Metido en los dramas de otro
Varias películas de la sección de realidad virtual en Venecia llevan al espectador a vivir memorias ajenas para generar empatía y comprensión
Le encontraron por las calles de Londres, en 1916. Vagaba sin rumbo ni identidad. Llevaba un uniforme del ejército australiano, aunque desconocía por qué. Por lo menos, era una pista: así que fue enviado de vuelta al que debía de ser su país. Pero allí tampoco tenía quién le recibiera. Solo un asilo mental, donde permaneció 12 años: nadie le reclamaba, ni podía volver a una vida que no rememoraba. Hasta que una enfermera concibió la idea que cambió su destino: envió su foto a un diario local, Truth, que la publicó junto con un enorme punto de interrogación. Tal vez alguien reconocería a ese hombre “sin familia, amigos o enemigos”, como rezaba el artículo. Puede que hubiera una esperanza para el paciente desconocido. ¿Usted lo recuerda? Debería: es su historia.
Por lo menos, durante nueve minutos. Entonces, el espectador se quita el casco de realidad virtual, respira y regresa de las vivencias de George Brown -como le bautizaron mientras buscaban su nombre verdadero- a las suyas propias. “Es increíble que sea una historia real”, subraya Michael Beets, el cineasta que la ha convertido en un filme en el que sumergirse: The Unknown Patient se puede ver en la sección que La Mostra de Venecia dedica desde hace dos años a la realidad virtual. Y, como varios proyectos de esta segunda edición, apuesta por mezclar vanguardia y pasado: un casco para descubrir las memorias de otro, vivirlas y comprenderlas. Generar inmersión, para tocar empatía y conciencias.
La aventura de Nacho Vigalondo
Nacho Vigalondo dice que se ha "colado en el festival de Venecia por un agujero rarísimo". Pero lo importante es que allí está. Junto con la productora Gaz VR busca financiación para Peep Show, un filme en realidad virtual que quieren lanzar en 2019. "Se trata de imaginar un espacio, y a partir de ahí nace la historia. Creo que hay que tratar de aprovechar este formato con guiones que no tengan sentido en otros", asevera Vigalondo. Y explica que Peep Show, en concreto, se desarrollará en uno de estos locales donde se observa por una mirilla un striptease, y donde la trama se desmadrará hasta llegar a incluir zombis.
“Tengo cierta seguridad a la hora de rodar en formato bidimensional, así que volver a no tener ni idea de lo que haces es lo mejor. Estás inventando las reglas, tiene una componente de aventura”, tercia Vigalondo. Por eso, más allá de la realidad virtual para mostrar memorias ajenas, imagina un horizonte amplísimo: “Puede ser una herramienta para la empatía sensorial, pero no es la única vía. Hay que pensar en grande, y a lo que aún no se ha hecho”.
Los ejemplos atraviesan el mundo y las décadas. En Home After War, el público acompaña el regreso a casa de Ahmaied Hamad y su familia: ¿qué quedará de su hogar en Faluya (Irak), que abandonaron tras la ocupación del Estado Islámico? Even the Rain arranca cuando Guillaume Ngbowesse se sienta frente al espectador y le cuenta qué abusos sufrieron los musulmanes como él en República Centroafricana. En Borderline, un soldado israelí patrulla la frontera como cada día, hasta que se encuentra ante la decisión que marcó su existencia. Con Make Noise se entra en la primera línea del movimiento sufragista, mientras que Battlescar trata de explicar el desembarco de un puertorriqueño en la Nueva York de los setenta.
“El cine siempre ha jugado con la capacidad de identificarse con otros. La realidad virtual proporciona una herramienta más, añade una dimensión casi física”, asegura el director del festival de Venecia, Alberto Barbera. Por eso, el Centro Internacional de Desminado Humanitario de Ginebra ha financiado Home After War: confía en que el espectador entienda así que una guerra no termina con el último disparo, que minas y bombas caseras matan hasta mucho después. Así como la creadora de Even the Rain, Lindsay Branham, presume de que su película ayuda a generar un cambio real en República Centroafricana: si religión y estereotipos silencian el diálogo, trasladarlo a la realidad virtual facilita la conversación. Cuando menos, un mensaje en el propio filme sostiene que para muchos espectadores locales ha supuesto el primer encuentro sereno con un musulmán.
“La realidad virtual se presta muy bien para narrar a través del tiempo y el espacio, para trasladar al público en medio de los eventos, como en el teatro”, agrega Beets. Tanto él como Barbera reconocen que el formato vive aún su amanecer. Colosos como Facebook, Sony, Samsung o Google han invertido cientos de millones en liderar esta nueva carrera. Nombres como Darren Aronofsky o Jessica Chastain participan en algunos de los proyectos de Venecia. Y la experimentación parece reinar: animación y metraje real; filmes interactivos o lineares; en primera persona o en tercera. Beets defiende que, en las instalaciones de realidad virtual del festival, “no hay competición, sino apoyo”. “Tratamos de aprender los unos de los otros”, agrega.
Las lecciones le servirán para terminar The Unknown Patient. A Venecia ha llevado el piloto, pero quiere completar la historia, y luego también convertirla en una película tradicional. Al final del prólogo, el espectador justo ve que miles de personas llegan al siquiátrico a buscarle. Podría ser su hijo, padre o hermano perdido. En la historia real, gracias a un tatuaje en el hombro, alguien finalmente reconoció al pobre George Brown. Encontró una mujer, en Nueva Zelanda, y la llevó hasta el asilo. Cuando la vio ante él, el hombre desvió la mirada. Luego, volvió a centrarla en ella. Y al fin habló.
-Madre, ¿por qué has estado llorando?
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