_
_
_
_

Sobre la frustración de España

De la conquista americana al 'procés' catalán pasando por la guerra de la Independencia, dos libros rastrean en la historia de nuestro país el origen de los problemas de identidad que atraviesa hoy

Juan Luis Cebrián

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

El teniente Pedro Mohíno enarbola una bandera republicana en la Puerta del Sol de Madrid, tras la proclamación de la II República.
El teniente Pedro Mohíno enarbola una bandera republicana en la Puerta del Sol de Madrid, tras la proclamación de la II República.EFE

Con la excepción de Rusia, no sé si existe un país distinto a España en el que su literatura preste tanta arrebatada atención a sus problemas de identidad. El último ensayo al respecto que ha caído en mis manos es el del profesor Josep Colomer, un reputado politólogo que en el umbral de su particular relato se permite remedar la interrogante de Vargas Llosa sobre cuándo se jodió el Perú con la pregunta de cuándo se frustró España. En ambos casos, si hacemos buena la opinión del autor, la cosa comenzó con la Conquista, pues la construcción del Imperio “tendría consecuencias fatales para la frustración de un Estado y una nación modernos”. Si esta observación, fruto de lo que parece un profundo psicoanálisis colectivo, resultara cierta, la solución obvia es la que Colomer sugiere: matar a nuestros ancestros, reconocer el fracaso de España y disolver su futuro en la identidad europea y supranacional.

Cuando menos, este es un análisis muy español. Colomer se alinea entusiasta, lo reconozca o no, con la decepción y la angustia que emana del 98, aunque para él esta sea una fecha más del rosario de decrepitudes institucionales en el que el país se sumergió a lo largo de los siglos. Exactamente desde que, fruto de la casualidad, la nave a la deriva de Colón desembarcara “en una pequeña isla en la periferia del Caribe “donde estaban todos desnudos, como su madre los parió”, según escribió en su diario”.

Hay que reconocerle al autor una brillantez en la prosa y un apasionamiento en el estilo que hacen más que interesante la lectura del libro. También un acierto considerable en algunas de sus críticas respecto a la España reciente, sobre todo en lo que se refiere al funcionamiento oligárquico de los partidos y los efectos centrífugos de las autonomías, dedicadas como están a la subasta competencial entre ellas. Pero fracasa, él también, no solo España, cuando señala la incompletitud (¡menudo palabro!) de la nación española por el hecho de que muchos ciudadanos, sobre todo en el País Vasco y Cataluña, no se sientan españoles.

Las relaciones freudianas de nuestros compatriotas de todas latitudes con el ser de España deberían incluirse en un análisis no visceral de sus viscerales comportamientos políticos. Durante los años de plomo de ETA, un intelectual francés me señaló que en su opinión los vascos eran en realidad los últimos españoles que quedaban sobre la Tierra. “Por eso están inmersos en una guerra civil”, me comentó. Algo parecido a lo que puede suceder en Cataluña si la deriva sigue como va, y siempre con la ayuda de los señores obispos dispuestos a calificar de cruzada cualquier demanda populista en defensa de la identidad nacional. Al fin y al cabo abominar de España o dolerse de ella ha sido siempre un rasgo de los españoles.

Compaginé la lectura del fracaso aludido con la mucho más ponderada opinión de la hispanista americana Pamela Beth Radcliff, en una obra que analiza la historia de nuestro país desde la guerra de la Independencia hasta nuestros días. Como en el caso de Colomer, hace especial hincapié en el papel de las potencias exteriores en nuestro propio devenir, pero se muestra infinitamente más ecléctica a la hora de juzgar el papel del liberalismo en el siglo XIX y de comparar nuestros éxitos y falencias con los del resto de las naciones. Y frente al desgarro de Colomer hace gala de una precisión académica muy de agradecer en los tiempos que corren. Llama la atención, por su actualidad, su análisis de los logros y límites de la trasformación política española en el siglo XIX. Según ella, el defecto más grande consistió “en la incapacidad de los actores principales para trabajar unidos con el fin de mantener el sistema” y en el hecho de que la Corona no desempeñó el papel de arbitraje que le correspondía. Cuestiones en absoluto hoy ajenas a los desajustes de nuestra democracia.

También es interesante su relato sobre la desunión del Gobierno en los comienzos de la II República como consecuencia de la crisis económica de los treinta. Las políticas ortodoxas de recortes de gasto y equilibrio presupuestario dividieron “a socialistas y liberales de toda Europa”, y España no fue una excepción. Del franquismo resalta su violencia inhumana; y señala que “nunca fue puramente fascista, al menos según las características estándar, pero nunca dejó completamente atrás sus raíces fascistas”. La afirmación parece una aproximación incompleta a lo que supone el franquismo sociológico, equiparable a la llamada España profunda.

Pero lo más interesante del libro se refiere al análisis de los acontecimientos de ahora, cuya enumeración incluye la elección de Puigdemont al frente de la Generalitat y el simulacro de referéndum del 1 de octubre de 2017 en Cataluña. “A medida que cada bando defiende sus pretensiones de legitimidad democrática”, señala, “el estancamiento alimenta el fervor nacionalista en ambos lados con consecuencias inciertas para el futuro democrático. Quizá no sea una coincidencia que el sentimiento nacionalista haya eliminado de la agenda principal [en Cataluña] el debate sobre la corrupción y la austeridad”.

En resumen, la actual crisis “está poniendo en cuestión el terreno común de la legitimidad democrática”, al tiempo que la situación europea y los ataques a la Corona desde la abdicación precipitada de don Juan Carlos son riesgos añadidos para la estabilidad del sistema. De todas maneras, concluye que los actuales debates sobre la calidad democrática de España son precisamente posibles gracias a la consolidación de su Estado democrático. Aunque, como todas las democracias en el mundo actual, la nuestra es también “una tarea en constante revisión”.

Dos visiones en definitiva, una brillante y algo carpetovetónica aunque su autor sea mediterráneo, y otra más mesurada de raíz anglosajona, de la España de antes y la España de ahora. Con todas las dudas que suscitan, en ningún caso alcanzan a desmentir la realidad del éxito de nuestro país desde la implantación de la democracia. Tampoco las amenazas ciertas que sobre ella se ciernen.

España: la historia de una frustración. Josep M. Colomer. Anagrama, 2018. 303 páginas. 19,90 euros.

La España contemporánea. Pamela Radcliff. Traducción de Francisco García. Ariel, 2018. 456 páginas. 26,90 euros.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_