_
_
_
_
El hombre que fue jueves
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Salter fue al teatro

He leído muchas novelas en las que alguien va al teatro. Pero cuando el protagonista de 'Años luz' va al teatro para ver 'El maestro constructor', la obra se convierte en un espejo helado

Marcos Ordóñez

Que yo sepa, el gran James Salter no escribió teatro. Escribió novelas, cuentos, memorias, reportajes, guiones, hasta un libro de cocina con su segunda esposa, Kay Eldredge, pero creo que nada de teatro. Cosa que me extraña un poco, porque Salter tenía una sensibilidad finísima para la escena. Quizás donde más se advierta es en la deslumbrante Años luz (Salamandra), que estos días he vuelto a releer. Es muy raro, por ejemplo, que un escritor norteamericano presente a un personaje, Chaptelle, hablando de Laurent Terzieff, un ídolo de culto en la Francia de los sesenta, al que califica como “el nuevo actor más grande aparecido en 20 años”, alguien “de intensidad amenazadora”, en quien no logra detectar “ni una sola deficiencia”.

Aunque el olfato de Salter va mucho más allá de una cita puntual. He leído muchas novelas en las que alguien va al teatro y el pasaje se queda simplemente en eso. Pero cuando Viri, el arquitecto protagonista de Años luz, va al teatro para ver El maestro constructor, de Ibsen, la obra se convierte en un espejo helado, “una acusación que le deja al descubierto”. Viri recibe el texto “como un niño que entreoye tras una puerta una voz que no tenía intención de oír”, y siente “que la gente le miraba como si hubiera lanzado un grito involuntario”. Sí, cierto: así nos sucede cuando nos golpea la verdad teatral. Nedra, la esposa de Viri, también vive una poderosa transformación. Se acerca a la escena fascinada por Philip Kasine, un director al que veo entre Elia Kazan y André Gregory, y cuyos espectáculos “había que buscarlos como una ceremonia vudú o una pelea de gallos”.

En el mundo de Kasine, Nedra descubre a Richard Brom, pongamos que un imaginario cruce de John Cassavetes y George C. Scott. Un intérprete peligroso, con “la cara de alguien poco fiable, del hombre que lo ha intentado todo”, cuyos ojos exhalan poder y desdén, pero “pertenecían a alguien fraternal”. Cuando acaba la función, Brom parece consumido. Y ahí va una gran frase de Salter: “Como todos los grandes actores, sufría una especie de extenuación visible, como un pájaro que ha volado una gran distancia”. Nedra se levanta “casi sin darse cuenta” y aplaude con las manos en alto. “En su desvergüenza, en su fervor, se veía claramente a una conversa”. En esas tres palabras veo a una joven y americana Blanca Portillo. Y así habla de su experiencia: “Parece que se sacan el alma de dentro. ¿Hay alguien que enseña eso?”. Kasine, por supuesto. Así lo describe: sentado ante una mesa desnuda, con gafas ahumadas. Llevaba un traje negro, manchado de tiza. “Era un maestro excepcional. Sabía instintivamente dónde estaba la dificultad, como un curandero”. Kasine enseña a una actriz “a hablar, en sólo cuatro horas. A utilizar la voz. A hacer que la gente escuche”. Nedra recuerda a Brom: “No era musculoso, pero era fuerte como una soga. La severidad de su vida, su parquedad, cabía en una sola línea en un epitafio”. Sí, Salter fue al teatro.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_