¿Y si Steve Jobs fuera Fausto?
Alex Ollé y la Fura dels Baus refrescan el mito de Goethe y la ópera de Gounod en el Real mediante la tecnología y la cirugía estética
En el principio fue el verbo, dice el Evangelio de San Juan. Pero Mefistófeles se la enmendó. Salió respondón y le llevó la contraria: “No, al principio, nada de verbo. ¡Acción!”. Así que frente a la pasividad del bien, conviene no perder de vista el dinamismo del diablo. Y eso es lo que ha tenido en cuenta Álex Ollé, de La Fura dels Baus, para montar el Fausto, de Charles Gounod que abre la nueva temporada en el Teatro Real. Eso y una puesta a punto del mito a base de brochazos de pura modernidad en los que se mezcla la inteligencia artificial con el botox de las barbies o la tiranía del consumismo: “¿Y si Fausto hoy fuera Steve Jobs?”, se pregunta el director de escena.
La respuesta la tienen sobre las tablas a partir del miércoles 19 –y hasta el 7 de octubre- Piotr Beczala e Ismael Jordi, los dos tenores encargados de dar vida al personaje. Pero también Dan Ettinger, director musical, o los barítonos Luca Pisaroni y Erwin Schrott, que rocían de azufre la producción como Mefistófeles, junto a las sopranos Marina Rebeka e Irina Lungu, que encarnan a Margarita. Los tres primeros presentaron la ópera en rueda de prensa junto a los responsables del teatro: Joan Matabosch, director artístico, Ignacio García Belenguer, director general y Gregorio Marañón, presidente del patronato.
Desde que pusieran en pie –y boca abajo- a Salzburgo con La condenación de Fausto, de Héctor Berlioz, en 1995, La Fura dels Baus no ha dejado de revisar el mito: “Está en nuestro torrente sanguíneo”, asegura Valentina Carrasco, miembro de la compañía y encargada de dirigir estos días los ensayos. Lo dijo este miércoles en la presentación de la ópera que tuvo lugar en el Real. Ollé ha estado dirigiendo las pruebas estas pasadas semanas y acudirá al estreno.
El buen hombre que pacta con el diablo ha sido su obsesión. “Me falta poner en pie algún día la versión de Christopher Marlowe”, comenta. Pero se ha estudiado las múltiples mutaciones del personaje en la cultura occidental hasta disecarlo: de la del propio Marlowe a Goethe, de Berlioz a Gounod o la compasión con la que le presentaron los Rolling Stones, de Thomas Mann a Bulgakov con El maestro y Margarita, a Ollé no se le escapa una. Ni en ópera, ni en teatro, ni hasta en cine, porque hicieron su versión titulada Fausto 5.0.
Dos voces para un solo tenor
Tanto el polaco Piotr Beczla como el andaluz Ismael Jordi, coincidieron en que la verdadera dificultad del Fausto al que encarnarán en el Teatro Real radica en su desdoblamiento. Con un argumento dramático de peso, Gounod impone en la piel del mismo personaje la dualidad. Comienza con el viejo doctor y lo va conduciendo hacia ese joven a merced de las tentaciones mefistofélicas: “En realidad ha habido países como Rusia en los que a Fausto lo interpretaban dos tenores”, comenta Jordi. Lo sabe por medio de su maestro, Alfredo Kraus, que tantas veces hizo el papel. La tesitura del inicio es más oscura, más dramática. Pero debe desembocar en la luz lírica del resto. El esfuerzo para la interpretación teatral es clave, asegura Beczala, que debuta en una ópera escenificada en el Real. Siempre un reto para un tenor en una de las piezas que casi desde su estreno en el Théâtre Lyrique de París en 1859, se ha representado hasta la saciedad en todo el mundo. Compuesta por un músico inquietante, mitad monje, mitad pecador, que llegó a decir en vida para emular al personaje que más gloria le dio: “Si un buen católico me diseccionara al morir, se asustaría de lo que iba a encontrar dentro”.
Por eso es uno de los creadores activos más sabios de la escena para arrástralo al siglo XXI. De hecho, estos días alterna la obra de Gounod con el Mefistófeles, de Boito, que ensaya en Lyon: “En las dos últimas décadas, los avances en el conocimiento del cerebro han sido constantes y, a la vez, fascinantes”, comenta Ollé a EL PAÍS. “La exploración de sus áreas, el estudio de las redes neuronales, el valor primario de las emociones y su implicación en el pensamiento abstracto, la forma en que el cerebro percibe el mundo y se genera esa imagen interior del universo que es la conciencia, cómo la memoria y los sueños contribuyen a dar una sensación de una realidad fragmentaria, los mecanismos del lenguaje y, en última instancia, la evidencia neurológica de Dios... pero también del Diablo... Todo nos lleva a plantear ese universo que existe solamente en el interior de Fausto”.
Otras interconexiones también prevalecen. Aparte del barranco nazi en que acabó el idealismo alemán, explorado en el Doktor Fausto de Mann, Ollé tira de otro paralelismo: “En el mismo año que se estrena la obra de Gounod, aparece El origen de las especies, de Darwin. Ahí hemos encontrado inspiración para la puesta en escena”. En ella se mezclan arquetipos desde un ordenador central que hace confundir el sueño con la realidad: a los burgueses con las operaciones estéticas, a los científicos con los arribistas.
A la red con la realidad, a Prometeo con Frankenstein… A la confusión del deseo como espejismo de las falsas aspiraciones que nos alejan de la felicidad al alcance de la mano. “Todo aquello que nos nubla por culpa de la soberbia”, afirma Ollé. Una pesadilla demasiado palpable como para no dejar de ser aterradoramente real.
Babelia
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