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Feria de San Miguel de Sevilla
Crónica
Texto informativo con interpretación

‘Locura’ con Manzanares

El torero se cerró la Puerta del Príncipe al fallar con los aceros en tarde triunfalista

Antonio Lorca
El torero José María Manzanares, en la Maestranza, en Sevilla.
El torero José María Manzanares, en la Maestranza, en Sevilla.CRISTINA QUICLER

No se podrá quejar Manzanares del trato exquisito que le dispensa la Maestranza. Tanto es así que a punto estuvo de abrir la Puerta del Príncipe si no falla con la espada en el quinto de la tarde. Los alborotados tendidos estaban dispuestos a pedir las dos orejas con fuerza después de una faena elegante, marca del alicantino, a una caricatura de toro bravo, nobilísimo y amuermado animal, que le propinó una voltereta sin consecuencias, lo que acrecentó el triunfalismo imperante.

Pasó que Manzanares es un torero artista, apadrinado por Sevilla, que torea con naturalidad, despegado siempre y muy aliviado; pero es muy del gusto de esta ciudad. Y tuvo delante dos monas de Juan Pedro Domecq, entendiéndose por ellos dos toros de bonitas hechuras, blandurrones, sosos y almibarados. Pero el toro ya no importa en esta plaza; no es más que un colaborador necesario para el artista, un actor secundario.

DOMECQ/MORANTE, MANZANARES, CADAVAL

Toros de Juan Pedro Domecq, desigualmente presentados, mansurrones, descastados, muy blandos y muy nobles.

Morante de la Puebla: casi entera trasera (silencio); estocada (ovación).

José María Manzanares: estocada trasera (oreja); _aviso_ tres pinchazos, un descabello _segundo aviso_ (vuelta al ruedo).

Alfonso Cadaval, que tomó la alternativa: casi entera tendida y trasera (ovación); pinchazo y estocada (vuelta al ruedo).

Plaza de La Maestranza. 30 de septiembre. Tercer y último festejo de la Feria de San Miguel. Lleno.

Y con ambos desarrolló una tauromaquia low cost, pura baratija, con tanta galanura como frialdad. Una oreja cortó a su primero y muchos pidieron la segunda, en una actitud sonrojante.

De tal astilla fue el quinto, bueno y generoso con el torero, y le permitió una faena larga por ambos lados que hizo disfrutar de lo lindo a los que ya soñaban con la salida a hombros. Cometió el error de trazar un molinete de rodillas, el animal se quedó corto y lo atropelló; el torero no estuvo presto para recuperar la verticalidad y el toro lo levantó por los aires sin más consecuencias que el golpetazo seco contra el albero. Citó a recibir con la espada cuando los pañuelos ya asomaban, pero falló y todo quedó en una clamorosa vuelta al ruedo, premio más justo para la labor realizada.

Se marchó Morante de vacío una vez más. Lo intentó, es verdad, pero no aprenderá —ya es muy tarde— la lección de que los toros artistas son embusteros. Apagado y amuermado resultó su primero, y el cuarto se vino abajo cuando la Maestranza esperaba que el torero destapara el tarro de las esencias. Lo cierto es que el inicio de la lidia de ese cuarto toro fue espectacular: lo recibió Morante pegado a tablas, con el capote abierto sobre la espalda y esbozó el inicio del galleo del bu, un par de estimables verónicas dibujó después, tres chicuelinas ceñidísimas a continuación y todo lo remató con una media y una vistosa serpentina. Y la plaza se venía abajo. Pero el gozo quedó en un pozo. Otro torero, al igual que Manzanares, que se presta el engaño continuo y descarado de Juan Pedro Domecq.

Y otro sin motivo de queja es Alfonso Cadaval, que ha tomado la alternativa en tarde de gloria. Tiene maneras y gusto estético, pero desprende fragilidad y escaso entusiasmo. Se lució con el capote en un quite a la verónica y otro por chicuelinas, y lo intentó de veras con la muleta, pero no supo o no pudo despertar el entusiasmo requerido. Su primero llegó al tercio final agotado, y el sexto, también de condición santificadora, le permitió una confianza que no aprovechó. Fue una labor de más a menos; comenzó de rodillas en los medios con una tanda con la mano derecha que abrochó, ya de pie, con un precioso cambio de manos, pero no pasó de ahí.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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