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Curro Romero: “Torear me producía sensaciones muy extrañas”

El diestro sevillano repasa retazos de su carrera días antes de cumplir 85 años

Curro Romero, el pasado lunes en Sevilla.
Curro Romero, el pasado lunes en Sevilla.Toromedia
Antonio Lorca

“Torear me producía sensaciones muy extrañas, como si mi cuerpo no pesara y me llevaran en volandas. Me ocurrió cinco o seis veces en mi vida y yo me asustaba. ¿Qué será esto?, me preguntaba cuando volvía en sí y veía a la gente”.

Así habló ayer en Sevilla el diestro Curro Romero (Camas, Sevlla, 1933) en el transcurso de un ‘mano a mano’ con el periodista Carlos Herrera, que se calificó como ‘sobresaliente’, organizado por la Fundación Cajasol.

El torero retirado, que el próximo 1 de diciembre cumplirá 85 años, recordó algunos retazos y anécdotas de su larga vida taurina de la mano del periodista José Enrique Moreno, director de estos encuentros entre toreros y representantes de la cultura y el deporte, que han cumplido cincuenta ediciones en su diez años de vida.

- ¿Cómo está, maestro?, fue la primera pregunta.

- Regular, respondió sin pensarlo.

Romero dijo sentirse incapaz de elegir la faena de su vida “entre tantos toros como he toreado”, pero sí tuvo siempre claro cuál era su público preferido: el del tenis. “Sí, porque necesito el silencio”, explicó, y esa es la razón por la que no se prodigó en los Sanfermines de Pamplona. “El griterío y el jolgorio me producen dolor de cabeza”, añadió.

Bromeó con las ‘fatigas’ que sufrió en las muchas tardes oscuras de su larga carrera, cuando despachaba con prontitud a los toros y provocaba la ira de los tendidos.

“Si la tarde no se daba bien, todas las miradas eran para mí, y mientras otro compañero toreaba, muchos me gritaban ‘Curro, aprende’, con intención de molestarme, claro está. Pero lo que más miedo me producía era la salida del ruedo. Me tiraban de todo, almohadillas, por supuesto, y hasta escupideras, y la policía trataba de cubrirme con los escudos. Y yo me peguntaba: qué he hecho yo para merecer esto, si me tenían que estar agradecidos por quitarme pronto de la cara de un toro que no me valía”.

Curro reconoció de nuevo su buena suerte porque nunca recibió impacto alguno de los objetos que le tiraban los enfadados espectadores. Recordó la ‘temeridad’ de un partidario suyo, un aficionado de nacionalidad sueca, que en una de esas tardes ‘negras’ bajó al ruedo con su bebé de pocos meses en los brazos y lo levantó delante del torero para protegerlo de la ira de los aficionados. “Estás loco. Como vuelvas a hacer eso”, -le dije- “te retiro la palabra para siempre”.

Pero aquellas horas bajas se prolongaron en el tiempo y Curro atravesó una dura etapa de baja autoestima personal. “Estaba desesperado”, reconoció, “y acudí a casa de un amigo a contarle mis penas, y este me dijo lo siguiente: ‘No te preocupes, Curro, tus partidarios no te desean ningún mal, solo te están riñendo por lo que dejan de ver’, y esas palabras me reconfortaron en aquellos duros momentos”.

Dijo que fue torero por necesidad. Conoció la dureza del trabajó en el campo siendo aún un niño en el cuidado de ovejas y cerdos antes de trabajar como recadero en una farmacia. “De no haber sido torero me hubiera gustado ser pastor”, confesó.

Dijo estar convencido de que hoy no hubiera sido torero “porque los toros de ahora son elefantes y no se mueven como en mi época, en la que muchas tardes embestían los seis de una corrida”.

En distintos momentos del coloquio restó méritos a su carrera. “Yo no he hecho nada extraordinario”, afirmó. “Solo he tenido suerte, he nacido así, y ser torero no me ha obligado a un esfuerzo especial; quizá, he contado con armonía y una cierta gracia, pero nada más. Belmonte era raro, pero se transformaba en algo bello cuando toreaba, y es verdad que la belleza la desprenden pocos toreros”.

“El torero es el único artista que realiza su labor delante de miles de personas”, explicó, “y tiene que escuchar que alguien le diga: ‘Así, no’. ¿Se imaginan ustedes que eso le ocurra a un escritor o a un pintor mientras trata de encontrar la inspiración?”.

“La suerte que he tenido en mi vida ha sido impresionante”, recalcó. ¿O no es suerte -se preguntó- que Sevilla, mi tierra, me acogiera para siempre?”

El encuentro estaba dedicado a los toros y la radio, y el moderador le preguntó.

-¿Había radio en su casa cuando usted era pequeño?

-Ni radio ni nada, contestó. Mucho trabajo, eso sí, mucha alegría y ninguna pena.

Recordó entonces Romero que cuando vestía pantalón corto era el cobrador de una peña taurina dedicada en Camas al diestro mexicano Carlos Arruza, y ello le permitía escuchar las corridas que radiaba Matías Prats. “Yo escuché los toros antes de verlos en una plaza”, hasta que, poco después, un picador, al que ayudaba a vestirse, le cedió la primera entrada sin asiento para ver un festejo en la Maestranza.

Recordó, Curro Romero su afición al flamenco y su estrecha relación con Camarón. También fue amigo de Manolo Caracol, que, en una ocasión, animó al torero a cantar un fandango, lo que le permitió escuchar el veredicto del cantaor: “Curro, tú a torear”.

El flamenco puso punto final a la velada. Fuera de programa y para sorpresa de los protagonistas, la cantaora Marina Heredia y el pianista flamenco Dorantes desgranaron unas pinceladas musicales que emocionaron al maestro.

-¿Cuál ha sido el mejor premio que ha recibido?, le preguntaron.

-La espera de mis partidarios. Qué bonito es que te esperen…

-¿Y el recuerdo más querido?

-El toro. He regalado todos los enseres de torear, porque los trajes, los capotes y las muletas son objetos secundarios. Lo único importante es lo que has hecho delante del toro. 

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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