El sueño diurno
'Prins' retrata a César Aira como un jugoso generador de tramas disonantes y un fino parodista
Si Marcel Duchamp puso patas arriba la institución Arte, no es exagerado decir que cada nuevo libro de César Aira hace lo propio con la Literatura, a veces con herramientas afines: la parodia, la desviación y el azar. De igual modo, el hacer de Aira participa de la “política sistemática”, en palabras de María Moreno, de “publicar de dos a tres libros anuales cortos, una obra mínima que ocupa titánicamente las librerías (…) mientras él descultiva toda anécdota ‘de color’ en su propia vida”. Es decir: practica un inteligente juego entre la plusvalía y la depreciación de una posible marca registrada llamada César Aira, un acto de terrorismo literario contra uno de los conceptos más perversos de la herencia romántica: el Autor.
Por ello Prins coincide en librerías con la recuperación de Parménides y Canto castrato, que señalan otra de las cualidades de Aira: su enciclopedismo camaleónico, su alfabeto de ficciones literarias de diversa índole.
El protagonista de Prins es el Romanticismo; en concreto, un exitoso narrador de novela gótica, harto de ser “el payaso de la literatura”, que opta por el silencio. ¿Cómo ocupará su nuevo tiempo? Pues, obviamente, volviéndose adicto al opio y encerrando a una doncella en la torre de su mansión.
Como siempre con Aira, resumir la divertida trama de Prins, con sus sabios anticlímax y la riqueza de su imaginación, equivaldría a escribir de nuevo Prins. Quizá sea más eficaz señalar que Aira no es un frío escritor conceptual, sino un jugoso generador de tramas disonantes y un fino parodista. ¿Elementos para una crítica del Romanticismo? Sin duda el sueño ocupa un lugar principal en Prins. El narrador desea sumirse “en el sueño diurno”. Pero Aira no practica un neosurrealismo. Antes bien, el narrador ejercita la caricatura de su procedimiento: si el sueño es poesía involuntaria, al decir de los románticos, la del narrador de Prins es, a menudo, mala a rabiar. Por ello se ve obligado a “sanar” la realidad, restaurarla de las enfermedades producidas por sus propias obras.
El opio es otro de esos vulnerables clichés románticos: en este caso, una mole de opio que “podría funcionar como escultura” contemporánea. A la vez el opio es una fiel metáfora de una literatura cuyo centro de gravedad está en todas partes. Porque “toda aventura era mental”, escribe, “y en lo mental todo es centro”.
Una de las virtudes de la parodia es el amor a lo parodiado; y lo dicho de sueño y opio puede ayudarnos a entender la escritura del propio Aira, no demasiado alejada del imperativo de Nerval: “Dirigir mi sueño eterno en vez de sufrirlo”. Además, aquí la medida es el párrafo, que pocas veces supera las 20 líneas, y en torno a él gira la gratuidad de la digresión, su eterno recomienzo… A propósito de Raymond Roussel, Aira escribió: “Mediante el procedimiento el escritor se libera de sus propias invenciones, que de algún modo siempre serán más o menos previsibles”. La invenciones de Aira saben perderse y regresar, permanecer en este presente perpetuo, el del sueño y el opio, que entra en conflicto con el proyectivo tiempo del canon literario. Escribir se transforma en ocupación (ocio y asalto) del tiempo; y el lenguaje, en un “gran lance de dados de veintiocho caras”.
Ahora hablemos del Autor. El narrador dice: “La literatura en sí no me importaba gran cosa. Pero de un modo u otro tendría que vérmelas con ella si quería ser escritor”. Pronto nos enteramos de que a este novelista de éxito le han escrito los libros los sirvientes. Es más, éstos se han limitado a reescribir (menardianamente) El castillo de Otranto, El monje y otros clásicos de la literatura gótica, por los que nuestro protagonista cobra derechos retroactivos…
Porque Prins comienza como parodia de un género “menor”, pero termina desmontando los clichés en los que aún hoy se sostiene nuestra idea de la literatura.
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Autor: César Aria.
Editorial: Random House (2018).
Formato: tapa blanda (144 páginas).
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