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“Balthus no era un pintor pornográfico”

Un té con Setsuko Ideta, viuda del artista, en la casa donde vivían en Suiza La Fundación Beyeler expone 40 obras esenciales del autor que en febrero viajarán al Museo Thyssen

El pintor Balthus, con su hija Harumi y su esposa, Setsuko, en su casa de Suiza en 1995.
El pintor Balthus, con su hija Harumi y su esposa, Setsuko, en su casa de Suiza en 1995.BRUNO BARBEY (MAGNUM)

Setsuko Ideta tenía 18 años cuando, en 1962, conoció en Kioto a Balthasar Klossowski (Balthus). Él, considerado ya uno de los artistas más singulares del siglo, tenía 53 y había viajado hasta Japón enviado por el escritor y político André Malraux, para exponer en París lo mejor del arte nipón. Ella le hizo de traductora y nunca más volvieron a separarse. Se casaron en 1967 y 10 años después encontraron en medio de los Alpes, en el pueblo suizo de Rossinière, lo que sería la casa de sus sueños: el Gran Chalé, una típica construcción de madera de cinco plantas y 113 ventanas que el artista consiguió a cambio de cinco cuadros. Un camino vecinal separa la vivienda del estudio en el que trabajó Balthus hasta su último día, el 18 de febrero de 2001, con 92 años.

Con quimono de seda amarillo, calzada con geta y el negrísimo cabello recogido en un moño, Setsuko Ideta (Tokio, 1943) habla con orgullo de la retrospectiva que se le dedica a Balthus en la Fundación Beyeler de Basilea, una coproducción con el Museo Thyssen que se verá en Madrid del 19 de febrero al 26 de mayo de 2019. Ella se mueve despacio entre los centenares de objetos que ocupan el estudio y pide con dulzura a los periodistas —invitados por el Thyssen— que tengan mucho cuidado con las mochilas. Cada objeto es un tesoro. Con la mirada en los impresionantes pinares que se ven desde el ventanal y ante un gran lienzo inacabado, cuenta cosas que quizás haya repetido decenas de veces, pero suenan como si las pronunciara por vez primera.

Asegura Setsuko que todo está como él lo dejó, incluido el cenicero en el que se amontonan colillas de los cigarrillos que consumía sin cesar. Está su chaise longue, la manta roja con la que se abrigaba cuando pintaba desde la silla de ruedas, mandiles azulones, montones de pinceles, tubos y brochas, aceites, morteros, buriles, sus gafas y frascos repletos de pigmentos con los que ella le ayudaba a preparar los colores.

Su muerte

'Thérèse', cuadro de Balthus de 1938.
'Thérèse', cuadro de Balthus de 1938.

Recuerda Setsuko Ideta que el mismo día de la muerte de su esposo estuvieron charlando tres horas junto a la hija de ambos, Harumi, diseñadora de grandes firmas de lujo. “Estábamos en casa y de repente sintió la necesidad de ir al estudio. Dijo que se sentía muy feliz. Pese al goteo y al oxígeno que tenía que llevar para respirar, parecía rejuvenecido de golpe. Cruzamos la vereda. Contempló un lienzo en el que trabajaba desde hacía tiempo. Tras un rato, pidió retornar a la casa y murió en su habitación muy tranquilo”.

La condesa Setsuko —así se hace llamar porque así lo decidió su esposo— también es pintora, pero renunció para convertirse en ayudante de su marido. Ella dice que nunca se sintió relegada y que no le costó abandonar su carrera porque “él era un genio”. Trabajar para Balthus era fácil, aunque tenía que estar atenta para ejecutar sus instrucciones. “Cuando se ponía delante de la obra, se aislaba. No se le podía molestar. Fuimos de los primeros en tener un teléfono en estas montañas, pero llamara quien llamara, aunque fuera De Gaulle, no admitía interrupciones”. En el interior de la casona donde la señora Balthus ha organizado un té con nueces y bizcocho para la visita, hay libertad para deambular por las salas y habitaciones en las que vive con su hija y sus nietos. Fotos de Henri Cartier-Bresson o Man Ray se alternan con cuadros inacabados, animales disecados o dibujos escolares. Setsuko cuenta que asistirá a la muestra de Balthus en el Thyssen, igual que hizo con la antológica del Museo Reina Sofía, en 1996. La versión de Madrid será más amplia que la de Basilea. Puede llegar a las 45 pinturas. Balthus pintó poco más de 300 (Renoir, por ejemplo, firmó más de 5.000) y la mayor parte pertenecen a coleccionistas privados.

¿Qué opinaría Balthus sobre las 11.000 firmas que pidieron la retirada de su Thérèse soñando del Metropolitan de Nueva York por “pornográfica”? Setsuko no duda: “Les diría que hicieran lo que les diera la gana. No era un pintor pornográfico. Creo que los cristianos tienen un problema con el erotismo. Soy animista y para nosotros el sexo es maravilloso”. En sus memorias, Balthus afirma: “Mis niñas sobrepasan la condición mortal, exaltan la vida con la tensión de su carne, con la luz que las rodea”. No encuentra nada turbio en su tratamiento. La única obra que reconoce como porno, no incluida en la muestra, es La lección de guitarra, donde la profesora tañe la vulva de una niña recostada en su regazo. El artista tenía entonces 28 años.

Una vida llena de misterios

La vida de Balthus está llena de misterios que él mismo cultivó, no dando entrevistas o difundiendo datos contradictorios o falsos. Para Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, lo importante es mirar sus cuadros: “En ellos están su verdad y su valor”.

Los comisarios de la muestra de Basilea y Madrid, Raphaël Bouvier y Juan Ángel López-Manzanares, intentan desbrozar su historia, asumiendo que todo es cuestionable. Nacido en París en 1908, era el segundo hijo de Erich Klossowski, profesor de arte de origen polaco, y Baladine Spiro, pintora rusa. Su hermano era el célebre Pierre Klossowski. La familia se refugió en Suiza durante la Primera Guerra Mundial y allí conoció a la que sería su primera esposa, Antoinette de Batteville, madre de dos de sus hijos y modelo de obras como La jupe blanche (1937).

A su vuelta a París, por el domicilio familiar desfilaban artistas que despertarían su talento: Jean Cocteau, Pierre Bonnard o Rainer Maria Rilke, amante de su madre. Animado por él, Balthus decidió aprender a pintar yendo al Louvre cada día para copiar a los maestros y renunció a seguir los movimientos triunfantes en París. Amigo de Picasso y Miró, pero alejado de su senda artística, logró asombrar con sus composiciones figurativas pobladas de niñas. Al reconocimiento le seguiría un brote de grandeza por el que decidió que tenía un pasado aristocrático y se convirtió en el conde Klossowski de Rola. También habló de su remoto parentesco con Lord Byron. Pero esto, como otras muchas cosas, son leyendas de un artista genial.

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