Simulacro de ‘performance’
El interesante punto de partida de la obra 'Culpa in vigilando: visita guiada a un autillo de fe' se pierde en la materialización del espectáculo
El punto de partida de este trabajo sugerentemente titulado Culpa in vigilando: visita guiada a un autillo de fe N.º 26 es muy interesante. Utilizando antiguos textos jurídicos y crónicas de los siglos XVII y XVIII, se realiza una abstracción de las convenciones sociales que sustentaban los antiguos juicios de la Inquisición, basados principalmente en una relación de dominación-sumisión: es decir, un sector sumiso que consiente ser juzgado según las reglas del sector dominante. Es la misma relación que se establece, según la conclusión de este espectáculo, en las llamadas sesiones de BDSM (prácticas sexuales que incluyen sadomasoquismo). A lo que se añade como reflexión un tercer paralelismo: es la misma relación que se establece en un espectáculo, con un grupo dominante que marca las reglas (los artistas) y otro grupo sumiso que las acepta.
Esto es lo que se explica en el arranque de la obra por medio de una locución que los espectadores escuchan con cascos sentados en los bancos del jardín del Loft Contemporáneo de Alcalá de Henares, un bonito rincón recientemente rehabilitado como espacio cultural, como introducción a la performance expresamente creada para este lugar por el Laboratorio de Creación Escénica Vladimir Tzekov, una de las compañías de teatro experimental a las que este año ha invitado el festival Clásicos en Alcalá para investigar nuevas formas de abordar los grandes textos de repertorio. La locutora expone los tres paralelismos, aclara que efectivamente como apunta el título esto es una visita guiada a un autillo, pero también a una sesión de BDSM y a un espectáculo, y advierte de que cada espectador deberá elegir su papel: sumiso, dominante o simplemente voyeur. “No tengan miedo de acercarse a los clásicos”, dice la voz. La cosa promete emociones fuertes.
Culpa in vigilando: visita guiada a un autillo de fe N.º 26
Dramaturgia y dirección escénica: Manuel Bonillo. Elenco: Jota Altuna, Manuel Bonillo, Cristina Contreras, Raquel Cruz, Santiago del Hoyo. Iluminación: Tomás Muñoz. Escenografía: Laura Ferrón, Ismael Villanueva. Vestuario: María Romero. Festival Clásicos en Alcalá, 29 y 30 de junio.
Pero todas las expectativas se desmoronan en cuanto el público abandona el jardín. Antes de entrar a la sala donde se desarrolla la sesión de BDSM, los espectadores deben atravesar un pequeño atrio en el que se ofrece un aperitivo: una pareja de dominantes echa cera caliente sobre la piel del sumiso, que según informa la locución no forma parte de la compañía y no cobra ningún sueldo, sino que se ha sometido voluntariamente al juego. Después, los performers guían al público a la sala central donde se supone que se van a poder vislumbrar las sensaciones que se derivan de las prácticas sadomasoquistas. Pero ahí no se advierte dolor ni placer, pues todo se advierte impostado: desde la estética sado, cargada de tópicos, hasta la actitud de los artistas que ejercen como dominantes, tan forzada que resulta pueril. Es como si estuvieran jugando, no representando un papel, ni mucho menos actuando en una performance. Parece más bien un simulacro de performance.
No se quiere decir con esto que para que una performance tenga impacto los actores deban autolesionarse de verdad, eso ya lo hicieron artistas como Jan Fabre en los salvajes años setenta, pero sí se pide como mínimo que no se intente engañar al espectador con fingimientos. Así solo se puede despertar indiferencia.
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