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Bar Refaeli presentará Eurovisión en Tel Aviv pese a su litigio con el fisco

La supermodelo israelí estará acompañada en la gala por un presentador gay y una locutora árabe

Juan Carlos Sanz
La modelo Bar Refaeli en Madrid el pasado octubre
La modelo Bar Refaeli en Madrid el pasado octubrePablo Cuadra (WireImage)

A pesar del litigio de 5,5 millones de euros que mantiene con el fisco de Israel, la supermodelo Bar Refaeli ha sido designada presentadora principal del festival de Eurovisión que se celebrará en Tel Aviv en mayo. El canal público israelí de televisión KAN y la Unión Europea de Radiodifusión (UER) han destapado este viernes el secreto a voces que circulaba desde hace meses: el icono más glamuroso del Estado hebreo conducirá la gala ante más de 200 millones de telespectadores. El tercer escándalo de evasión fiscal en el que se ve implicada Refaeli ha pesado menos que su popularidad global en el mundo de la moda. Antigua novia de Leonardo DiCaprio, la cotizada maniquí ha alegado ante las autoridades tributarias que estaba exenta de declarar sus bienes en Israel en la época en la que convivió con el actor californiano en Estados Unidos.

Además de rehabilitar la imagen de la supermodelo –al menos hasta que la justicia reactive sus causas por fraude fiscal–, la cadena estatal KAN pretende romper en el 64º Concurso Eurovisión con la uniformidad de género que marcó las dos anteriores ediciones. Solo hubo hombres en el equipo de presentadores en Kiev en 2017 y solo mujeres en 2018 en Lisboa, donde el triunfo de Netta Barzilai con la canción Toy concedió a Israel le derecho a organizar el festival este año.

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Refaeli estará acompañada en el escenario del centro convenciones de Expo Tel Aviv por el veterano presentador Erez Tal, una figura reputada que ha conducido durante diez temporadas la versión local de Gran Hermano. La pareja principal contará con el apoyo entre bastidores de Assi Azar, que ha estado a cargo de un programa equivalente a Operación Triunfo en el que se selecciona al concursante nacional en Eurovisión, y de la joven youtuber árabe israelí Lucy Ayoub, presentadora de la cadena Kan.

Azar, casado con el arquitecto barcelonés Albert Escolà, participa activamente en la defensa de la comunidad LGTBI. Ayoub desató las críticas de la ministra de Cultura, la conservadora Miri Regev, al utilizar la lengua árabe, junto con el hebreo y el inglés, para comunicar la puntuación asignada por el jurado israelí a los concursantes en la pasada edición de Lisboa.

Los cuatro intentarán mostrar al mundo una imagen de diversidad en Israel en las semifinales del concurso, previstas el 14 y el 16 de mayo, y en la gran final sabatina del día 18 del mismo mes. La maquinaria eurovisiva se pondrá en marcha el próximo lunes con el traspaso de los emblemas de anteriores ciudades anfitrionas por parte de la municipalidad de Lisboa, en una ceremonia organizada en el Museo de Arte de Tel Aviv. Allí se sorteará el orden de intervención en las semifinales para 36 países aspirantes, una criba de la que están exentos –ademas de Israel como organizador– los concursantes de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España.

Tel Aviv no era la primera opción del primer ministro Benjamín Netanyahu como sede de Eurovisión 2019. Su Gobierno aspiraba a celebrar el concurso en Jerusalén, coincidiendo con el primer aniversario del controvertido traslado de la Embajada de Estados Unidos a la Ciudad Santa. La decisión del presidente Donald Trump, que quebró un consenso internacional respetado durante 70 años, solo ha sido imitada hasta ahora de forma efectiva por Guatemala. Las instituciones estatales de Israel tienen su sede en Jerusalén, pero la comunidad internacional considera que el estatuto final de la urbe, en cuya parte oriental pretenden establecer los palestinos la capital de su futuro Estado, no debe fijarse mientras ambas partes no hayan alcanzado un acuerdo de paz.

Netanyahu cedió en favor de la cosmopolita y liberal Tel Aviv frente a la tradicionalista y ultrarreligiosa Jerusalén por razones prácticas. La UER prevé organizar un ensayo general en la tarde del viernes anterior a la final, esto es, tras el inicio del Sabbat judío en el que no está permitido trabajar, utilizar vehículos o manipular aparatos eléctricos, entre otras prohibiciones. Mientras en la Ciudad Santa se acata casi a rajatabla la ley judaica del descanso semanal, en la metrópoli costera las restricciones son mucho menos rigurosas.

También han pesado los argumentos políticos. Para poder acoger un certamen con la proyección internacional de Eurovisión, el Gobierno israelí debió acatar las condiciones del comité directivo del concurso. El Ejecutivo de Netanyahu ha tenido que ofrecer “garantías de seguridad y acceso para todos los que quieran participar”, así como asegurar que “el concurso tendrá una naturaleza no política”. Israel se debe comprometer además a mantener “los valores de diversidad e inclusividad” de Eurovisión, según advirtió el presidente del comité, Frank-Dieter Freiling, al anunciar hace cuatro meses la selección de Tel Aviv como sede.

Israel aprobó hace dos años una legislación que atribuye a las autoridades la potestad de rechazar la entrada al país de aquellos extranjeros que hayan expresado públicamente su apoyo a la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), un movimiento propalestino que trata de promover un aislamiento internacional del Estado judío como el que fue impuesto al régimen sudafricano del apartheid.

Siempre necesitado de mejorar una imagen exterior a menudo empañada por el conflicto palestino, Israel ha optado por presentar en Eurovisión su cara más amable y seductora gracias a la presencia de una celebridad global en el escenario de la mundana Tel Aviv. El Gobierno de Netanyahu ha calibrado los riesgos del festival, que situará al país en el escaparate internacional. Pero no serán las acusaciones de la fiscalía sobre blanqueo de dinero y ocultación de patrimonio que pesan sobre Bar Rafaeli las que vayan a aguar la gran kermés eurovisiva.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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