Muere el director de orquesta Michael Gielen, un avanzado en el teatro de ópera
Dirigió el estreno mundial de ‘Die Soldaten’, de Bernd Alois Zimmermann, y en España de ‘Die glückliche Hand’, de Schönberg
En julio de 1927 se produjo una asombrosa conjunción astral en el orbe directorial clásico. En nueve días de ese mes y año vinieron al mundo tres grandes y longevos maestros: el sueco-americano Herbert Blomstedt, el alemán Kurt Masur y el austriaco Michael Gielen. El primero es, a sus 91 años, el patriarca actual de los directores de orquesta, el de mayor edad en activo. La enfermedad de Parkinson determinó la retirada de Masur, en 2014, que falleció un año después. Y Gielen, que también permanecía ausente de los escenarios desde 2014, por sus graves problemas oculares, falleció anteayer en su casa de Innerschwand am Mondsee, en la Alta Austria.
Los tres representan la generación de directores antirrománticos y modernistas que surgió tras la Segunda Guerra Mundial. Los tres han tenido mayor impacto internacional en su madurez. Y los tres destacan como intérpretes del gran repertorio sinfónico centroeuropeo, de Beethoven a Mahler. Pero, en esa tríada, Gielen siempre se distinguió por seguir el camino inverso. Desde la vanguardia a los clásicos, con Schönberg como punto de inflexión. Nunca hubo diferencia para él entre lo moderno y lo antiguo. Todo tenía, de algún modo, los mismos ingredientes. Todo era música.
En sus memorias, tituladas no casualmente Unbedingt Musik (Insel Verlag, 2005), traza un detallado relato de su trayectoria. Arranca con su primera impresión musical, a los cinco años: su padre, el director teatral Josef Gielen, cantando Schubert al piano con su madre, la actriz Rosa Steuermann, en su casa natal, en Dresde. Él desarrolló su carrera hacia la ópera, como responsable escénico de los estrenos absolutos de Arabella y La mujer silenciosa, de Richard Strauss. Ella era hermana del pianista y compositor Eduard Steuermann, discípulo y estrecho colaborador de Arnold Schönberg. Pero un socialdemócrata y una judía tenían poco futuro en la Alemania de Hitler. Y terminaron emigrando a Buenos Aires, en 1940, tras pasar por Berlín y Viena.
En Argentina, el joven Gielen recibió una sólida formación como pianista y compositor. Buenos Aires era, por entonces, un exuberante paraíso para imbuirse en el legado musical de la Segunda Escuela de Viena. No sólo estudió piano con Rita Kurzmann, amiga y colaboradora de Alban Berg, sino también composición con su marido, Erwin Leuchter, que había sido asistente de Anton Webern. Fue compañero de Carlos Kleiber y amigo de Mauricio Kagel. Trabajó como pianista répétiteur para Erich Kleiber y Fritz Busch, en el Teatro Colón, donde también asistió a Wilhelm Furtwängler, en una Pasión según san Mateo, de Bach, y a Tullio Serafin, en una Norma , de Bellini, con Maria Callas. Comenzó a componer y Schönberg se convirtió pronto en su héroe musical. En 1949 tocó un recital, en Buenos Aires, con toda la obra para piano del padre de la atonalidad y del dodecafonismo, como celebración de su 75 cumpleaños.
Pero el futuro de Gielen no estaba en el teclado ni tampoco en la creación musical, aunque nunca abandonó la composición. En 1952 debutó como director de orquesta, en la Ópera Estatal de Viena, en sustitución de Clemens Krauss. Se hizo cargo de una producción de su padre de Juana de Arco en la hoguera, de Honegger. Ese éxito decantó su carrera hacia el foso. Y en los años siguientes dirigió más de cincuenta títulos de ópera y ballet, en Viena, que compaginó con una intensa actividad de música contemporánea en la radio. En 1960 obtuvo su primer nombramiento como responsable musical de la Ópera de Estocolmo, donde colaboró con Ingmar Bergman en una famosa producción de El progreso del libertino, de Stravinski. Sus vínculos con la nueva música se consolidaron con estrenos de Kagel, Stockhausen, Berio y Ligeti. Pero su logro más memorable fue el estreno, en Colonia, de la ópera Los soldados, de Bernd Alois Zimmermann, en 1965, un título que había sido considerado imposible de interpretar por Wolfgang Sawallisch. También trabajó como director musical de la Ópera Nacional Holandesa de Ámsterdam y colaboró, en 1974, con los directores de cine Jean-Marie Straub y Danièle Huillet en su sensacional película sobre el Moisés y Aarón, de Schönberg.
Su etapa más influyente como director de ópera se ubica en Fráncfort, entre 1977 y 1987, en lo que todavía se conoce como la “era de Gielen”. En esos años, el director austríaco no sólo estrenó nuevos títulos de Nono, Hespos o Zender, sino que recuperó óperas de Schreker y Busoni, junto a la versión completada de Lulu, de Berg. Aunque todavía más legendarias fueron sus colaboraciones con directores de escena vanguardistas, como Hans Neuenfels y Ruth Berghaus, en la actualización de óperas de Mozart, Verdi y Wagner. Junto al dramaturgo Klaus Zehelein consolidó en Fráncfort lo que hoy se conoce como Regietheater, que ha determinado el actual predominio de la escena sobre la música en la ópera. Gielen terminó insatisfecho con esta deriva. Se hartó de trabajar con jóvenes régisseurs que anteponían sus propias ideas creativas a las pretensiones más o menos explícitas del compositor. Y se alejó lentamente del teatro de ópera, aunque nunca lo abandonó.
Seguramente la influencia más duradera de Gielen resida hoy en la sala de conciertos. En 1969 sucedió a André Cluytens al frente de la Orchestre National de Belgique, en Bruselas. Inició una pionera programación que pretendía conectar el repertorio clásico con la música contemporánea. Explicó a Schönberg a través de Beethoven, ensamblando Un superviviente de Varsovia con la Novena sinfonía, o a Webern mezclado con Schubert. Prosiguió en Cincinnati, como titular a partir de 1980, donde impulsó su discografía sinfónica con una intensa y transparente Eroica de Beethoven (Vox).
Pero su etapa más fructífera ha sido, a partir de 1986, como titular de la Orquesta Sinfónica de la SWR Baden-Baden y Friburgo (hoy Orquesta Sinfónica de la SWR tras su fusión con la Sinfónica de la Radio de Stuttgart). Con ellos grabó para Hännsler magníficos ciclos completos de las sinfonías de Beethoven, Schumann, Brahms, Bruckner y Mahler, junto a abundantes ejemplos de música de Bartók, Stravinski y la Segunda Escuela de Viena, obras de varios compositores infrecuentes y música contemporánea posterior. Una inmensa fonografía que Naxos ha recopilado y está publicando en diez voluminosas cajas junto a otras muchas grabaciones anteriores en la llamada Michael Gielen Edition. Destaca su Mahler, con esa combinación de expresionismo y objetividad, que ejemplifica su registro de la Séptima (1993), pero también ese Bruckner de fluida precisión que se eleva en la Sexta (2001), junto a sus interpretaciones de Schönberg, encabezadas por su grabación del Concierto para piano, con Alfred Brendel (1993), o su versión asombrosa y transparente de los Gurrelieder (2011).
Su catálogo como compositor no es abundante, aunque ha sido determinante para su labor interpretativa. Combina obras vocales y piezas para conjuntos instrumentales que siguen la estela estética de la Segunda Escuela de Viena, pero sorprende la ausencia de creaciones para orquesta o alguna composición escénica.
A pesar de sus estrechos vínculos hispanoamericanos, Gielen no ha sido un director frecuente en los auditorios españoles. Destaca su impresionante proyecto ligado a Schönberg, durante la temporada 2004-05, que dirigió en el Palau de la Música de Valencia a tres orquestas (Tonhalle de Zurich, Radio de Berlín y SWR Baden-Baden y Friburgo) y que supuso el estreno en España del drama con música La mano feliz, de Schönberg.
Babelia
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