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El crítico como kamikaze

Se publica una antología de Lester Bangs, periodista musical inmortalizado en canciones y películas como ‘Casi famosos’

Diego A. Manrique
Lester Bangs, en una entrevista en Winn Radio, en 1974.
Lester Bangs, en una entrevista en Winn Radio, en 1974.TOM HILL (WIREIMAGE)

Así, de primeras, no se trata de una propuesta seductora: una selección de los escritos de un crítico de rock, fallecido en 1982 por una infeliz combinación de medicamentos. Justo cuando, con 33 años, Lester Bangs se enfrentaba a las incertidumbres de un oficio que apenas le permitía vivir en Nueva York mientras buscaba salir de una encrucijada personal. Poco antes, en una necrológica de John Lennon, describía así sus sensaciones: “Me siento profundamente alienado del ­rock and roll y de lo que ha significado o podría significar, alienado de mis prójimos, hombres y mujeres, y de sus sueños o aspiraciones”.

Ocurre además que el tomo comienza con sus textos más intimidantes, el equivalente literario de aquellos elepés dobles o triples que sumaban caprichos y exploraciones. Así, el ensayo que da título al libro es una temprana (1971) reivindicación del rock de garaje a partir del quinteto Count Five, responsable del incandescente Psychotic Reaction y poco más (en una audaz pirueta, Bangs inventa al fugaz conjunto californiano una carrera prolongada, con descripciones minuciosas de cuatro discos imaginarios).

Lester Bangs no siempre acertaba en sus cruzadas, aunque sí anticipaba hacia dónde soplaría el viento

La primera cuarta parte de Reacciones psicóticas y mierda de carburador ofrece igualmente extensos arrebatos sobre los Stooges, los ­Troggs y esos eternos candidatos a “peor grupo de la historia”, The ­Godz. Es decir, Bangs no siempre acertaba en sus cruzadas, aunque sí anticipaba hacia dónde soplaría el viento: ya en 1972 invocaba al punk rock (versión años sesenta). Repasados hoy, uno tiende a perder la paciencia y quiere gritar: “Sí, vale. De hecho, ya estábamos convencidos.”

Otra opción sería comenzar por los escritos más breves y graduarse a, por ejemplo, su reportaje en tres partes sobre The Clash en gira, un atormentado intento de confrontar los ideales de la quinta de 1977 con la realidad cotidiana de un grupo de éxito. El compilador, Greil Marcus, mantiene un orden cronológico que, sin la deseada contextualización, plantea serios retos al lector ajeno a las particularidades de la prensa musical estadounidense durante los años setenta; la simple reproducción de portadas de las revistas que publicaban sus artículos habría ayudado a entender su extraordinaria singularidad.

Portada del libro sobre Lester Bangs.
Portada del libro sobre Lester Bangs.

De forma intuitiva, Bangs buscaba trasladar al papel el sonido del rock desatado, incluso del free jazz (mención especial para 'John Coltrane vive', relato humorístico digno de figurar en cualquier antología sobre la brecha generacional). Discípulo de Céline y Hunter S. Thompson, amante de la escritura torrencial de los beats, su prosa era tan enérgica como carente de frenos. Los neologismos, las jergas, las referencias a la cultura de masas, las citas de letras confluían en un magma de alta graduación y difícil de traducir sin 2.000 notas a pie de página. Lo que eleva a Reacciones psicóticas… por encima de otros delirios anfetamínicos es el candor de su autor, dispuesto a compartir las miserias de crecer en un hogar de testigos de Jehová, una paupérrima vida sexual, sus pedestres experiencias con alcohol y drogas, las frustraciones profesionales de freelancer admirado por sus colegas pero rechazado en Rolling Stone y explotado en el mensual Creem.

Semejante sinceridad brutal se sumaba a la firme creencia en el potencial liberador de los discos (subrayo que Bangs era un hombre de discos: en general, los conciertos solo le servían para extraer observaciones sociológicas). Esa pasión le planteaba serios obstáculos: su incomprensión de las leyes no escritas de la industria musical le llevó a una agria ruptura con sus amigos de Blondie, tras firmar un libro que suponía una enmienda total al pop que practicaban Debbie Harry y compañía. A Lester le rondaba la incómoda sospecha de que sus verdaderos ídolos iban a defraudarle.

Fan total de Lou Reed, defensor incluso de su indigerible Metal Machine Music, se citaban regularmente para aceradas batallas de ingenio. Aquí encontraran el resultado: gloriosas entrevistas, seguramente ficcionalizadas, donde Bangs le leía la cartilla y Lou respondía disparando las ocurrencias más letales y ofensivas. El creador de Berlin rehuía toda responsabilidad moral por su música o sus actos, ante un Lester cada vez más consternado por la insensibilidad de las mejores-mentes-de-la-generación.

Finalmente, en 1977, escribió: “Hoy no cruzaría la calle para escupirle a Lou Reed”. Reaccionaba así ante la desaparición de Peter Laughner, miembro fundador de Pere Ubu y alma gemela: “Es el fin de la era de la más intensa adoración del nihilismo y la fascinación por la muerte en todas sus formas vendibles”. Demasiados paralelismos: Laughner era un músico erudito que solía escribir para Creem, mientras que Bangs terminaría actuando y grabando chirriantes discos de mínima circulación.

Lo hizo por adquirir la vivencia del escenario y el estudio, no para resolver sus circunstancias de precariedad vital. También fue su impetuosa respuesta al tópico de “los críticos son músicos frustrados”. Pero carecía de la perseverancia del aspirante vocacional y, desde luego, con sus tendencias autodestructivas, no daba la talla de líder de banda. Hablamos de un desastre con patas: invitado a pasar unas vacaciones en Texas por ZZ Top, Billy Gibbons le recogió en el aeropuerto y, asustado por su aspecto, le llevó directamente a unos grandes almacenes, para comprarle ropa y calzado. Bangs tenía abundantes soluciones para humanizar el mundo que le rodeaba, pero, ay, parecía incapaz de resolver sus urgencias más inmediatas.

Reacciones psicóticas y mierda de carburador. Lester Bangs. Traducción de Ignacio Juliá. Libros del Kultrum. Barcelona, 2018. 592 páginas. 22 euros.

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