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Wes Anderson se infiltra en el tesoro de los Habsburgo

El cineasta y la ilustradora Juman Malouf seleccionan 430 objetos del Museo de Historia del Arte de Viena

Juman Malouf y Wes Anderson, ante 'La torre de Babel' (1563) de Pieter Brueghel el Viejo, en Viena.
Juman Malouf y Wes Anderson, ante 'La torre de Babel' (1563) de Pieter Brueghel el Viejo, en Viena.R. PROEL (EL PAÍS)
Álex Vicente

Érase una vez un niño de Texas que soñaba con el Imperio Austrohúngaro. Desde su infancia, Wes Anderson ha vivido con la convicción de haber nacido en el lugar y el momento equivocados, lo que ha llevado al cineasta estadounidense a fantasear con tiempos pasados que fueron necesariamente mejores. La Mitteleuropa es su paraíso perdido. Y a ella vuelve, una y otra vez, tanto en el cine como en la vida. Dicen que uno de sus destinos predilectos es Viena, donde cada esquina parece esconder un plano de sus películas. Por todo ello, cuando el Museo de Historia del Arte de la capital austriaca le propuso convertirse en comisario de una de sus exposiciones, Anderson aceptó de inmediato la invitación, a la que se sumó su mujer, la ilustradora libanesa Juman Malouf.

El resultado será inaugurado este martes con el peculiar título de La momia de una musaraña en un sarcófago y otros tesoros, que podrá verse en la capital austriaca hasta el 28 de abril, antes de exponerse en la Fundación Prada de Milán en otoño de 2019. Anderson y Malouf han seleccionado 430 obras y objetos pertenecientes a las catorce colecciones de esta majestuosa pinacoteca, fundada en 1891 como vitrina para exhibir los cientos de miles de obras acumuladas por los archiduques y emperadores austriacos. “No podemos atribuirnos la concepción ni la creación de ninguna de ellas, pero tenemos la humilde aspiración de que estas asociaciones poco convencionales influyan en el estudio del arte y la antigüedad […] por parte de las generaciones futuras”, afirma Anderson en el catálogo de la muestra. “Nuestra esperanza es arrojar un poco de luz en esquinas que, hasta ahora, eran demasiado sombrías para ser vistas”, señala en su texto, escrito con el estilo epistolar de sus personajes.

Para el museo, la invitación responde a la voluntad de seducir a un nuevo tipo de público. “Una muestra como esta puede atraer a nuevos visitantes, tal vez más jóvenes”, sostenía ayer la directora de la institución, Sabine Haag. “También nos obliga a repensar nuestra colección, prescindiendo de las jerarquías habituales y los criterios académicos. Es una nueva manera de mirar, que no convence a todos los conservadores del museo, pero sí a la mayoría. Se trata de un juego creativo que han aprendido a amar”. Más que con el cerebro, Anderson y Malouf escogieron con la retina. Hicieron caso omiso a la procedencia, la importancia y la rareza de las obras, entre el resto de criterios que suelen guiar a un comisario profesional. Asociaron los objetos por colores y temas, mezclaron las disciplinas nobles con las artes decorativas y prescindieron de paneles y cartelas. Además, convirtieron las reservas del museo en su segunda residencia: más de dos tercios de las obras proceden de su gigantesco depósito y unas 200 nunca habían sido expuestas al público.

En el fondo, su método no es revolucionario: así se constituyeron las primeras colecciones de arte hasta el Barroco, antes de que la Ilustración impusiera el método científico que sigue rigiendo hoy a los museos. No es un accidente que la exposición tenga lugar en la Kunstkammer de la pinacoteca, el antiguo gabinete de curiosidades en el que los soberanos austriacos acumularon obras de arte, piedras preciosas, moluscos marinos y otros asombrosos artilugios. Tampoco parece accidental que Anderson y Malouf hayan escogido un lienzo de Francken el Joven en el que aparece ese cuarto de maravillas para dar la bienvenida a la muestra. En él, las obras maestras de la pintura y los caballitos de mar reciben un tratamiento idéntico. “Han querido recrear un gabinete de curiosidades, pero sin calcar el modelo original. Aunque diría que ambos comparten la locura, la obsesión y la insaciabilidad que distinguió a los mismísimos Habsburgo”, sonríe el conservador de arte moderno del museo, Jasper Sharp, que trabajó mano a mano con la pareja. Tras dos años de trabajo, los comisarios siguieron agregando objetos hasta el último minuto. “El viernes tuvimos que pedirles que parasen”, confiesa Sharp. Si algunas de las obras expuestas no aparecen en el folleto es porque fueron añadidas cuando ya estaba en imprenta.

Si no es el ejercicio literal respecto a sus filias estéticas que algunos esperaban, la muestra contiene muchos de los temas y sentimientos que el cine de Anderson suele acariciar. Junto a la entrada, los retratos de la familia de Petrus Gonsalvus, gentilhombre canario en la corte de Enrique II que padeció hipertricosis, la enfermedad que produce un exceso de vello en el rostro, aportan un contrapunto ominoso a este sofisticado contexto. Algo más allá, una sala reúne decenas de retratos de niños de la realeza y la aristocracia europea, infantes que cargan con el peso de la historia mientras parecen soñar con vidas más livianas, como aquellos superdotados Tenenbaums a los que Anderson ya trató como si fueran royals. El espacio contiguo concentra decenas de estatuillas de animales, protagonistas de las dos cintas de animación firmadas por el director, mientras que otro rincón contiene distintas vasijas en tonos esmeralda y un vestido del mismo color para una representación teatral de Hedda Gabler. La escenografía responde a esa estricta simetría que distingue a sus encuadres. Es decir, a esa geometría obsesivamente regular que los antiguos maestros vincularon a la más adusta melancolía.

Artistas de renombre, comisarios por un día

No es la primera vez que un artista reconocido se infiltra en una gran pinacoteca para reordenar su colección ejerciendo d comisario por un día. En Londres, la National Gallery invitó a Francis Bacon, David Hockney y Lucian Freud. En París, en Louvre hizo lo propio con Umberto Eco, Toni Morrison o Pierre Boulez, mientras que el Museo de Orsay acaba de abrir sus reservas a Julian Schnabel, que expone una selección de obras de la colección del museo junto a sus cuadros hasta el 13 de enero. Y el propio museo vienés lo lleva haciendo desde 2012, cuando inauguró este ciclo de colaboraciones externas con el artista Ed Ruscha, que escogió un título brillante para su exposición: Los viejos maestros nos robaron todas las buenas ideas. Pero el primero de todos, como en tantas otras cosas, fue Andy Warhol. En 1969, el artista fue invitado a interactuar con la colección de la prestigiosa Rhode Island School of Design. En el catálogo de la muestra, la coleccionista y filántropa Dominique de Menil, responsable de esta idea, escribió estas líneas: "Si los críticos y académicos nos abren muchas puertas, solo los visionarios y profetas franquean las de los palacios. Lo que es bello para un artista se vuelve bello. Y lo que es poético se vuelve poético. Así que visitemos los museos con poetas y artistas". Para las pinacotecas de nuestro siglo, sus deseos se han convertido en órdenes.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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