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Crítica | Como la vida misma
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Desconfiando del narrador no fiable

Faltan locura y poesía, porque Fogelman quiere (o cree) ser atrevido, pero sólo dentro de un orden

Antonio Banderas, en un fotograma de 'Como la vida misma'.
Antonio Banderas, en un fotograma de 'Como la vida misma'.

La figura del narrador no fiable centra la tesis doctoral de uno de los personajes de Como la vida misma, circunstancia que inspira el primer gran golpe de efecto en este segundo largometraje como director de Dan Fogelman. Los primeros minutos de la película son confiados a la voz en off, declaradamente no fiable, de un Samuel L. Jackson que no tarda demasiado en romper la cuarta pared, dejando al espectador sin asideros. Una clara anticipación de otra ruptura algo más radical que Fogelman puntuará con un largo silencio que marca el máximo pico de riesgo que este melodrama delirante está dispuesto a alcanzar.

COMO LA VIDA MISMA

Dirección: Dan Fogelman.

Intérpretes: Oscar Isaac, Olivia Wilde, Antonio Banderas, Sergio Peris-Mencheta.

Género: drama. Estados Unidos, 2018

Duración: 117 minutos.

Quienes conozcan This is Us, serie televisiva de Fogelman, pueden formarse una cierta idea del tema de fondo: la convicción de que, a pesar del aparente caos de la existencia, todas las vidas están conectadas a través de una secreta red de sentido. Y, de hecho, esa certeza acaba delatando que el autor de Como la vida misma es, precisamente, el tipo de contador de historias que jamás confiaría su discurso a un narrador no fiable, porque este requiere de un lector (o espectador) activo y lo que está claro es que la ambigüedad y el matiz no han sido invitados a esta fiesta del subrayado, la obviedad y el discurso gratuitamente cerrado. De hecho, el propio Fogelman se encarga de desautorizar la tesis doctoral del personaje antes mencionado, según la cual todo narrador —salvo la vida misma y aun así— es, en esencia, una voz de poco fiar.

La constelación de azares que unirá a dos familias —una de intelectuales neoyorquinos, otra de aceituneros andaluces— mediante una improbable historia de amor lleva a este crítico a pensar que quizá Fogelman tenía presente como modelo los melodramas de Julio Medem. Algo hay aquí, de hecho, de la reciente El árbol de la sangre, pero las sincronías, como los azares o los narradores supuestamente fiables, resultan siempre sospechosas: sí, el dispositivo de ambas películas podría parecerse, pero aquí faltan locura y poesía, porque Fogelman quiere (o cree) ser atrevido, pero sólo dentro de un orden (muy cursi).

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