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Crítica | Ha nacido una estrella
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Solo quería verte otra vez

La elegancia con la que el debutante en la dirección Bradley Cooper resuelve el trágico final del protagonista parece anticipar que tras este debut no hay sólo oficio, sino mirada

Bradley Cooper y Lady Gaga, en 'Ha nacido una estrella'.
Bradley Cooper y Lady Gaga, en 'Ha nacido una estrella'.

La frase "Solo quería verte otra vez" (o sus variantes) atraviesa las cuatro versiones de Ha nacido una estrella, dejando claro que, por debajo de sus respectivas reflexiones sobre el estrellato y la industria del espectáculo, lo que siempre sigue ahí es la esencia del melodrama: la trágica historia de amor entre dos cuerpos que siguen trayectorias inversas –la ascendente y la descendente- y que quizá solo pudieron brillar juntos, e iluminarse mutuamente, en un momento efímero, condenado de antemano. Ahí reside el secreto de la inmortalidad de esta historia que ya resultó tan seductora en el momento de su aparición que, a pocos meses de su estreno, inspiró una imitación extraoficial: la deliciosa It Happened in Hollywood (1937) de Harry Lachman, uno de los primeros trabajos de Sam Fuller como guionista, que no sería descabellado considerar la principal fuente de inspiración del The Artist (2011) de Hazanavicius.

HA NACIDO UNA ESTRELLA

Dirección: Bradley Cooper.

Intérpretes: Bradley Cooper, Lady Gaga, Sam Elliott, Andrew Dice Clay.

Género: musical. Estados Unidos, 2018

Duración: 135 minutos.

En la nueva encarnación de este mito que, además de los talentos obvios y visibles, ha tenido oficiantes tan ilustres y dispares como Dorothy Parker, Joan Didion y el fondo de armario de Barbra Streisand, las dos figuras principales –Lady Gaga y Bradley Cooper- invierten un considerable capital de riesgo: la nueva versión de Ha nacido una estrella tiene para ambos la evidente condición de bautismo de fuego –primer gran desafío como actriz dramática para ella, debut como director para él- y la tensión eléctrica del reto galvaniza la pantalla desde la primera imagen.

Cooper parte claramente de la versión de Frank Pierson de 1976, pero logra mejorarla rodeando a sus personajes principales de una serie de figuras secundarias que sustituyen el arquetipo por el personaje (cargado de historia): así ocurre con el hermano de Jackson Maine (Cooper) –un Sam Elliott que carga con el peso de ejercer de la figura paterna que nunca debió ser- y el padre de Ally (Gaga) –un sorprendente Andrew Dice Clay siempre rodeado de su afectuoso coro de chóferes-. La elegancia con la que el debutante resuelve el trágico final del protagonista parece anticipar que tras este debut no hay solo oficio, sino mirada. Y en esta película donde se habla de discurso e imagen, Lady Gaga, esa estrella que se dio a conocer disfrazada de instalación artística modelo Saatchi Gallery, demuestra que había verdad bajo la máscara, aunque la película desaproveche la ocasión de ahondar en la naturaleza de la nueva cultura de la fama.

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