Suprimir los toros o abandonarlos a su suerte, esa es la gran cuestión
La irrupción de la política y el silencio de los taurinos, un cóctel amargo para el futuro
El primero que destapó la caja de los truenos fue Vox, que manifestó su apuesta por la tauromaquia con motivo de las elecciones en Andalucía, y contó con el apoyo público de Morante de la Puebla; después, la ministra de Transición Ecológica, quien, a título personal, se inclinó por prohibir la caza y los toros y armó tal revuelo que ha pasado del anonimato al estrellato en tiempo récord. Le siguió Pablo Casado, presidente del PP, quien sufrió un repentino y contagioso sarpullido taurino y se tiró de espontáneo en la pretenciosa búsqueda de una oportunidad inmerecida ante la afición. El siguiente en pisar la arena ha sido José Luis Ábalos, ministro de Fomento, que pronunció una de esas frases que pudiera entenderse como una crítica a cazadores y taurinos: “Tenemos una visión que no tiene que coincidir con esa casposa, de una España en la que todos tenemos que ser toreros y cazadores”. Y ha cerrado el cortejo el ministro de Cultura, José Guirao, quien ha declarado en el Congreso de los Diputados que el Gobierno no tiene intención de prohibir los toros.
Cuando nadie lo esperaba, cuando el protagonismo recaía en la despedida de Padilla en la Monumental de México y más de un aficionado paciente y noctámbulo se sorprendía una vez más ante los novillos impresentables que se lidian en la plaza más grande del mundo (por tal motivo se ganó Morante una bronca más en su reciente y más que irregular carrera)… Cuando el taurinismo estaba en estado de letargo, como cada invierno, sin otra preocupación que repetir dentro de unos meses los mismos errores ya cometidos… Cuando solo se oían los casi siempre lamentables ecos taurinos que llegan de América, va el toro y se erige en uno de los protagonistas del corrillo político del país.
Vox, Morante, Casado, Ribera, Ábalos, Guirao… Las redes sociales echan humo entre los partidarios y detractores de los toros y la caza; y los taurinos guardan, otra vez, un vergonzoso silencio.
¿Y qué? ¿Beneficia a la tauromaquia esta encendida polémica?
La polémica destila un amargo sabor a desdén hacia la fiesta de los toros
Hace unos días, el director de un programa radiofónico taurino de Sevilla se preguntaba en antena si sería posible ampliar su audiencia a oyentes no aficionados, y él mismo lamentaba la dificultad del proyecto.
A un tiempo, una prestigiosa representante de la cultura española, sabia y exigente aficionada por razones familiares y convicción personal, mostraba en una conversación privada su hastío y desesperante decepción ante el curso de la tauromaquia moderna.
Y un reputado presidente de una conocida unión de abonados felicita telefónicamente la Navidad, y al hablar del nuevo año deja entrever alguna furtiva lágrima sobre el futuro de la fiesta.
La polémica entre los políticos no es un bálsamo para la tauromaquia porque entre unos y otros cocinan un cóctel en el que el sabor más destacado es un amargo desdén hacia los toros; no destilan, al menos, cariño alguno. Dicho de otro modo: todos dan la impresión de que se sentirían más cómodos si el espectáculo taurino pasara a ser una página de la historia de España.
Mientras tanto, el director del programa de radio sevillano no sabe qué hacer para captar nuevos oyentes, la aficionada culta no encuentra motivos que le devuelvan la ilusión, y el abonado atisba que los Reyes Magos no vendrán cargados de emoción.
Es decir, que mientras los políticos discuten y las redes se encienden, la fiesta pierde vida entre el abandono general.
El Gobierno no prohibirá los toros, pero los tiene abandonados.
Dice el ministro de Cultura que el Gobierno no prohibirá la fiesta de los toros, y lo que debiera ser un motivo de satisfacción encierra una duda razonable: ¿sería capaz algún gobierno de plantearse la prohibición del espectáculo taurino?
De momento, es preocupante y revelador que la nota de prensa del ministerio que informa de las declaraciones del ministro en el Congreso de los Diputados incluya un párrafo que explica exactamente lo que Cultura debe hacer y no hace por el mundo de los toros. Dice así: “La Ley 18/2013 encarga a los poderes públicos, en concreto a este Ministerio, "garantizar la conservación y promoción de la Tauromaquia como patrimonio cultural de todos los españoles, así como tutelar el derecho de todos a su conocimiento, acceso y libre ejercicio en sus diferentes manifestaciones".
No. El ministerio no promociona la tauromaquia (el II Congreso Internacional de Tauromaquia es una gota en un océano de olvido) ni tutela el derecho de todos al conocimiento de la fiesta. No.
El Gobierno no prohibirá los toros, pero los tiene abandonados a su suerte; los respeta, pero no los quiere; no acabará con ellos, pero permite que la afición huya de las plazas a una velocidad inusitada.
Si al desamor político se une la indolencia del sector taurino queda cerrado el círculo de la preocupante realidad de este patrimonio cultural. Ni los toreros, ni los empresarios, ni los ganaderos… Nadie promueve un concilio que analice la situación, discuta alternativas y propuestas y presente soluciones para que la fiesta no se muera ante el desafecto general.
Quizá, los políticos son más listos de lo que parece y saben que no es necesario prohibir…
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