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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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La línea que iba de Sabicas a los Doors

Elektra Records fue la gran discográfica de culto en la España de la Década Prodigiosa

Diego A. Manrique
El fundador del sello Elektra, Jac Holzman, en los años cincuenta.
El fundador del sello Elektra, Jac Holzman, en los años cincuenta.

Esto parecerá disparatado a los benditos que hoy consumen música de modo digital pero conviene que sepan que antes, en la noche de los tiempos, aquí habitó gente muy rara. Imaginen: eran capaces de comprar discos por la belleza de sus portadas. Memorizaban los nombres de ingenieros de sonido y productores, que funcionaban como garantía. Incluso, cágate lorito, había fans de determinadas discográficas, dispuestos —hasta dónde llegaban sus recursos económicos— a conseguir todas sus referencias.

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En España, a mediados de los años sesenta, puede que la compañía más prestigiosa fuera Elektra Records. Aparte de sus valores intrínsecos, ganaba puntos por su inaccesibilidad: no tenía distribución en España, por lo que localizar uno de sus discos era casi tan complicado como encontrar un unicornio. Perversamente, sí sonaban en la radio española, al menos en los programas de Ángel Álvarez; que, como radiotelegrafista de Iberia, volaba regularmente a Nueva York y —se decía— tenía acceso a las oficinas de Elektra. Cosa grande era escuchar a Álvarez, devoto de cantantes melódicos tipo Jim Reeves, intentando explicar los misterios de la esotérica Incredible String Band.

Aquí conocimos Elektra cuando el sello estaba cambiando su piel. Todavía era puntero en cantautores y folk urbano: Tom Rush, Phil Ochs, Judy Collins, Tom Paxton, Tim Buckley. Pero ya experimentaba con potentes grupos eléctricos: la Paul Butterfield Blues Band, Love, The Doors; gracias al colosal impacto de estos últimos, finalmente Elektra llegó a las tiendas españolas.

Ignorábamos entonces que la disquera tenía una historia profunda. Había sido fundada en 1950 por un amante del sonido llamado Jac Holzman, que detectó huecos de repertorio en el naciente mercado del LP. En sus inicios, era una empresa artesanal que dependía del vehículo de Holzman, una Vespa capaz de transportar su grabadora Magnecord PT-6 (Elektra tardó en permitirse alquilar estudios) o incluso los pedidos a las tiendas de Manhattan.

La política de fichajes de Holzman consistía en atrapar a todo artista que se ponía a tiro. Así se convirtió en proveedor de música flamenca para Estados Unidos: hizo cuatro álbumes con aquel maestro navarro afincado en Nueva York, Agustín Castellón, alías Sabicas. Como se vendieron muy bien, grabó a otro tocaor, el cordobés Juan Serrano, e incluso —en una sesión parisina— a Los Gitanillos de Cádiz, eficaz grupo festero. No se trataba de hispanismo vocacional: con el flamenco Holzman ganaba dinero y prestigio; cuando quiso contratar a The Doors, recibió el apoyo de su guitarrista, Robby Krieger, que había desgastado los surcos de Sabicas intentando aprender sus falsetas.

Cuando no tenía cantantes o instrumentistas a su alcance, Holzman se inventaba discos, incluso extramusicales: desde un curso de código morse a una popular colección de efectos de sonido, pasando por elepés humorísticos. Otra genialidad sería el sello Nonesuch, inicialmente consagrado a música barroca vendida a precio medio. Fueron esos discos atípicos, altamente rentables, los que proporcionaron el colchón financiero que permitió el crecimiento de Elektra.

Hasta que, en 1970, Holzman integró su estructura en Warner. Los siguientes fueron años de vacas gordas con Bread, Carly Simon, Harry Chapin. Cierto que no faltaron los conflictos, como las sucesivas rupturas con los feroces grupos de Detroit MC5 y The Stooges. Hasta que en 1973 Holzman decidió dejar el negocio musical para replantearse la vida en una isla de Hawái.

Definitivamente, Elektra perdió su singularidad cuando se fundió con Asylum Records, el negocio de David Geffen. Fiel a su mentalidad mercantil, Geffen echó a unos 30 artistas de Elektra y purgó al personal. Luego, se cargó el primoroso estudio de la compañía en Los Ángeles, construido según las especificaciones de Holzman y su principal productor, Paul Rothchild; en su lugar, instaló el departamento de contabilidad. El mensaje no podía ser más brutal.

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