus alude al “cáncer parisino”. Cuando viaja a Roma, celebra “la luz romana que cura y alimenta”. Y cuando visita Argel, su ciudad, echa pestes de París y de “la vulgaridad de sus mentes inteligentes, la excesiva autocomplacencia”.

Correspondencia 1946-1959 está llena de subtramas. Algunas dramáticas, como la depresión de Francine Camus. Otras de carácter costumbrista, como las querellas entre los hermanos Char tras la muerte de su madre. Pero hay otra que actúa como un motor subterráneo, el hilo conductor: la búsqueda de una casa para los Camus cerca de L’Isle-sur-la-Sorgue, tarea que Camus encomienda a Char y que se convierte en un auténtico culebrón que se prolongará más de una década.

“Permítame ahora que le pida un favor, como si fuéramos viejos amigos. Se trata de lo siguiente. Me he cansado de París y del hampa que uno se encuentra allí”, escribe Camus a Char en junio de 1947. “Mi deseo más profundo es regresar a Argelia, que es un país de hombres, un país de verdad, rudo, inolvidable. Pero, por distintas razones, eso no es posible. Ahora bien, el país que prefiero es el suyo y, más concretamente, las faldas del Luberon, la montaña de Lure, Lauris, Lourmarin…”. En 1958, con el dinero del ­Nobel en el bolsillo, por fin encuentra una casa para comprar. “He comprado una casa en Lourmarin, es linda, también es su casa”, anuncia Camus.

Catherine Camus aún vive en aquella casa. La tierra de Char es la de los Camus. “Eran irreductibles”, dice por teléfono desde Lourmarin. “Y amaban la belleza”.

‘Correspondencia 1946-1959. Albert Camus y René Char’. Edición, presentación y notas de Franck Planeille. Traducción de Ana Nuño. Editorial Alfabeto, 2019 (www.editorialalfabeto.com). 324 páginas. 22 euros. 

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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