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El hombre que fue jueves
Columna
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Ella, él y el cuervo

El teatro de Baró d’Evel es poesía en movimiento, como cantaba Bobby Vee. O energía poética, como diría un surrealista

Marcos Ordóñez

El pasado 4 de septiembre murió Bonito, el caballo árabe de la compañía del Baró d’Evel. Sería fácil decir ahora que el alma de Bonito está en el cuervo Gus, pero el príncipe blanquinegro tiene alma propia: lleva cinco años viviendo (y trabajando) con Blaï Mateu y Camille Decourtye, que este verano presentaron nuevo espectáculo en el Festival Montpellier Danse, y luego en el Grec/Lliure. En Là, subtitulado Pieza en blanco y negro para dos humanos y un cuervo, hay danza, espléndida, con la guía de María Muñoz y Pep Ramis, de Mal Pelo, pero también canto, soberbio, estremecedor, y circo, una depuradísima entrada de clowns, o un pas de deux de acróbatas que dura 70 minutos. Todo eso y más. Dos superdotados. Cómo se mueven al borde del abismo, cómo se apoyan para no caer.

Blaï y Camille llevan 18 años juntos bajo la carpa. Él tiene la inocencia y la gracia flexible de un joven Dick Van Dyke, o de aquel otro cómico, espigado y lunar, que fue Robert Dhéry. Ella tiene la dulzura sabia de Annie Fratellini y la fuerza de una caballista salvaje. Les veo y me vuelven ecos de otras carpas mágicas y otra gran pareja: el Circo Imaginario y el Circo Invisible de Victoria Chaplin y Jean-Baptiste Thierrée. Aquí es pareja de tres, claro, porque Gus sobrevuela la caja blanca de un universo nevado, y es observador, guía y anticipo de trazo en el lienzo. Blaï y Camille, niños asomándose a la otra cara de la luna, intentan acercarse, abrazarse entre el desconcierto y la alegría. Se buscan en la nieve, cantando como un trovador a su dama y una reina anhelando a su caballero. Atraviesan paredes, tratan de desatar los enormes nudos de una maraña de cable eléctrico, y asumen que Gus va a llevarse algunas de las mejores escenas, con movimientos sacros o burlescos. Y pintan: en las paredes van quedando rastros, huellas de sus encuentros y desencuentros, destellos de negro abriéndose paso, tiñendo también de blanco la ropa negra, y luego, grand finale que corta el hipo, serán Buster y su gemela (o Harolda y su gemelo) bajando a pico por una pared verticalísima.

El teatro de Baró d’Evel es poesía en movimiento, como cantaba Bobby Vee. O energía poética, como diría un surrealista. Lorca, Buñuel y Alberti hubieran sido muy felices con esta aventura en la luna nevada. Me encantaron Le sort du dedans y Bèsties, sus dos cumbres anteriores. es la depuración de sus mejores talentos. Ya ha terminado en el Lliure, a teatro lleno, pero aún puede verse, del 21 al 23 de noviembre, en el Teatre de Salt (Gerona), en Temporada Alta. Y debe girar más, porque es una preciosidad absoluta. ¿Quién se anima a programarlo? Là, por cierto, es la primera parte de un díptico: Là, sur la falaise (Allí, sobre el acantilado). La segunda parte se verá en el próximo Grec y en toda Europa. Oriol Pla me contó que formará parte de su elenco, de ocho intérpretes. Otra razón más para esperar la cita.

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