De la caricatura al retrato
Gastón Duprat entra de manera explícita en el microcosmos de los galeristas y sus representados, pero para jugar, no para satirizar
Como recogió Andy Warhol en Mi filosofía de A a B y de B a A, una habitación de hotel en Montecarlo, periódicamente sacudida por el estruendo de los bólidos del Gran Premio, puede ser un espacio tan bueno como cualquier otro para reflexionar sobre el arte y su posible épica: “Si dices que los artistas corren riesgos, estás insultando a los hombres que desembarcaron en Normandía el día D, a los acróbatas, a las baby-sitters, a Evel Knievel, a las hijastras, a los mineros de las minas de carbón y a los que hacen autostop, porque ellos son los que realmente saben lo que son los riesgos”. Artista en decreciente cotización interpretado por Luis Brandoni, Renzo, coprotagonista de Mi obra maestra, no tiene una opinión mucho más benigna sobre la nobleza de su oficio, tal y como se lo confía al joven e ingenuo aprendiz al que da vida Raúl Arévalo: “Para ser un artista de éxito es necesario ser ambicioso y egoísta. El que hace arte porque no sabe hacer otra cosa tiene una especie de discapacidad [...]. Yo soy el ejemplo perfecto de lo que acabo de decir: hago algo perfectamente inútil y que además no le interesa a nadie”.
MI OBRA MAESTRA
Dirección: Gastón Duprat.
Intérpretes: Luis Brandoni, Guillermo Francella, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio.
Género: comedia. Argentina, 2018.
Duración: 100 minutos.
Desde los tiempos de El artista (2008), la creación y sus claroscuros (narcisismos y patologías del comportamiento incluidos) ha sido uno de los recurrentes temas de fondo en las obras del tándem formado por Gastón Duprat y Mariano Cohn, dos directores que, en cierto sentido, le han aplicado un barniz de instalación de arte conceptual a la comedia argentina. En Mi obra maestra, Duprat –esta vez asumiendo la dirección en solitario con Cohn como productor- entra de manera explícita en el microcosmos de los galeristas y sus representados, pero para jugar, como en El ciudadano ilustre (2016), a la estimulante traición de expectativas: lo que hay aquí no es una afilada sátira del mundo del arte modelo The Square (2017), sino una comedia de personajes que prefiere construir que barrenar.
El título de la película, su voz narrativa –que es la del galerista encarnado por Guillermo Francella- y su cartel publicitario aportan las pistas esenciales para descifrar el juego aquí propuesto: esta es, en el fondo, una heterodoxa historia sobre la reconstrucción de una amistad escondida bajo una comedia de contrarios, obra de un supuesto autor satírico que se ha revelado un gran retratista de personajes complejos.
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