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Algoritmos para una revolución

El Centro de Cálculo cumple 50 años con una exposición permanente en la Universidad Complutense de Madrid

Estrella de Diego
Una de las obras de Javier Seguí en la exposición.
Una de las obras de Javier Seguí en la exposición.

Contra Franco vivíamos mejor”. Esta frase se repetía a veces con tono jocoso los años de la Transición, inmediatamente después de la muerte de Franco. Se repetía sobre todo en Madrid, una ciudad descreída, regazo de las vanguardias más laicas, las que no quieren artistas mártires ni siquiera santos en sus filas o, lo que es igual, dispuesta a no dejarse atrapar por el deseo de posteridades.

Era una suerte de boutade, claro, resumen de los placeres de la modernidad clandestina vivida desde algunos ámbitos de la ciudad durante los años de la dictadura. Porque es obvio que no se vivía mejor contra Franco, aunque, pese a todo, esos años fueron para los que los disfrutaron en primera persona vanguardista una especie de tesoro semejante al que comentaba Hannah Arendt al repensar una frase de René Char en tiempos de la ocupación: “Nuestra herencia nos fue legada sin testamento alguno”. Arendt reflexionaba en torno a la posibilidad de recordar algo que no llegó a verbalizarse en el lenguaje, un tesoro que, decía la pensadora, no era sino la posibilidad misma de vivir sin máscaras.

El tesoro parecía, en el caso de los vanguardistas madrileños durante la dictadura, la posibilidad de compartir con los afines y experimentar con ellos lo nuevo; saberse a salvo en aquellos lugares para la militancia moderna que se fueron delineando a finales de la década de 1960, a pesar de estar la ciudad entonces a años luz de lo que ocurría internacionalmente. Nada más cierto sólo con recordar que en 1964 Juana Mordó abría su galería en Madrid para presentar el arte nuevo que era en España sobre todo informalista, mientras Betty Parsons, Leo Castelli, Ileana Sonnabend o Paula Cooper mostraban las nuevas tendencias en Nueva York. Pero al tiempo, nada menos cierto cuando se recuerda la llegada a Madrid en 1963 de Alberto Greco —amigo de Saura y Arroyo— y sus acciones callejeras Vivo-Dito; o las tempranas acciones de Ignacio Gómez de Liaño y Alain Arias-Misson.

Artistas y pensadores tomaron la cibernética y la computación como lugar de experimentación

Muy pronto se fueron creando en la ciudad grupos que se podrían llamar de “resistencia” vanguardista, personajes que en el exilio interior obligan a revisar la noción misma de lo “político”, que en ese contexto específico parece estar muy relacionado con el concepto de lo “moderno” y, por qué no, hasta de lo “internacional”. De hecho, no faltaron aquí propuestas que remedaron las experiencias internacionales y, sobre todo, pusieron de manifiesto el deseo de unirse a las apuestas más radicales de los setenta estadounidenses y europeos, si bien solo en los últimos años se han empezado a estudiar en profundidad y con la distancia necesaria cuestiones tan trascendentales como los famosos Encuentros de Pamplona, de 1972.

Dentro de esos fascinantes y potentes reductos audaces, el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid, situado en un edificio construido por Fisac al lado de las Facultades de Ciencias y que sigue funcionando aún entre la comunidad investigadora, resultó ser un refugio inesperado para la modernidad. Abierto en 1969 —celebra ahora su 50º cumpleaños—, dio soporte técnico a aquellos artistas y pensadores que tomaron la cibernética y la computación como lugar de experimentaciones con las viejas formas de arte y la figura misma del “creador” clásico, al potenciar un arte generativo.

Sala de máquinas del Centro de Cálculo de la Complutense.
Sala de máquinas del Centro de Cálculo de la Complutense.

Las principales actividades en el Centro de Cálculo se realizaron en los últimos años sesenta y primeros setenta, como muestran los boletines aparecidos entre 1969 y 1971, siendo su primer director Florentino Briones, quien acogió a esos vanguardistas en busca de “asilo político” para plantear cuestiones que la censura o la ignorancia —o ambas cosas— no permitían en los lugares oficiales: allí no había jerarquías. Animados por jóvenes inquietos como Gómez de Liaño, Javier Seguí, José Luis Alexanco —el único que aprendió a programar, al resto los asesoraban los técnicos—, Lugán o Barbadillo, se fueron desarrollando proyectos relacionados con las artes visuales, las formas musicales —Luis de Pablo, Halffter o Tomás Marco y posteriormente Javier Maderuelo o José Iges— o la arquitectura —Javier Seguí y Ana Buenaventura o Juan Navarro Baldeweg, presente en numerosas sesiones—. Ana Buenaventura no era la única mujer: la performer y artista Lily Greenham, Elena Asins o Soledad Sevilla completaban el grupo de creadoras asociadas del Centro de Cálculo, donde se ponía de manifiesto la multidisciplinariedad —incluida la educación o la lingüística—.

Para celebrar el cumpleaños de esta singular y audaz asociación en pleno franquismo, la Universidad Complutense de Madrid ha abierto en el Pabellón de Gobierno una exposición comisariada por Aramis López, que será permanente en buena parte, donde se exponen algunas de las obras conservadas en el fondo de la propia Complutense. Muchas de ellas han estado años colgadas en el propio Centro, llamando apenas la atención de la comunidad investigadora que no sabía, seguro, estar respirando la esencia de una vanguardia avant la lettre; ese espacio que los visitantes de la muestra pueden ver con realidad aumentada desde su móvil cuando entran: el Centro como fuera entonces.

Se trata de otro ejemplo más de cómo hubo vanguardia —y muy activa— en Madrid antes de la llegada de la Transición, que pareció borrar el pasado por completo. Bien es cierto que en Madrid, una ciudad poco dada a los artistas mártires y santos y en la cual el papel de héroe sigue siempre vacante —es su encanto—, a veces damos por hecho demasiadas cosas, igual que ocurriera con las obras colgadas en el Centro de Cálculo, que custodiaban una parte esencial de lo que fuimos. Sin embargo, es emocionante recuperar la historia de este rincón de resistencia 50 años más tarde para recordar cómo hubo modernos antes de “la movida” y hasta en medio de la dictadura, pese a todo. Algoritmos para la revolución, porque, en el fondo, ser moderno era en esos años sinónimo de ser político.

‘50 aniversario del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid’. Exposición permanente. Pabellón de Gobierno. C/ Isaac Peral, s/n.

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